Hoy repite en el blog uno de los autores que me han encandilado este último año y del que estoy leyéndome todo lo que engancho. Me refiero a Kiko Amat, del que ya reseñé sus dos últimos libros (Antes del huracán y Revancha), pero ahora me estoy poniendo al día con sus obras anteriores. Esta vez le ha tocado el turno a Cosas que hacen BUM; ya os adelanto que me ha flipado mucho.
Tengo claro que si lo hubiera conocido hace años, a día de hoy ya tendría hechos todos los deberes y me habría zampado toda su bibliografía. Entiendo el entusiasmo que provoca en muchos lectores. Un saludo a José L. Solé y Violeta! 🖤 Dudo que haya alguien que conozca su obra mejor que ellos en toda península, (con permiso de Med Vega).
El joven y peculiar Pànic Orfila junto a los vorticistas (el singular grupo de chavales en el que intenta encajar) han conseguido que me lo pase que te cagas con esta historia que me he ventilao en un pliqui. Tengo ya en la recámara Rompepistas, por suerte todavía me queda mucho Kiko Amat por recorrer.
Pànic antes de que las cosas hagan BUM
Pànic es un protagonista inolvidable. Nació en Londres y se quedó huérfano siendo muy chaval. Se hizo cargo de él su tía abuela Àngels, que vivía en Sant Boi. Es una notas de cuidado y me he reído mucho con ella, es otro gran personaje, una entrañable anciana muy reivindicativa y activista.
Mi tía abuela consideraba la transición a la democracia una tomadura de pelo. Careciendo de otros medios para protestar contra lo que les parecía una farsa que continuaba con la dictadura franquista de manera encubierta, mi tía abuela y sus amigas jubiladas fundaron el Instituto de Vandalismo Público. Su núcleo lo formaban siete u ocho personas mayores que habían pertenecido a la Unió de Pagesos, la FAI, las Joventuts Llibertàries y el POUM.
En lugar de reunirse para tricotar, mi tía abuela y las otras señoras salían al oscurecer para romper cristales de bancos, robar señales de tráfico y farolas, tumbar contenedores de basura y hacer pintadas anarquistas
Al haber sido criado por una yaya así (de pequeño no leía precisamente libros de Barco de Vapor) es fácil intuir que, en él, se ha ido fraguando una moral, costumbres y forma de pensar bastante propias. Aunque no tanto como cree, no es tan especial, la juventud le mantiene flipadete y más perdido que el un pulpo en un garaje. Y en estas estamos cuando le llega el momento de entrar en «el tuto» y mudarse a Barcelona, con su tía, que —por suerte para él— también es bastante despreocupada y deja a Pànic que se desenvuelva libre en la urbe.
Los vorticistas: enfilando al BUM
Con la llegada de nuestro protagonista a la capital catalana, arranca el grueso de esta historia. El chaval, solitario, obsesivo y alejado de los estándares, trata de encontrar su hueco en este microcosmos. Como ocurre muchas veces, fue en un bar donde se fijó en una cuadrilla que destacaba respecto al resto. Sobre todo aquella pelirroja cuyo nombre aún no conoce (y que después resultará ser Elvira).
El grupo se sentaba cada noche al lado de la máquina de tabaco y susurraba cosas que yo no acertaba a oír. También bebían gin tonic y cerveza como si un enviado secreto les hubiese avisado que se avecinaba una plaga de langostas, una sequía mortal o una transformación de los ríos en sangre.
Pànic y los vorticistas (que es como bautizó al grupo) ofrecen un viaje urbanita con banda sonora propia (la música tiene mucha presencia en la novela), en ocasiones cultureta (referencias a libros, movimientos artísticos y subculturas) y aderezado con pajas, pitxu y cosas que hacen BUM (algo muy parecido a esto -pero no igual, que no quiero destripar nada- me puso en la dedicatoria cuando me firmó el libro).
La cocaína no está mal, pero no deja de ser una droga de sobremesa. Si lo que quieres es resistencia, nervio, filo y gran subida, el speed es para ti. Limpio y duradero, sobre todo.
Estilazo y humor
Una de las cosas que más me gustan de Kiko Amat es cómo le gusta jugar con la narrativa. A lo largo de Cosas que hacen BUM puedes encontrar, por ejemplo, capítulos escritos como si fueran teatro, a un narrador que en ocasiones se dirige al lector y al propio autor haciendo algún cameo. De esta forma consigue variedad, cercanía y verosimilitud. Me mola mucho cuando encuentras este tipo de recursos que, a mi parecer, evitan que sientas que es una novela lineal más, otra del montón.
No quiero cerrar la reseña sin destacar el humor de diferentes calibres con el que dispara el autor, la soltura de los diálogos y la originalidad que destilan sus metáforas y descripciones. No aburre, siempre sorprende, suene a herido o a cachondeo. También me mola cuando emplea coletillas («Los ingleses tienen una palabra para esto: tailpiece») que se repiten y que son como puntos de agarre en ese camino al caos que desarrolla esta historia.
Amistades desvanecidas, anémicas, ansiosas de unas vitaminas a las que se les ha pasado la fecha ya.
Así que, como ya adelantaba al principio, Kiko Amat sigue sin defraudarme. Desde que Cosas que hacen BUM se publicó en 2007 en la colección «Contraseñas» de Anagrama, hasta la publicación de Revancha en 2021 han pasado trece años. Podría ocurrir que las primeras novelas me gustasen menos, pero de momento no ha sido así y no creo que esto cambie. Antes o después veremos si continúa la racha con Rompepistas.
Algunos fragmentos de Cosas que hacen BUM
Los cactus son cabrones resistentes -me contó un día cuando le pregunté la razón-. Viven con poco, rodeados de desierto, de nada, de arena estéril y llanuras estáticas. Pero aun así viven y están llenos de jugo. No atacan sin motivo, pero si te acercas sin invitación te pinchan o te envenenan. Y, a pesar de sus púas, algunos llegan a producir flores hermosas y frutos deliciosos.
Fdo. Jhonny Cactus
Mientras bebía cerveza un día, pensé en cómo se parecían a una sociedad secreta de principios de siglo. La Liga de los Justos, o la Liga de los Forajidos, la «banda sulfurosa» (como se conocía entonces a la facción de Marx), el Club de la Agitación del radical alemán Arnold Ruge, algún grupo socialista utópico de los que existían en el Londres victoriano del siglo XIX. Así decidí llamarles los vorticistas.
Contaba los minutos para que llegara la noche y poder hacerle algo más a Elvira; tan estrecha, sus entrañas me apretaban tan fuertemente que a veces me parecía que nunca podría salir de su interior. Encerrado dentro de ella para siempre, perdido como un náufrago de úteros.
La miré, con los bolígrafos aún incrustados en la napia. Los vorticistas me miraban desde la mesa, anonadados. Sobre sus cabezas, perfectamente visibles, flotaban los globos de pensamiento de los tebeos. Decían: «¿Error de reclutamiento?»
-¿Bas a gondarme lo de febrero o do? -le pregunté.
Genial gracias
A ti por leer 😀
Conservo un cariño especial por esta novela. Un Kiko casi primerizo (“El día que me vaya no se lo diré a nadie” también tiene su encanto, no te creas, aunque no me extrañaría que él abominara de ella a día de hoy, jajja…) pero ya despuntando con sus puntazos. Inolvidable la yaya vandálica de Sant Boi o aquella peña de los Vorticistas del barrio de Gràcia. Muy fans en esta casa del sentido del humor del autor, además de otros recursos literarios que comentas en la reseña (diálogos, metáforas, descripciones…)
Difícil de etiquetar esta novela, pulp a la catalana o así, para muestra el botón de esa portada tan auténtica (la 1ª edición es blanca pero me alegro que en Anagrama hayan conservado la ilustración original).
*Saludos de vuelta, amiga, y también para el Med Vega. A ver si se tercia algún día y comentamos los libros del Kiko toda la peña… birrita mediante, claro!
Así sea Jose! ♥