Crimen legal / Alejandro Sawa

Otro más de Sawa para el archivo. Tercero que cae, y tercero que disfruto. El de «Iluminaciones en la sombra» es el que aún no he subido, y no sé si lo subiré, hace tela de tiempo desde que me lo leí. Con «Declaración de un vencido» y éste, hay mas que suficiente para que quien pudiera pasarse por aquí le pille el rollo al autor.
En esta edición la Introducción que habla sobre Sawa y sobre la novela en sí es muy amena, más sencilla que la que suele haber en los de Cátedra. Así que voy a aprovecharlo para contar más cosas sobre él.
Nació en Málaga, hijo de madre andaluza y padre griego, tuvo cuatro hermanos. Se vino a Madrid de muy joven, luego pasó unos años en París (donde conoció a su mujer y tuvo a su hija) para regresar finalmente a Madrid. 
En la entrada anterior ya puse que había muerto en Malasaña, que fue uno de los primeros datos que me dio mi amigo EL RECOMENDADOR. Para ser más concretos en la calle Conde Duque número 3. Por donde estamos cada fin de semana, vaya. 
Dicen que cuando estaban en el velatorio la gente sospechaba que podía ser una catalepsia por la expresión y pinta del cadáver. Sobre esto escribió Baroja en El árbol de la ciencia, cuyo protagonista Rafael Villasús está inspirado también en Sawa, al parecer, como Max Estrella. Con esto he flipado bastante. Cuando me leí El árbol de la ciencia (¿hace una década quizás?) no tenía ni idea de quién era Sawa, así que tendré que releérmelo teniendo en cuenta este aspecto.
A Sawa se han referido muchos autores. Aquí dejo un par de fragmentos que aparecen en la introducción dedicados a él:

Manuel Machado en «A Alejandro Sawa (Epitafio)». El mal poema. 

Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan desecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por falta de querer
y sobra de regalar,
fue perdida.
Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivr.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.


Rafael Cansinos-assens
«Simbolistas, parnasianos y decadentes les han enviado (de París) con Alejandro Sawaa un nuncio extraordinario. Lo que Gavinet ha sido para la generación del 98 lo ha sido Sawa para los jóvenes del 900. Ya no se piensa en Taine ni en Montaigne, sino en Verlaine y Mallarmé.»

Hay un caso que os voy a contar en cuanto a los autores que escribieron acerca de él: Rubén Darío, que le hace el prólogo de «Iluminaciones en la sombra». 
Cuando ves que el prólogo está firmado por Darío lo flipas, piensas: joder, a este sí que le he estudiao en el cole, va a resultar que el Sawa era un escritor relevante y todo. Qué majo el Rubén, piensas. Sí, sí. Fíate de la virgen y no corras…
En la entrada dedicada a «Declaración de un vencido» recomendé un enlace sobre Sawa. Parte de la información que aparece en él se ha obtenido de un libro llamado «Sawa. Luces de Bohemia» escrito por Amelia Correa Ramón. En  el enlace al que hice referencia (por si no entrásteis o desaparece el enlace) se comenta que Rubén Darío le dio la espalda a Sawa en repetidas ocasiones cuando éste se encontraba en estado de suma pobreza. Finalmente le propuso que le escribiera una serie de colaboraciones periodísticas (8 artículos que fueron publicados en «La Nación de Buenos Aires») a cambio de algo de dinero siempre y cuando le cediera la autoría, es decir, que estuvieran firmadas como obra de Rubén Darío. Se publicaron, sí, pero nunca llegó a cobrar un duro por todo ello.
Más tarde, motivado por una visita de Darío a España, le volvió a escribir pidiéndole ayuda de nuevo y esperando su visita, aunque sea para saludar. El laureado poeta hace caso omiso.
Finalmente, pocos meses antes de su muerte, Sawa escribe a Darío reprochándole su falta de ayuda y, para más inri, el tongo de las colaboraciones periodísticas. Tampoco respondió.
En 1909 murió sin haber recibido contestación alguna del que alguna vez consideró amigo. Por supuesto, no estuvo en su velatorio ni en su entierro, donde estuvieron presentes «Ernesto Bark, Dicenta, Zamacois, Valle-Inclán, Salvador Rueda, Benavente, además de sus hermanos y su hermana Esperanza.»
Y ya después es cuando le dió al Rubencito por interesarse por la novela póstuma (Iluminaciones en la sombra) e incluso escribir el prólogo. Supongo que Sawa le habría mandado a tomar por el culo si llega a estar vivo.
Qué. Interesante la vida de Sawa, ¿eh? pues vamos a por esta obra.
«Crimen legal» lo escribió el autor al año de llegar por primera vez a Madrid, cuando aún no había pasado por Francia. Si fuera crítico literario diría que esto es «naturalismo» pero como no lo soy, no lo diré. Los personajes son telita, pa echarles de comer aparte, exceptuando a un par, el resto son malos malos.
La historia empieza con la presentación del que será el padre del protagonista (uno de los buenos) y de cómo éste llegó a Madrid a partirse los cuernos para sobrevivir, dado que en su aldea no veía muchas oportunidades y su padre era un ogro.
Total que llega a Madrid, se monta una panadería en Malasaña y comienza a prosperar. Se casa con una paisana, gallega como él, y finalmente tiene un hijo al que adora. 
El niño va creciendo y se convierte en lo más desagradecido que ha parido madre. Caprichoso, elitista… un soplapollas, vamos. Que ya desde el principio te tiene que caer mal.

«-Sí, críe usted hijos para eso; béseles los piececitos de chiquitines; aspírelos usted con ansia, como si fueran flores del campo que le hicieran bien á la salud y al olfato; sea usted padre y madre al mismo tiempo para ellos; aguante sus impertinencias y sus hedores; rómpase usted el alma trabajando para su porvenir; edúquelos repartiéndoles á pedazos la experiencia que ha ganado usted á costa de sus entrañas, dejándose el corazón á cachos por las encrucijadas de la vida; vístalos usted de señoritos; deles usted carrera, posición; cúbrales el cráneo con un birrete de doctor o licenciado; ráspeles usted su corteza de plebeyos con una onza mejocana, y no tenga usted cuidado, que andando el tiempo, esos mequetrefes se avegonzaán de usted, como si pudiera ser usted responsable de haber producido monstruos….. -¡Canalla!»

El hijo crece y el protagonismo del libro se centra en él. Se casa y su (pobre) mujer queda embarazada, sin embargo por razones fisiológicas no puede parir, es o ella o el bebé (o ninguno). A partir de aquí empiezan los problemas religiosos/éticos; la amante (puta) del protagonista, la mujer chuleada, los planes maléficos del marido, el padre decepcionado, etc.
No os voy a contar la trama completa porque mola. Pero el título es muy acertado.
Otro de los puntitos que tiene es cómo caricaturiza la sociedad del momento, en concreto la parte más humilde de ésta. Además, se desarrolla en Madrid. Si mezclas ambas cosas resulta ese amor-odio que casi cualquier madrileño es capaz de comprender.

«Allá por las alturas de Chamberí, frente al Depósito de agua del Lozoya, allí está la romería á la que van, en alegre caravana, toda la gente de estropajo, los domingos y las fiestas de guardar, á resarcirse de las penalidades de la semana. El paisaje no puede ser ni más árido, ni más triste, ni más feo. Parece imaginado por el Dante y teñido de color por el pincel sombrío de Rembrandt. De greda el suelo, de color ceniza los horizontes, y de miseria humana los detalles todos del terreno. Á un lado, un cementerio, el de la Sacramental, y al otro, horrible amontonamiento de casuchas negras, en las que parece mentira que puedan introducirse y vivier seres de nuestra civilización y nuestra raza; madrigueras ó antros, mejor que viviendas. Un crimen social, cuya responsabilidad exclusiva es del Estado, en nuestras sociedades centralizadas. Al frente, conforme se viene de la calle Fuencarral ó de la de Hortaleza -las dos grandes vías que conducen al erial teatro de romerías y de fiestas,- las cumbres del Guadarrama, unas cumbres enanas cubiertas de nueve; y cerrando el cuadro, la caseta encarnada, rodeada de árboles enfermos, que sirve de habitación al conserje y á los guardas del Depósito del Lozoya. Han establecido en la fúnebre planicie puestos ambulantes de chucherías y bebidas; cachuets, piñones, avellanas, agua de limón y vinazo del país. Allí se baila, se canta, se come, se grita y se ama candorosamente, con sinceridades de Bestia, a presencia de todos y completamente á la interperie, sin que nadie se ofenda y demande de injuria al compañero de al lado, porqe la lascivia le haga morder el cuello a la hembra más próxima. Domingos hay en que la muchedumbre, aquella muchedumbre, parece tocada de un mal común á todos, picada por algún bicho rabioso, según el escándalo que promueve. Recuerda -y este es un símil no enteramente desprovist de sentido-  las estruendosas bacanales de los esclavos en Roma drante las fiestas de Saturno. Las caras aparecen inflamadas por los ardores del vino, y los cuerpos epilépticamente alborotados por los sacudimientos del sexo. La palabra sale á borbotones, como el agua del manantial; y aquellas bocas de hombres y mujeres, por las que salen exclamaciones y frases completamente humanas, son una maravilla para el observador; porque, alargadas por las excitaciones del aguardiente y del sexo contrario, parecen jietas hirsutas, jietas de bestia, incapaces de dar salida á otro sonido que al grito imperativo que con la animalidad expresa sus sensaciones y sus deseos. Se ofrece allí el amar á gritos, no como mercancía, sino como placer y como instinto, también como descanso y como olvido, porque no hay uno entre aquellos bacantes de los dos sexos que no lleve la cara y las espaldas marcadas cn el círculo amortado que deja el látigo sobre la piel»

 ¿Habéis visto la de «Pactar con el diablo» de Keanu Reeves y Al Pacino? Pues eso. Vamos, a mí este fragmento me deja la misma sensación.
Pues, de una forma parecida este libro también te deja un poco flasheada. Son de los que te gustaría poder leerte por primera vez de nuevo.

Y he aquí algunos fragmentos. Sin desperdicio.
Saludines.

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«Estamos hastiados de amores; yo estoy por decir que estamos hastiados de vida. No podemos obrar como los demás. Decirle á una gachí cualquiera ¡ole, viva tu cuerpo y tus meresimientos!, está al alcance de cualquiera; llevarla á un café y gastarse la guita en coba, también puede hacerlo todo el que lleve real y medio en el bolsillo. Todo es  ordinario, y, como dice Juan de las Rosas, sin vergüensa

«Daban ganas de besarla. Pero no en la boca, como Ricardo; sino en la frente, donde se besa á la virginidad y á la desgracia«.

«En la alcoba de un moribundo parece que es la misma eternidad la que habla, la que yergue todos los índices que se dirigen al labio imponiendo silencio, y obliga á los hombres de temperamento más nervioso á andar de puntillas para que no despierte el enfermo, que quizás se está preparando para el descanso eterno, ya en la última estación de la vida.» 

» Tuvo que decirlo todo, que hablar claro, que decirlo todo intermitente, á pedazos, á cachitos, como el que recorre un trayecto cualquiera á empujones que le da una mano invisible; no con la pisada sólida y fuerte que hace imprimir á la planta la voluntad poderosa de andar firme y aprisa un espacio cualquiera»








 «Hacía tiempo que trataba de contener sus lágrimas. Esta relación fría, que impresa aquí, en el papel, podrá parecer quizás romance de ciego, salió de su pecho angustiosamente, con tanta cantidad de sollozos como de palabras. Hubo que dejarla llorar. De otro modo seguramente se ahoga: tantos ayes había en su pecho 

«¡Oh! ¡Las melosidades de una mujer ardiente y de talento, educada en los comedores y en las alcobas de las mancebías públicas, sometida á las leyes implacables de la herencia patológica, rellena de vicio, de virus de borrachos y de rameras, hasta el tuétano de los huesos! -¡La cadena!- ¡La cadena de fatalidades que llevaba Ricardo, por insensatez y por desdicha, enroscada al cuello!«

«Las corrientes de inmigración de Asturias y Galicia van desde época bien remota hacia el Océano Atlántico. La leyenda de que en América se atan perros con longaniza tiene entre los marusiños muchos creyentes. Y contribuye muchísimo al desarrollo, cada vez más creciente, de la inmigración en esas provincias, el espectáculo de lo que vuelven victoriosos con diez o doce mil duros en sus maletas, fortuna que la fantasía popular se encarga de aumentar considerablemente, siendo así que el día en que salieron de la aldea apenas si llevaban en las alforjas otra cosa que diez o doce mil parásitos entre vegetaciones y piojos. Se ven y se cuentan á los vencedores; hasta se les corona de laurel; pero ¿quién se acuerda de los vencidos, de los que sucumben en medio de la carretera, ó de los que retornan inválidos á la llamada madre patria, sin músculos ni sangre ya que ofrecer á la insaciable avaricia de un nuevo amo?»

2 comentarios en «Crimen legal / Alejandro Sawa»

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