Con Narcopiso, de Paco Gómez Escribano, llegamos al último eslabón de la cadena del tráfico de drogas, el —en teoría— último corte. El menudeo final.
En realidad, la novela no se centra en el proceso corte > mueva > venda > cobre (que diría Cruzzi), sino en un grupo de antihéroes sin capa que debe acabar con un narcopiso recién instalado en el barrio.
Estos protas son unos notas borrachuzos (su reino por una yonquilata) que —al menos— consiguieron dejar el caballo a tiempo. Es gente sin curro que necesita pasta, peña que decide ayudar a unas pobres vecinas y vecinos, mayores, del barrio, a cambio de tela. De forma desinteresada tampoco iba a ser. Aunque creo que podrían haber llegado a hacerlo simplemente por echar una mano, porque el Pirri, el Perla, el Araña y el Tijeras son buenas personas: leales a sus amigos y fieles a sus principios.
Es puro Gómez Escribano. Con su crítica social mordaz y ambientes de baretos y parroquianos, sus personajes, desparramados, pero muy leídos en ciertos casos. Puedes encontrar muchas referencias literarias a lo largo de la historia, sobre todo de novela negra. Tanto es así que hasta sale un bibliotecario, el Cortecín, uno de mis prefes (además del Pirri, claro) 🥰
Canillejas sigue creciendo y los personajes de distintas novelas parece que empiezan a cruzarse. Gómez Escribano está construyendo otro Canillejas en un universo paralelo y eso me recuerda a Irvine Welsh, lo cual me flipa.
Me ha encantado esta nueva aventura. Paco vuelve a dejar otra muesca en el realismo sucio cañí.
Nota: Si queréis saber más de Narcopiso y os molan los podcast, echadle una escucha al Rincón Criminal, de Hutxu, que se plantó en Canillejas con un micro y lio a Gómez Escribano para grabar un capítulo. A Paco, a Diego y a una servidora. Qué bien lo pasamos. Aquí os lo dejo enlazado en ivoox.
Algunos fragmentos de Narcopiso, de Paco Gómez Escribano
El bar, el Araña y el Perla
«El bar era uno de esos bares de las novelas de Bukowski, con sus borrachos, con sus fantasmas, con sus historias flotando entre el humo de los cigarrillos y el rastro de pensamientos perdidos que se habían quedado anclados entre las cuatro paredes del garito. Y allí estaban estos dos, el Perla y el Araña, siempre bebiendo, siempre charlando por los codos aunque no tuvieran nada de qué hablar. El Perla, con sus gotas de filosofía de bar, y el Araña, en su sencillez congénita, escuchando a su colega, preocupándose por él cuando nunca se había preocupado por él mismo. Dos chavales que estaban vivos de milagro, algo de lo que no podían presumir algunos de sus colegas y algunos de los míos. En libertad pero con más antecedentes que cualquier pandilla de gánsteres de aquellos de las películas en blanco y negro. Y si digo «chavales» es porque al lado de mí lo eran. El Perla, un nota espigado rubio con ojos azules, demasiado guapo, demasiado borracho, con su estética de macarra trasnochado de los ochenta, y el Araña, su colega, su contrapunto, un tipo bato con piernas de palillo, gafas de miope, ojos de besugo y su gorro de lana azul marino».
«Decir que el bar era decadente habría sido perpetrar un eufemismo con nocturnidad y alevosía, que nunca he sabido lo que es, pero me mola decirlo. Cualquier día la palabreja me sale en un crucigrama y me entero. El garito no se pintaba desde antes de que aquellos tipos que quedaron como salvadores de la patria redactaran la Constitución. Olía a desesperanza, a muerte prematura y a amoníaco, y a otros productos de esos que producen alérgicos a todo en serie. Julito, el camarero, era tan simpático como una perforadora de pozos. Por más que mandara a toda la clientela a tomar por culo con más frecuencia de lo recomendable, por más que les dijera en numerosas ocasiones que se fueran a otro bar, que lo dejaran en paz, que lo tenían hasta las mismísimas pelotas, allí se juntaban siempre los mismos, incluido yo, el tipo raro de los crucigramas y las novelas, un borracho más entre todos los clientes borrachos. Porque se trataba de eso, de beber y pasar la mañana o la tarde o la noche hasta el cierre. A que permaneciéramos allí ayudaba el hecho de que la priva era barata, a precio de bodega».
El Pirri
«Yo llevaba un pedo majo, suficiente pero susceptible de incrementarse sin peligro de perder el conocimiento. Así que me acerqué a la barra y me pedí otro tercio. No me acuerdo de más. Suele pasar. Los borrachos siempre creen que les queda más aguante».
«Yo no era ni Spade ni Marlowe, ni mucho menos Mike Hammer. En las novelas todo parecía muy fácil. Yo me parecía más a los vagabundos de Kromer, a los perdedores de Bukowski, a ese cabrón de Jack Taylor de Ken Bruen. Ni siquiera era capaz de pensar nada si en los próximos minutos no metía algo de alcohol para el cuerpo».
Crisis y ¿Democracia?
«Estos años serán recordados por los pobres y los deshe redados como una ruina. Que si el paro, que si la crisis… pero la verdad es que cualquier año es malo para quien no tiene dónde caerse muerto».
«—Esto es una democracia, ¿no?
—¿Tú crees que esto es una democracia? Joder, tronco, ya sé desde hace mucho que no eres una eminencia, pero eres mi colega, el único que me queda desde que éramos chinorris. Y que me digas eso me jode, porque Franco jodió a base de bien a nuestros viejos. Y cuando la palmó, el hijo de puta repartió su jodido imperio de paletos entre sus colegas, unos jodidos Maquiavelos que hicieron un partido de ultraderecha y otro de derechas. Y a nosotros en este puto barrio nos trajeron el caballo, cuya venta dejaron en manos de gitanos y quinquis en poblados chabolistas llenos de ratas y de mugre.
—Hombre, visto así…
—¿Y cómo quieres que lo vea? Mira, colega, de entre los miles que la palmaron podrían haber salido líderes o hasta científicos. Pero se lo cargaron todo, como Mengeles de pacotilla que eran. Y estos que salen en la tele son sus putos hijos. Sus nietos comerán langosta en clubes náuticos. Y tú y yo estamos aquí, alcoholizaos, comiéndonos los cacahuetes rancios que nos pone este cabrón. Democracia, dices. Me parto toda la caja, tronco».
Otro disfrute para tu biblioteca. Enhorabuena y gracias