Noche / Alejandro Sawa

Noche, de Alejandro Sawa. Amarillo editora, 1ª ed. nov. 2022.
Noche, de Alejandro Sawa. Amarillo editora, 1ª ed. nov. 2022.

Este es uno de esos reencuentros que te alegran la temporada: Noche, de Alejandro Sawa. Joder, Sawa, cómo te echaba de menos. No sé hace cuántos años nos encontramos por última vez, ni siquiera estoy segura de con qué libro fue, debió ser Crónicas de la bohemia o Iluminaciones en la sombra. En cualquier caso, ha vuelto a ser una gozada volver a este exponente de la bohemia (que no golfemia).

Hay que agradecer (y felicitar) a la editorial Amarillo Editora por rescatar esta novela y editarla con tanto cuidado (casi diría mimo). Tanto las aclaraciones iniciales como las notas al pie aportan mucho valor al libro en sí. Pero es que, además, es la primera referencia de la editorial, que acaba de nacer. Un estreno por todo lo alto, una entrada por la puerta grande. Habrá que seguirles la pista, se lo han ganado.

Y volviendo a Noche, Sawa nos regala una novela oscura como su propio título y a lo que nos tiene acostumbradas con sus textos. Tras la historia de una familia que vivió en Madrid a finales del siglo XIX asoma una crítica feroz a las tradiciones más rancias, a la violencia, al machismo y —cómo no— al fanatismo religioso y al clero. Me ha flipado.

Alejandro Sawa: el autor

Noche es el quinto libro de Sawa que leo. A este le precedieron Iluminaciones en la sombra (obra póstuma) y las novelas Crimen legal y Declaración de un vencido (que tienen sus propios Papelillos).

También leí Crónicas de la bohemia, que es una recopilación de artículos bastante tocha. Pues bien: me molaron mucho todos. Así que, antes de adentrarnos en (la) Noche, voy a soltaros una buena chapa sobre él para quedarme bien a gusto.

Foto de Alejandro Sawa.

Sawa es casi más conocido como personaje literario que como autor. A mí me encanta, pero algunos estudiosos no consideran que su obra destaque por la calidad. Pues, ¿sabéis qué les digo?: irse al carajo, gafotas, me la trae al pairo.

Sevilla – Málaga – Graná – Madrid – París

Alejandro nació en 1862 en Sevilla, aunque se crio en Málaga. Fue a un cole religioso, donde tiene pinta que empezó a pillarle tirria a los curas. Se matriculó en Derecho en Graná, pero no duró demasiado; el ambiente literario se le quedaba pequeño y en 1885 decidió venirse a Madrid. Frecuentó los cafés, callejeó, bebió, escribió y empezó a forjar amistades entre la bohemia madrileña, hasta que terminó dando el salto a París en 1889.

Para él, esa fue su mejor época. Uno de sus momentazos fue cuando conoció a Víctor Hugo. De hecho, a raíz de ese encuentro, se fraguó una leyenda. Se dice, se cuenta, que el día que se conocieron, Hugo besó a Sawa en la frente y este decidió no volvérsela a lavar jamás. Pero nada, se trataba de una paparrucha que el propio Alejandro desmintió, harto de habladurías, en diferentes artículos años después.

En París también conoció a Verlaine y llegaron a hacerse grandes amigos. Tanto es así que cuando el poeta parisino estaba ya agonizando y con la de la guadaña a la vuelta de la esquina, su mujer mandó llamar a Sawa para que hiciera compañía a su amigo en la recta final. Y así lo hizo.

«La muerte sin remisión y sin disfraces, franca, ruda y capaz de la cháchara, advirtiendo francamente a los interesados a lo que venía, haciendo su entrada por el portón de la casa, y no por los intersticios de las puertas, y saludando a todos con igual corrección que los diplomáticos».

Tras esto no tardó mucho en regresar a Madrid. En París dejó atrás el naturalismo y la soltería, a Madrid volvió con el modernismo, el simbolismo y su mujer Jeanne Poirier.

Regreso a Madrid

Esto ocurrió en 1896, retomó su vida de bohemio y se dedicó al periodismo. Fueron muchos los diarios para los que escribió, sin embargo, poco a poco fue cayendo en el olvido y en la oscuridad: se quedó ciego. A partir de ahí fue cuesta abajo y sin frenos. Se tuvo que ir mudando a pisos cada vez más pequeños con su mujer e hija por la falta de ingresos.

En esa época escribió para otros. El caso más conocido es el de Rubén Darío. El que había sido su colega de borracheras en París (y a quien introdujo en la ciudad, donde el Ruben no conocía ni a perry), para «ayudarlo» le ofreció la posibilidad de que le escribiese algunos artículos que luego él publicaría en Buenos Aires bajo su firma (Fdo.: Rubén Darío). Alejandro cumplió su parte, pero no vio un puto duro.

Sawa pidió ayuda y no se la dieron. En una de sus últimas cartas, dirigida a Rubén —ya, con un cabreo de tres pares de cojones—, se lo casca todo y lo amenaza incluso con los tribunales. Pero no tuvo tiempo de cumplir sus amenazas. En 1909 murió: ciego, pobre y —según algunos— desquiciado, en su piso de la calle Conde Duque. Valle-Inclán y otros asistieron a su velatorio y entierro.

Tras su fallecimiento, Valle junto con otros colegas y los hermanos de Sawa decidieron publicar Iluminaciones en la sombra (1910). Y para darle más tirón al libro, Jeanne Poirier escribió a Rubén Darío solicitándole que se marcase un prólogo. Accedió. Se entiende que quiso limpiar su conciencia. Con un «¡Bonne nuit, pauvre et cher Alexandre!» lo despidió, el muy canalla. Aquí os dejo el enlace por si lo queréis leer en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España.

Y ya que estamos, os dejo también —en imagen— el epitafio que escribió Manuel Machado para esa misma primera edición de Iluminaciones en la sombra (que también podéis leer en el anterior enlace, justo después del prólogo).

Epitafio de Manuel Machado a Alejandro Sawa. Incluido en la 1ª ed. de Iluminaciones en la sombra. 
Imagen tomada de la hemeroteca digital de la BNE.

Alejandro Sawa: el personaje literario

Como comentaba antes, Alejandro Sawa ha sido más conocido como personaje literario y cabeza visible de la bohemia que como autor. Se supone que es la persona en quien se inspiró Baroja para dar vida a Rafael Villasús (El árbol de la ciencia) y Valle para dar vida a Max Estrella (¡Soy yo! ¡El primer poeta en España!) en Luces de bohemia. Esto segundo ha sido mucho más comentado que lo primero.

Desde luego, hay muchas similitudes entre la vida y muerte de Sawa y la de Max Estrella. Ambos son autores bohemios, libertarios; los dos están casados con una mujer francesa y tienen una hija; los dos murieron ciegos y arruinados. En la calle Conde Duque, número 7, hay una placa honorífica donde se menciona este hecho (foto de Juan Alcor).

Placa honorífica a Alejandro Sawa situada en la calle Conde Duque 7, de Madrid. 
Fotografía de Juan Alcor.

Para cerrar, os dejo un fragmento de Los botines blancos de Piqué, de Francisco Umbral (que es una especie de biografía literaria de Valle-Inclán) donde habla de Sawa, Max y Valle.

«La Puerta del Sol va dejando de ser ya la plazoleta generacional del 98, el limbo de los injustos, los sablistas y los inspirados, el reino en varios idiomas y plurales divisas del deslumbrante, retórico y ciego Alejandro Sawa, que moriría de la sífilis literaria en un martes alegre, esos martes de Madrid en que la ropa tendida es como grímpolas y gallardetes de un navío pobre de inmigrantes varado en el cielo. Sawa tenía la melena escasa y revuelta, los ojos bellos y cansados del ciego que quiere ver, puede que un algo judío en la nariz y la barba, la chalina persistente sobre la camisa de cuadros.
Valle lo perpetuiza como Max Estrella en Luces de bohemia. Después de alternar con Hugo, Verlaine y Rubén (él lo mezclaba todo), las necrológicas de los periódicos le dejan en «notable escritor». Lo más que se ganó su vida de bohemia, fe literaria y sueño francés, fue un notable, poca cosa, poca nota en la carrera de las letras».

Ale, ya está, ya me he quedado a gusto. Ahora, vamos a por Noche.

Noche: fanatismo y condena

En Noche, Sawa nos presenta a una familia que a finales del XIX decide dejar Ávila para venirse a Madrid a buscarse la vida. El padre, don Francisco, cumple el estereotipo del típico capillita que no se salta una misa de domingo y al que se le llena la boca con la religión y el pecado, y luego resulta ser un tipo cuya autoridad en casa se sustenta con la violencia.

«Era la bestia humana en toda su desfachatez. Carne, músculos, huesos. Ni por casualidad la alborada, la anunciación tímida del espíritu. Materia, y materia y materia. Materia, bueno, pensante. Aquel animal tenía ideas religiosas, idea de la familia, idea de la propiedad, casi concepto del prójimo, conciencia completa del yo, que en su boca y en las lobregueces de su inteligencia resultaba un yo enorme. Pero no la materia sublimada de los organismos superiores».

La madre, doña Dolores, como en cualquier patriarcado de manual, debe callar, soportar y atenderle «como Dios manda» (la pata quebrá y atá a la cama). Sawa nos la presenta así:

Fue su novia diez años, su esposa después, y su esclava siempre, abrasada de admiración por aquella animalidad tan poderosa y tan mansa.

Las hijas (Lola y Paca), tres cuartos de lo mismo, los hijos (Paquito, Evaristo y Nazario) no tanto, por algo son varones; pero lo que sí comparten en buena medida es la falta de libertad, de la iglesia a casa y nada de estar por la calle y juntarse con otras personas. Como suele ocurrir cuando se vive en un entorno tan asfixiante, la presión termina provocando que la situación reviente por algún lado. Así llegarán las desgracias, una tras otra, una especie de justicia poética (damnificando a toda la familia) que derrumbará el castillo de naipes que pretendió construir el animal de bellota que era Don Francisco.

La voz de Sawa

Este drama naturalista, escrito en 1888, lo narra una tercera persona, pero no por ello ajena a la tragedia que acontece. Da la impresión de que, aunque intenta describir a los personajes y las situaciones como un observador neutral, le es imposible no tomar parte en el asunto. Es superior a sus fuerzas. De este modo, cuestiona y critica los actos de los personajes, acusa y señala las injusticias, intenta que escapen de ese entorno. Trata de salvarlos, sobre todo salvarlas.

Sawa se manifiesta, es incapaz de ocultar la incomprensión y rebeldía de alguien que no soporta una sociedad hipócrita, fanática y rancia. Sus creencias sobrevuelan a la historia, como un diablo cojuelo que observara a través de los tejados de Madrid. Porque además de la vida de esta familia, también se ocupa de reflejar las costumbres de la villa, retrata las calles, los cafés, las tertulias o los putis: la nocturnidad en general.

Noche es un magnífico ejemplo de lo que ofrece la literatura de este bohemio, autor y personaje literario. Crudeza y crítica feroz, reivindicación de la libertad personal, rechazo a la autoridad, al machismo y al fanatismo religioso. Una delicia. Gracias a Amarillo Editora por rescatarla.

Algunos fragmentos de Noche, de Alejandro Sawa

Ellas

Estropea el cuerpo, y aja la voluntad y quita las ganas de vivir, eso de tener ocupadas ambas manos con el estropajo o el rosario toda la mañana y toda la tarde, y luego también parte considerable de la noche, pasando así de un ejercicio de bruto a una ocupación de imbécil, en menoscabo severo de la dignidad humana, que cansada de llorar acaba a la postre por rendirse. Muy santo y muy bueno que se barra el suelo y se friegue la loza cada veinticuatro horas, diez veces al día, si es preciso. Pero que no constituya eso, por Dios, porque no puede ser, porque es doloroso y sangriento, el argumento exclusivo de ningún destino humano. El mundo no concluye en las cuatro paredes que limitan la alcoba o la cocina. Más allá, y por todas partes, está la Naturaleza, que no se harta nunca de ser fecundada.

Pero esa mujer, ¿qué hace ahí llorando, que no toma parte en la conversación, con el derecho que le da el haber parido esa hija cuyo porvenir se discute? ¿Qué hace que no se levanta para gritarles a esos dos egoísmos que deliberan sobre la cabeza de una desgracia sin más propósito que el convertirla en una desgracia mayor, que no les grita con la desesperación del convencimiento aherrojado: «¡Eh, basta ya! ¡El uno por bruto y el otro por cura, ninguno de los dos tenéis la aptitud de jueces! ¡Habláis de pasiones y de almas, y no se os alcanza ni una letra siquiera de lo que en el mundo se expresa con esas dos palabras! (…)?»

Ellos

Esa belleza en germen, de Lola, agradaba a la madre, pero disgustaba sobremanera al padre, para quien la belleza en la mujer es cosa que trasciende a prostitución a dos kilómetros de distancia. Llegó a tomarle manía, que algunas veces llegaba hasta el aborrecimiento, martirizado y puesto en el potro por el espectáculo de aquella hermosura completa, que andando el tiempo podría hacer desviar de Dios el pensamiento de los hombres, para hacerlo fijarse en los placeres de la tierra. Y a este propósito, recordaba haber leído en un libro de los de su ordinaria lectura, que «en todo cuerpo de mujer hermosa se oculta un poco el rabo de Satanás», et sic de coeteris, en una interminable blasfemia contra la estética.

La vida

¿Pero sabe nunca el amor, el cariño, el instinto afectivo, lo que hace? Allá va y acá viene, sin obedecer a ninguna razón propia, como la brizna transportada por el viento.

Durmió entonces, pero como duerme la enfermedad o el crimen, cerrando un solo ojo y con el cerebro cargado de pesadillas, convertido para el resto del cuerpo en cámara de tormento…

Notó que había sido engañada, que vivir no era eso; que ella no había vivido, que había sido desde el instante de su nacimiento el prisionero de un egoísmo muy grande; que no tenía cosas que contar de la vida, porque no le había pasado nunca nada; que orar es muy santo, pero que salir a la calle a dar un paseíto, como las demás mujeres, es muy justo; que después de esta vida hay otra de eternidad, y que puesto que en esa otra vida hay un infierno, no veía la lógica de que el infierno fuera doble, uno en la tierra, y otro, no más espantoso que el de aquí abajo, en la vida ultraterrena.

Madrid es una población grande y viciosa. Madrid simpatiza con todos los aventureros, a la sola condición de que sean valientes y no se dejen dominar por escrúpulos de vergüenza. Madrid es la capital de España y la gran población predilecta de la canalla. Y a Madrid fueron, atraídos sin que por la gran vorágine de quinientas mil cabezas, ellos mismos se dieran exacta cuenta de por qué ni para qué, esclavos del azar, de la aventura…

A Madrid fueron, y Madrid los separó. ¡A llenar las filas, cada cual a su destino!

Un comentario en «Noche / Alejandro Sawa»

  1. Me maravillan tus reseñas.
    Como soy mayor y he vivido en los finales de los tiempos que
    trata la novela, es normal tu rechazo, a nosotros también nos pasaba, gracias a Dios, en mi casa no era así, pero veía lo que había a mi alrededor.
    Mil gracias por tu reseña tan clara y fantástica.
    Te sigo siempre

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