Q Road / Bonnie Jo Campbell

Portada de Q Road, de Bonnie Jo Campbell. Dirty Works, 1ª ed. abr. 2022. Colección Dirty Works, v. 29. Trad. Tomás Cobos
Portada de Q Road, de Bonnie Jo Campbell. Dirty Works, 1ª ed. abr. 2022. Colección Dirty Works, v. 29. Trad. Tomás Cobos.

Regreso a Bonnie Jo Campbell con Q Road, publicada en español por Dirty Works veinte años después de la aparición del original. La última vez que estuvo Bonnie por Denmeunpapelillo fue con su Desguace americano. Después leí (pero no reseñé —no reseño todo lo que leo, claro está—) Madres, avisad a vuestras hijas, otro libro de relatos.

Me sigue costando entusiasmarme con cuentos de la misma forma que lo hago con una novela, a pesar de que los textos sean cojonudos. Así que la expectación por leer, al fin, otra novela de Bonnie era máxima. Somos muchas las que llevábamos esperándolo desde Érase un río. Ansia viva. Como si ve Baloo (mi perro) una loncha de jamón o como si ve Miguel Bosé una loncha de las otras.

En esta ocasión la protagonista es Rachel, la hija de Margo Crane, digna hija de su madre. Rachel vive en Q Road, en una de las muchas granjas y terrenos en que se divide el pueblo. No obstante, su voz no es la única que aparece en esta historia –que se desarrolla en un día–; el coro se completa con el resto de vecinas y vecinos. Entre ellos destaca mi personaje preferido: David, un chavalín al que he bautizado como El Niño del Inhalaor (nombre flamenco).

Novela de tempo lento y poca acción, el mambo en ese sentido se encuentra en el último tercio. El peso recae sobre el perfilado de los personajes –mujeres y hombres, cada cual con sus fantasmas– y del entorno rural que los rodea. Me ha molado mucho, pero es importante no ir con la expectativa de encontrarse un Érase un río II: no lo es; principalmente porque Q Road se escribió en 2003 y Érase un río en 2011.

Bonnie Jo y el entorno rural

No cabe duda de que si algo define a Bonnie es la capacidad que tiene de retratar a los habitantes y sobre todo LAS habitantes del sur de Estados Unidos. En concreto, a quienes rodean el río Kalamazoo, que tan familiar le resultará a cualquiera que siga a Bonnie.

Para esta autora «los personajes son quienes son por el paisaje que habitan» y ella conoce ese como la palma de su mano. Se ha criado ahí. Su comunidad es su inspiración. Una urbanita como yo tendría que ir todo el rato sacando el móvil y alguna app de reconocimiento de especies (véase Pl@ntnet, que os la recomiendo) para saber qué cojones es ese árbol o esa yerba. A Bonnie Jo le sobra el móvil.

Por eso, cuando lees sus novelas, te maravilla el paisaje y cómo lo pinta. Describe su entorno de forma sublime y consigue transmitir el sentimiento que provoca esa naturaleza en los personajes.

Q Road: Crane y demás

Rachel Crane reside en Q Road. Ahora vive en una granja, pero hasta que su madre Margo desapareció, ambas vivían en una barca. Desde ese momento Rachel se tuvo que defender sola, por suerte conocía el entorno lo suficiente como para mantenerse a flote.

«Rachel siempre había jugado sola y casi siempre en la tierra, y cuando tenía nueve años, en lugar de hacer amigos, se dedicó a cultivar una pequeña parcela de huerto que despejó entre el bosque y el río. (…) Desde muy joven, el amor de Rachel por la tierra eclipsó la importancia de la escuela, de la ropa, de su cara y de las miradas que por ella recibía».

Rachel está obsesionada con dos cosas: tener tierras y descubrir la historia de la Chica del maíz y los Potawatomi (tribu de la que desciende y que fue expulsada de esos parajes por los colonos). Pero a pesar de sus peculiaridades, termina formando parte de la comunidad.

Esta se divide entre los de «es que esto siempre ha sido así y no hay por qué cambiarlo» y los «a ver si se civiliza esta gente, menudo caos, cada uno hace lo que le da la gana». Encontramos a granjeros, agricultores, comerciantes, religiosos que regentan bares, mujeres inconformistas, polis locales o niños como David.

David es vecino de Rachel, se conocen desde hace tiempo y son amigos a pesar de llevarse unos cuantos años de diferencia. Es el niño del Inhalaor, que busca continuamente la aceptación de Rachel y su marido, ayudando todo lo que puede en su granja.

Por medio de un bien puñado de personajes, Bonnie va tejiendo y desvelando la historia de cada uno de ellos valiéndose de flashbacks o cambios de foco. Una vez presentados todos, es cuando la autora los reúne en la trama presente que, como decía, tiene lugar en apenas un día.

Otra Crane de raza en una narración sosegada

Imagino a Bonnie Jo haciendo la escaleta a partir de la cual, en sesenta días, tendría ya listo un borrador de la que sería su primera novela. Quizá por ser la primera y porque anteriormente se curtió con relatos, he tenido la sensación de que algunos capítulos bien podrían ser cuentos independientes.

No es una novela lineal en la que la trama principal, con su acción y tal, sea lo importante. La autora nos va enseñando un álbum de fotos familiar (siendo la familia el entorno y habitantes de Q Road) y termina por contarnos un acontecimiento que muy probablemente saldría en el Kalamazoo News (si existiese).

La novela me ha molao bastante, si bien el ritmo pausado (como el de las orugas que aparecen a lo largo del libro) me ha pillado desprevenida. No obstante, en cuanto asumes que esto no es la novela de aventuras de Érase un río es cuando empiezas a gozar verdaderamente de la lectura.

Q Road se disfruta al mirar a través del visillo y conocer los sueños, victorias y derrotas, de un conjunto de mujeres, hombres y niños en un entorno rural y contemporáneo, donde el pasado y el presente pugnan por conservarse o hacerse un sitio.

Otro Dirty pa la colección.


Algunos extractos de Q Road

«En granjas como aquella, los hombres habían dominado a las mujeres y a los niños, habían exigido trabajo duro y acatamiento. En esas casas, las mujeres tenían que preparar comida para llenar las toscas mesas y sudaban delante de los fogones mientras hervían tarros y tapas para con servar los alimentos en las temporadas de abundancia, envasando cientos de frascos de tomates, cuyos ácidos les dejaban las manos en carne viva».

«Rachel se quitó unas hormigas del hombro, colocó los vaqueros por debajo de la cabeza a modo de almohada y se retorció en un esfuerzo por mantener la calma. Nunca había pensado en casarse. El matrimonio le resultaba tan ajeno como el dios de Milton. Para la Chica del Maíz potawatomi, casarse significaba marcharse y perderlo todo; para Rachel, el matrimonio significaría quedarse y conseguir lo que siempre había deseado. La idea de ser dueña de la tierra la mareaba y le daba un poco de sueño, como si hubiera pasado un largo día de caza y ahora necesitara descansar antes de cocinar y comerse la presa».

«Sally había observado las fatigas de su propia madre y desde muy joven se prometió a sí misma que no tendría una relación tan servil con los maridos y los hijos, ni con la tierra y el clima».

«Sabía poner cara de entusiasmo y dar la impresión de estar llena de energía, de la misma manera que un pájaro pequeño y escuchimizado hincha las plumas para mostrarse más grande y sano de lo que es. El pelo le caía en una cascada de capas, pensó Rachel, igual que a esos ridículos patos blancos domésticos que se acicalan en la orilla de un río».

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