Desde dentro / Martin Amis

Portada de «Desde dentro», de Martin Amis. Ed. Anagrama, 1ª ed. nov. 2021, Barcelona. Colección Panorama de narrativas, v 1067. Trad.: Jesús Zulaika.

Martin Amis estaba vivo cuando creé el borrador de la entrada. Era el único superviviente de las tres biografías sobre escritores de esta tanda. Desde dentro no tenía por qué ser lo último que publicase, pero lo ha sido. Ignoro si él lo intuía, porque me parece un libro muy apropiado para una despedida.

Es una autobiografía peculiar (como esperas que sea) y que en unos años recordaré como un manual sobre escritura y como La verdadera historia de «El libro de Rachel» (en realidad se llamaba Phoebe Phelps). Amis va intercalando su relato propio con algunos spin off que va soltando con cuentagotas a lo largo de toda la narración.

«Phoebe no tenderá a dominar estas páginas, como haría en una obra narrativa pura; pero reaparecerá de tanto en tanto».

La otra clave del libro es el repaso que le hace a la literatura y, más concretamente, la escritura. No solo habla de su experiencia como escritor, sino que se pone a dar consejos prácticos  sobre el vicio de juntar letras. Lo leía y pensaba: «que le follen a los cursos de escritura, chaval, esto sí que es útil».

Me mola que este libro (como ocurría con el de Burroughs) tenga un pedazo de índice que te cagas, donde además de listar personas y lugares, también aparecen temas. Ahí está el apartado «escritura, consejos sobre». La hostia.

El resto va de su vida personal como hijo, padre, pareja, amigo o el rol que le toque y, en parte, también de la de algunos colegas suyos. Ese es otro de los hilos que más me gustaron, el que habla sobre la amistad de Amis y Saul Bellow (escritor también). Pero igual que os digo esto, también os digo que se pone un poquito brasas con algunos temas.

Se ha quedado a gustísimo: ha criticado y opinado acerca de todo lo que le ha dado la gana, ha homenajeado a las personas que quería, ha dejado consejos y ha dado la turra un poco también. Se perdona, todo quisqui lo hacemos de vez en cuando.

Sobre la novela, en Desde dentro, por Martin Amis

El primer extracto es bastante largo, pero es que me flipa. Sobre la evolución de la novela contemporánea.

«Ya en 1973 Anthony Burgess había manifestado que en su opinión había dos tipos de novelistas: los del tipo A y los del tipo B. A los novelistas del tipo A —según Burgess— les interesaba la narración los personajes, la motivación, la penetración psicológica, mientras que a los novelistas del tipo B les interesaba sobre todo el lenguaje -la interrelación de las palabras.
Tal afirmación pareció precipitada entonces, pero al cabo de unos años no era sino una descripción certera del statu quo. Mientras los novelistas del tipo A seguían su rumbo con toda normalidad, los novelistas del tipo B (que desde mucho tiempo atrás venían siendo nebulosas presencias marginales) surgían de pronto por todas partes, componiendo novelas tan faltas de estructura como sopas de letras, y tan caprichosas como una esquizofrenia.
Nos vimos ante novelas sin separaciones en párrafos o sin puntuación, o sin monosílabos, o polisílabos, o nombres comunes o verbos o adjetivos; alguien —intrépido infatigable— juzgó que valía la pena armar una épica en prosa en la que no apareciera en ningún momento la letra ‘e’. Hubo también mucho monólogo interior, mucho jugueteo autorreferente y —en una amplia variedad de estilos y registros— mucha escritura recargada y artificiosa.
El auge del experimentalismo corrió parejo a la revolución sexual, y brotó del mismo eureka colectivo: la fragilidad insospechada de ciertas prohibiciones venerables. Tal como se vería, los novelistas del lenguaje que se habían ido encumbrando lentamente se acabaron yendo lentamente a pique, y toda aquella acometida se esfumó en apenas dos generaciones… Así, el monólogo interior —probablemente la innovación menos atractiva— masculló y deliró durante sesenta años; mirando hacia atrás, releyendo, a uno le asombra que hubiera durado siquiera sesenta minutos. En la actualidad, en cualquier caso, la novela B está muerta.
También se ha detectado un nuevo ordenamiento de la relación entre escritor y lector (en el más llano de los tiempos una relación de complejidad y profundidad inagotables). ‘Nos gustan los libros difíciles’, solían reclamar los littérateurs; y esta supuesta preferencia se convirtió en grito de combate de la causa del Alto Modernismo. Tal vez un día nos gustaron los libros difíciles. Pero ya no nos gustan. Las novelas difíciles están muertas.
Hemos dejado de cortejar la dificultad en parte porque la relación lector-escritor no es ya siquiera remotamente cooperativa. Hagas lo que hagas, no esperes que el lector infiera nada.
Los lectores han renunciado a poner algo de su parte. El narrador poco fiable (un día popular y a menudo fructífero artefacto) ha cedido el paso a la era del receptor poco fiable… el narrador poco fiable ha muerto; la novela ‘deductiva’ está muerta.
Hubo también un subgénero de novelas largas, sin digresivas y ensayísticas conocidas justa e indulgentemente como «monstruos con bolsas». (…) Cuarenta años después, los lectores de e tipo de novelas han disminuido —diría yo— en un 80 o 90 por ciento. Los lectores ya no les son afectos —su paciencia, su voluntad, su entusiasmo autodidacta se han esfumado—. Por interés propio quiero pensar que ese subgénero conserva un pulso viable; pero en términos generales el «monstruo con bolsas» está muerto.
Lo cual arroja un saldo brutal: la novela B ha muerto, la novela deductiva ha muerto, y la novela expansiva, el ‘monstruo con bolsas’ ha muerto. Las recuerdan con afecto —al menos— los propios novelistas, que por definición veneran toda diversidad.
guirigay de confesiones».

Otros fragmentos

«El caso es que no puedo con ella…, con la ira. Los Siete Pecados Capitales deberían revisarse y ponerse al día, pero de momento deberíamos recordar siempre que la Ira forma parte de este clásico septeto. Con la ira…, ¿cui bono? Compadezcamos la ira. Compadezcamos a aquellos que la expanden y a aquellos que están en el otro extremo. Anger (siras), del noruego antiguo; angre («agravio»), angr («aflicción»). Sí, aflicción. La ira es casi tan transparentemente autopunitiva como la envidia».

«Hasta septiembre de 2001, cuando tenía cincuenta y dos años, jamás dediqué ni un instante a mi ‘identidad’ (¿mi qué?). ¿Por qué tendría que hacerlo? Era blanco, anglosajón, heterosexual, no creyente, apto en cuerpo y mente… Las crisis de identidad eran una preocupación del resto de los mortales, el mundo presente (el existente, el real), fluido y agitado y camaleónico, con su serie de síndromes, dolencias, desórdenes, y su gama floreciente de sinos eróticos (soy bisexual, soy trans, soy casto). En resumen, tu identidad duerme dentro de ti, a menos que (o hasta que) despierte».

«Si tuviera que definir el bloqueo del escritor, diría lo siguiente: es lo que sucede cuando el subconsciente, por cualquier razón, se queda inerte o incluso se ausenta de sí mismo. Con la autoficción, el subconsciente está al alcance de la mano, disponible; solo que, lamentablemente, está subempleado».

«El aire nutre el pensamiento, pero nutre asimismo aquello opuesto al pensamiento —la fe, es decir la religión: la creencia en un patriarca sobrenatural, junto al deseo de ganar su favor (a través de la pleitesía)—. Y Jerusalén sigue siendo el cuartel general de la idolatría».

«’No hay sino una escuela de escritura’, dijo Nabokov, ‘y es la del talento.’ El talento no se puede enseñar ni aprender. La técnica, sí; y también las bases de la prosa exquisita».

«Mientras compones y revisas una oración, repite (o léela en alto) hasta que el oído deje de estar insatisfecho, hasta que se detenga el diapasón».

«Purga tu prosa de cuanto huela a rebaño y a desinfectante de ganado. Tu prosa, como es evidente, debería salir de ti, de ti mismo, construida ex profeso, no producida en serie»

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