Doce años después regresa al blog como protagonista (porque cameos ha hecho muchos) una de las figuras más importantes de la literatura española, Ramón María del Valle-Inclán, y lo hace gracias a La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales. Se trata de una obra bastante peculiar, impregnada de filosofía y esoterismo. No es un libro para leerse del tirón y a toda mecha, dada la profundidad de los temas que aborda. Es un texto de los que, para saborearlo bien, requiere relecturas y parones; como se lee a muchos de los grandes filósofos.
Porque este libro es una especie de tratado sobre «la estética», que no sobre estética. Es decir, no nos habla de cómo quitarse las arrugas, teñirse las canas o ponerse tetas. Por el contrario, abraza aquellas cuestiones pertenecientes a la rama de filosofía que tiene ese mismo nombre. Reflexiona sobre el arte, la percepción de la belleza y el transcurrir del tiempo; en general diría que Ramón disecciona el verbo y el alma. Además, la edición que ha rescatado La Felguera es fiel a una publicada en 1922, ilustrada por Moya del Pino. Esta Lámpara maravillosa es una auténtica joya para la vista, el intelecto y el espíritu.
«Este momento efímero de nuestra vida contiene todo el pasado y todo el porvenir. Somos la eternidad, pero los sentidos nos dan una falsa ilusión de nosotros mismos y de las cosas del mundo».
Valle-Inclán: el modernista, el incómodo
Supongo que todo el mundo tiene localizado al vilagarciano Valle-Inclán (1886 – 1936), figura clave del modernismo y perteneciente a la generación del 98. El gallego fue el creador del esperpento, un escritor incómodo por lo crítico: azote literario de la sociedad española de finales del XIX y principios del XX. Novelista, poeta, periodista, dramaturgo, ensayista y vividor.
Pasó mucha parte de su vida en Madrid y fue un tertuliano asiduo a los cafés, protagonista (junto a otros) de la bohemia. Durante su segunda estancia en Madrid, tras volver de México en 1895, trabajó como funcionario del Estado (en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes). Con las dos mil pelas que cobraba al año, ¿para qué publicar? No necesitaba la pasta, así que su tiempo libre lo pasaba en el Café de Gijón, en el de Levante, en Fornos, en Lhardy… Vamos, que tenía que ser un guía magnífico para llevarte «de garitos».
Lo mismo sacaba el sable (literal, no figurado) y luchaba contra un contrincante escritor, que disertaba sobre literatura con otras tantas grandes figuras literarias. Se codeó con Pío Baroja, Alejandro Sawa (en quien se inspiraría para crear a Max Estrella, el prota de Luces de Bohemia), Emilio Carrere, Cansinos-Assens, Azorín y un largo etcétera. En relación al mencionado sable: ganó alguna batalla, pero sin haber batallado en Lepanto, terminó perdiendo un brazo a causa de una herida (que se gangrenó y por tanto, tuvieron que amputar) fruto de un lance contra el periodista Manuel Bueno Bengoechea.
Podría extenderme mucho más hablando sobre su vida, pero quizá lo haga si algún día me leo su autobiografía, que tiene que ser la hostia. Me flipa esa frase que soltó cuando ya veía el filo de la guadaña:
«No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuita sabiondo».
La lámpara maravillosa: o cómo buscar la iluminación por medio de la ética y estética
Como comentaba en la introducción, esta es una obra cargada de filosofía, misticismo y simbología. Yo me he percatado de las dos primeras, pero no tanto de la tercera puesto que soy bastante ignorante en cuanto al ocultismo y esas vainas. El texto y las ilustraciones que lo acompañan están repletos de mensajes escondidos. Búhos, serpientes, seres mitológicos, astros, alas, fuego, calaveras, ángeles, ojos y un largo etcétera, habitan este libro que los aficionados a las artes ocultas exprimirán muchísimo mejor que la menda.
Sin embargo, aunque no captes todo lo que Valle quería transmitir por medio de la palabra y las imágenes, no te sabrá a poco. Aquí se halla el espíritu del poeta cuyo cuerpo se marchita y busca —con más ahínco si cabe que en su juventud— la atemporalidad, la iluminación y el fin último de nuestra existencia. Esa parte del título que habla de Ejercicios espirituales es muy significativa en cuanto a lo que va a encontrar quien se acerque a esta obra.
«Nuestros sentidos guardan la ilusión fundamental de que las formas permanecen inmutables, cuando no es advertida su inmediata mudanza. Hallamos que las cosas son lo que son, por lo que tienen en sí de más durable, amamos aquello donde se atesora una fuerza que oponer al Tiempo».
El rescate de La Felguera de un adelantado a su tiempo
Al día siguiente del entierro de Valle-Inclán, escribió Manuel Azaña: «Él hubiese querido ser, no el hombre de hoy, sino el de pasado mañana». Quien lea esta Lámpara maravillosa no podrá hacer otra cosa que darle la razón. Quiero pensar que si Ramón viviera en nuestros días, tendría de archienemigo al innombrable (Pérez-Reverte) e incluso se batiría en duelo contra él, a espadazo limpio. Frases como la que siguen, desde mi punto de vista vigentes en este siglo XXI, me hacen creer que estaría a favor del lenguaje inclusivo y otras reivindicaciones de la época actual:
«El tiempo desgrana eternamente sus horas, y en cada hora los sentidos del hombre aprenden a conocer el universo. Un día nuestros ojos y nuestros oídos destruirán las categorías, los géneros, las enumeraciones, herencia de las viejas filosofías y de las viejas lenguas habladas en el comienzo del mundo […] ¡Pero en la luz divina de este día aún seguiremos cautivos de los ritmos clásicos, y de su tradición y de sus claras normas!»
La Felguera vuelve a hacer alarde de ese olfato que tienen para rescatar textos de hace más de un siglo (libros que costaban un duro, cinco pelas, cinco pesetas) que demuestran una conciencia que ya le gustaría tener a gran parte de la sociedad contemporánea. Ya podría decir la RAE «misa», que Valle seguiría yendo a su aire, o eso quiero creer.
«Los idiomas nos hacen, y nosotros hemos de deshacerlos. Triste destino el de aquellas razas entregadas en el castillo hermético de sus viejas lenguas, como las momias de las remotas dinastías egipcias, en la hueca sonoridad de las Pirámides».
La lámpara maravillosa: alimento artístico
En definitiva, no puedo estar más agradecida a mi amiga Silvia y su churri Rubén, que me regalaron este libro por mi último cumpleaños, porque esto es prácticamente una pieza de coleccionista.
Cualquier bibliófilo se quedará con la boca abierta cuando empiece a pasar las páginas de esta edición que esconde un facsímil. Los dibujos originales de Moya del Pino (incluidas las portadas y letras capitales) te transportan a principios de siglo, pero su contenido no ha perdido vigencia alguna.
«Toda mudanza substancial en los idiomas es una mudanza en las conciencias, y el alma colectiva de los pueblos, una creación del verbo más que de la raza»
Pero Moya del Pino no es el único artista gráfico que podemos encontrar aquí, Mario Rivière (habitual ilustrador en La Felguera) también aporta su granito de arena en cubierta y guardas. La encuadernación y estética exterior es similar a la de la edición de Las calles siniestras (de cuyas virtudes hablé en su día). Tanto es así que, cuando me lo regalaron, como no venía envuelto preferí recibirlo con los ojos cerrados y, simplemente con el tacto, acerté (y no es por echarme flores, es que ocurrió así) que se trataba de «un Felguera», dejando flipaos a los presentes.
Una vez más, gracias por rescatar estos tesoros del pasado.
Algunos extractos
«El idioma de un pueblo es la lámpara de su karma. Toda palabra encierra un oculto poder cabalístico: es grimorio y pentáculo».
«Y es gran verdad que los ayeres guardan el secreto de los mañanas. Si volvemos los ojos [a] lo que pasó, sabremos de lo venidero, pero no será sin evocar toda nuestra vida y desandar los caminos llorando sobre ellos, porque solo en este dolor y en este arrepentimiento se despierta la conciencia y alumbra la luz del más allá… El dolor del pecado agranda el ámbito de nuestra ciudad interior y lo llena de resonancias infinitas».
«Aquella ciega de aldea cuando contaba sus historias parecía estar mirándolas en el fondo de su alma, algunas tenían el terror trágico de los poemas primitivos, sobre otras pasaba el vuelo inocente de los ángeles. El alma de la ciega era como un caracol marino lleno de resonancias, oía las voces de cien generaciones, estaba llena del rumor de los maizales, y los cuentos que contaba parecían nacidos a lo largo de las veredas bajo el influjo de la luna».
«El verbo de los poetas, como el de los santos, no requiere descifrarse por gramática para mover las almas, su esencia es el milagro musical».
El regalo nos lo hemos llevados nosotrEs al leer tus brillantes palabras tan bien entretejidas. Porque el lenguaje también habla de quien [bien] lo usa.
PD: damos fe de que no dudaste ni un segundo de que era «un Felguera» y del asombro del personal 🙂
Muchas gracias, ahmicos, por vuestras palabras ❤️
Sé que teníais algo de miedo por lo —teóricamente— arriesgado de la apuesta, pero ha sido un pleno al quince.
Mmmuak!
Eres genial. Mil gracias
Muchas gracias a ti 🥰🥰