Drugstore cowboy / James Fogle

Muchos habréis visto la peli, yo también la había visto. Nada que envidiarse entre el libro y la peli, me da la misma sensación que con Trainspotting o con Miedo y asco en Las Vegas, no está de más ninguno de los dos formatos.

El autor James Fogle fue un ladrón, drogadicto y convicto, que se dedicó a escribir novelas en la cárcel. Tiene esta cara:

Durgstore cowboy es, al parecer, su única novela publicada. Fue publicada despúes del éxito de la película, el resto de novelas que escribió Fogle están en posesión de Daniel Yost (guionista de la mencionada peli). Y por supuesto, dado el perfil del autor (experto atracador de farmacias, un Jaro a la americana) la novela es autobiográfica. No sé si las situaciones son exactas, pero las reflexiones y vivencias son parte del escritor: sí o sí.

Y ahora pasamos a la novela.

Bob y Diane, Diane y Bob. El equipo de yonkis atracadores perfectos, que tienen al detective de turno pisándoles los talones.

Porque Bob será un adicto, pero es listo de cojones. «El hambre agudiza el ingenio», llamémosle «hambre» llamémosle «mono». Pero no sólo es listo a nivel práctico (ejercer su oficio, conseguir las dosis para la cuadrilla y sobretodo que no le pillen) también resulta muy reflexivo. Habla sobre la sociedad, la justicia, la vida…

¿quién puede entender la justicia? A un pederasta le echan seis meses en la cárcel del condado y ese mismo día envían a un pobre drogadicto enfermo a la cárcel estatal ocho años por un gramo de heroína rebajada con azúcar que tiene que pincharse esa misma noche, porque si no lo hace deseará estar muerto antes de que amanezca. ¿Quién entiende la justicia? La justicia no entiende la justicia. Hay que asistir a una clase de geografía en derecho penal para saber dónde puedes cagar todavía sin que sea un delito grave.

Nuestro prota, habla y reflexiona mucho sobre las situaciones y elementos que rodean el tema de las drogas del mismo modo que han podido hacer Jabi (Subversión x) o Iosu (Eskorbuto). Lo que tienen en común es que dominan el asunto y lo han vivido en sus (pocas) propias carnes y todos cuentan lo sacrificada que es -aunque no lo creamos- la vida de un adicto. Estas peroratas, habitualmente drogopropulsadas suelen culminar con una parrafada que rezuma lo que llamo orgullo yonki (en este caso además, Bob, pone la guinda con un mensaje pro legalización -así general-):

¿Estoy loco o tengo razón, nena? Si me oyera hablar así, la mayoría de la gente daría un bote y diría que estoy mas loco que una cabra. ¿Y sabes qué, nena? Creo que a lo mejor son ellos los locos. Porque al menos yo he probado de pasada su modo de vida un par de veces y no me ha parecido gran cosa. Pero ellos ni se inmutan. Lo único que quizás hayan hecho es leer unos cuantos artículos malos sobre drogatas para llegar a la conclusión de que no hay ninguno bueno, de que todos somos infrahumanos, de que ellos son mejores que nosotros y de que deberían encerrarnos en una celda y dejarnos ahí el resto de nuestras vidas. ¿Y por qué? Porque queremos hacer con nuestros cuerpos lo que deberíamos tener derecho a hacer. Ellos se quedan sentados y lloriquean por la violencia que invade las calles y, coño, lo único que tienen que hacer es legalizar la droga y abaratarla para acabar con todo eso.

La adicción se refleja claramente en el comportamiento de los protagonistas: irritables, inquietos y paranoicos.

Por momentos, no muy avanzada la novela, la personalidad de Bob me recordó muchísimo a la de un ludópata, en concreto me venía a la mente el prota de El jugador de Dostoievsky. El ansia, la sensación de placer en las falsas victorias, considerar que todo depende de la fortuna y, obviamente, asumir que exiten elementos o situaciones que determinarán el comienzo o fin de una racha (buena o mala, como buen supersticioso) es una de las señas del protagonista.

«Cielos -pensó, explicarle qué es la suerte a alguien que nunca ha tenido que depender de ella cada día de su vida es un coñazo.» Diablos, ni él mismo la entendía.»»

La alegría me la llevé mucho más adelante cuando, el propio autor, vino a darme la razón (toma gallifante, Katri).

Y luego esta el puto mal de ojo, aquel sombrero encima de la cama. Un ladrón es como un jugador en ciertos aspectos. Tiene que ir un paso por delante. Le debe acompañar la diosa fortuna. Y, Diane, puede que seas el mejor jugador o ladrón del mundo, pero si la suerte no está de tu lado, despídete, porque por mucha destreza que tengas a la hora de jugar tus cartas, no vas a ganar si las que tienes son malas.

En fin, que la novela se lee rápidamente, además de por la forma en que está escrita (frases cortas y concisas), porque «pasan cosas» y quieres saber qué tal va a ir a Bob Hughes y a sus secuaces. Sintetizando al máximo diría que va de ladrones-yonkis o yonkis-ladrones, como quieras verlo (yo opto por la segunda). Es puro realismo sucio con su filosofía de realismo sucio.

Recomendadísimo para los simpatizantes del género.


Se suponía que un drogata o un ladrón tenía que ocuparse de su novia, cuidar de ella, asegurarse de que no resultara herida, de que no hablara en el momento equivocado, de que no se chivara ni amenazara con hacerlo. La relación entre un drogadicto y su pareja era algo curioso. Tener pareja se consideraba un lujo entre los drogatas que podían permitírselo, porque, ¿qué podían hacer por uno además de ofrecer un poco de compañía? Si no mantenían la boca cerrada y se dejaban de tonterías, ¡nada! Y si usaban mucho la cabeza, como hacía la mayoría de ellas, eran un incordio.

Y cuando por fin se dio cuenta de ello, dejó de intentar enderezarlo y se unió a sus actividades ilegales. Al principio lo hizo por despecho. Quería demostrarle lo ridículo que era todo. poco tiempo después ya se había sumergido totalmente en el mundo de las drogas. Y ahora era justo decir que Diane había superado a Bob. Bob se puso a pensar en eso, en cómo su chica lo había adelantado, y comenzó a sonreír.

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