Serotonina / Michel Houellebecq

Para qué me meteré en estos jardines a estas alturas: esa es la conclusión final.

Hace décadas, como casi todo el mundo, disfruté con sus partículas elementales y al ver una novela nueva suya en todas las librerías, terminé picando. Porque el título me atraía y ¡por lo que fuimos alguna vez, Michel!

Cometí el error de pedirlo por Internet (eh, primero fui a -mi- librería pero no quedaban) y, como podéis ver en la foto, me enviaron uno completamente decolorido excepto donde estaba la faja editorial. Tiene pinta de que ha pasado mucho tiempo al sol, mal augurio desde el momento en que descubrí el ejemplar.

Y no, no me ha gustado demasiado el contenindo tampoco. No me ha disgustado tanto como dejar el libro a la mitad, pero no lamentaría haber evitado ese gasto innecesario. Ya se sabe que Houellebecq es ante todo, un provocador, pero hay ciertos temas extremadamente delicados que abarca en el libro que son tratados con una ligereza tal… que me han puesto la carne de gallina.

Concretando un poco, el protagonista y narrador de esta historia es Florent-Claude Labrouste, a quien por no gustarle, no le gusta ni su nombre. Un tipo cuarentón, que trabaja en el ministerio de Agricultura con tema de transgénicos, y que al conocer las infidelidaddes de su actual pareja (ojito con la Yuzu) decide dejarlo todo y «desaparecer del mapa».

Google influye muy poco llegados a este punto, en el amor incondicional el ser amado no puede morir, es inmortal por definición, el realismo de Yuzu era el otro nombre del desamor, y esta deficiencia, esta falta de amor tenía un carácter definitivo, en una fracción de segundo ella acababa de salir del marco del amor romántico, incondicional, y había entrado en el de la conveniencia, y desde aquel momento supe que se había acabado, que nuestra relación había terminado y que incluso ahora era mejor que acabase cuanto antes porque yo ya no tendría nunca más la sensación de tener a mi lado a una mujer sino a una especie de araña, una araña que se alimentaba de mi fluido vital y que no obstante conservaba la apariencia de una mujer, tenía pechos, tenía culo (que ya he tenido ocasión de elogiar) e incluso un coño (sobre el que he expresado algunas reservas), pero nada de esto servía ya, yo la veía convertida en una araña, una araña venenosa que picaba y me inyectaba día tras día un fluido paralizante y mortal, era importante que ella saliera lo más pronto posible de mi vida.

Decir tiene que la «infidelidad» la descubrió mediante un par de vídeos, bastante explícitos y con bastante gente en ellos. Así que, como decía, decide desparecer del mapa, pero del de ella, porque el notas vuelve a Francia (estaban viviendo aquí en España) y acude a un psiquitara. Debido a su depresión, este le receta un nuevo antidepresivo -Captorix, no Prozac- cuyos efectos secundarios inmediatos son la pérdida de líbido y erección, aunque tampoco es que importe porque pa lo que la usa en lo que le queda de novela…

Sobre su querida pastilla que eleva los niveles de serotonina explica:

No crea ni transforma; interpreta. Lo que era definitivo lo convierte en pasajero; lo que era inevitable lo vuelve contingente. Proporciona una nueva interpretación de la vida: menos rica, más artificial, e impregnada de cierta rigidez. No procura ninguna forma de felicidad, ni siquiera un verdadero alivio, su acción es de otra índole: transformando la vida en una sucesión de formalidades, permite engañar. Por lo tanto, ayuda a los hombres a vivir, o al menos a no morir…, durante un tiempo.

Es una historia bastante deprimente, de lo que pudo ser y no fue, en la que se intenta encontrar las claves de la felicidad. Es una lástima leer cómo ve la vida, pero por otro lado, conforme avanzas, terminas viendo que el protagonista se lo ha ganado a pulso.

A decir verdad yo me encontraba en la misma situación, los años de estudiante son los únicos felices, los únicos en los que el porvenir parece despejado, en que todo parece posible, después la vida adulta, la vida profesional, no es más que un lento y progresivo estancamiento, sin duda por eso las amistades de la juventud, las que entablas durante los años de estudio y que en el fondo son las únicas verdaderas, nunca sobreviven a la entrada en la madurez, evitamos volver a ver a los amigos de juventud para no confrontarnos con los testigos de nuestras esperanzas frustradas, con la evidencia denuestro propio aplastamiento.

Nos relata cómo dejó pasar a sus dos amores -reales- y cómo ahora, el dandee, se encuentra abandonado a su suerte (te jodes). Así que, en la novela, va recordando sus historias pasadas, tanto a nivel amoroso como a nivel profesional (por ejemplo, habla de cómo pasó de defender la agricutura extensiva a terminar trabajando con transgénicos) para dejar patente las vueltas que da la vida, ay, ay…

Conservo de aquel período un recuerdo extraño, únicamente puedo compararlo con los raros momentos que solo se producen cuando uno está sumamente apaciguado y feliz, momentos en que te resistes a adormilarte, te retienes hasta el último segundo, al mismo tiempo que sabes que el sueño que se avecina será profundo, reparador y delicioso. No creo equivocarme al comparar el sueño con el amor; no creo engañarme al comparar el amor con una especie de ensueño de dos, cierto que junto con instantes de ensueño individual, de pequeños juegos de conjunciones y cruces de caminos, pero que permiten, con todo, transformar nuestra existencia terrenal en un momento soportable, que incluso es, en verdad, el único medio de soportarla.

A lo largo de sus reflexiones, además de hablar del amor y la felicidad, el protagonista toca temas políticos -habla de los indignados y se queda bien agusto, o de las pocas ayudas a la agricultura- y sociales desde su punto de vista, con el que puedes o no estar de acuerdo. A mí me huele a rancio mucho de lo que dice el protagonista (a machista y homófobo por partes iguales), que no el autor, ¿no?.

No obstante, en algún momento me ha tocado la fibra, que supongo que es lo que ha conseguido que continuase con el libro (el momento «cura» del funeral de sus padres ha sido uno de esos momentazos). Además, no puedo negar que también quería saber qué iba a pasar con el imbécil de Florent.

El cura me había irritado un poco durante su sermón con sus alusiones baratas a la magnificencia del amor humano, preludio de la aún más grande del amor divino, me pareció un tanto indecente que la Iglesia católica tratase de recuperarlos, cuando está en presencia de un caso de amor auténtico un cura cierra el pico, es lo que tuve ganas de decirle, ¿qué podía comprender aquel payaso del amor de mis padres? Ni siquiera yo estaba seguro de comprenderlo.

Me gustaría añadir que he disfrutado con esos momentos en los que se dedica a hablar de cocina y de platos que ha ido probando. Me gusta leer ese tipo de cosas, se me hace la boca agua y me dan ganas de probarlo todo. Me da vida solo leerlo.

El examen de la carta, la agradable y típica de un bistró, me permitió demorarme un buen rato. Al final me decidí por una cazuela de caracoles de Borgoña (seis) con mantequilla de ajo, y a continuación vieiras fritas con aceite de oliva y tagliatelle. De este modo buscaba superar el dilema tradicional entre tierra y mar (vino tinto versus vino blanco) eligiendo platos que nos permitiesen tomar una botella de ambos. El razonamiento de Claire pareció adoptar el mismo criterio, pues se decantó por una tostada de tuétano con sal de Guérande, seguida por una bourride de rape a la provenzal con su alioli.

En fin, que en este caso no me esforzaría mucho en recomendar el libro. Siempre se me ocurriría alguno antes que este para regalarle a alguien. Además, a Houellebecq tampoco le hace falta la pasta, así que por mi parte, que le den. El título está guapo (y ya ves, es el concepto en sí lo que está guapo, ni siquiera es un título trabajado) pero el contenido no me ha terminado de convencer.

Para compensar lo arduo que ha sido terminar Serotonina, me he enchufado uno pequeñito de divulgación científica en día y medio que ha conseguido que olvidase todos los males que me había provocado Michel. Será la próxima reseña.


En algunas circunstancias críticas de mi vida he recurrido a una forma de telemancia de la que yo, que supiera, era el inventor. Los caballeros de la Edad Media, más adelante los puritanos de Nueva Inglaterra, cuando tenían que tomar una decisión difícil, abrían la Biblia al azar, posaban al azar un dedo en la página e intentaban dar una interpretación al versículo señalado y tomar su decisión en el sentido indicado por Dios. Del mismo modo yo solía encender el televisor al azar (sin escoger la cadena, bastaba con pulsar el botón On) y trataba de interpretar las imágenes que veía.

La gente no escucha nunca los consejos que le dan, y cuando los pide es específicamente para no seguirlos en absoluto, lo que quiere la gente es que una voz externa le confirme que se ha metido en una espiral de aniquilación y de muerte, los consejos que se da a la gente desempeñan exactamente la misma función, el coro trágico que confirma al héroe que ha emprendido el camino de la destrucción y el caos.

La muerte, sin embargo, acaba imponiéndose, la armadura molecular se agrieta, el proceso de desintegración reanuda su curso. Sin duda es más rápido para quienes no han pertenecido nunca al mundo, los que nunca se han planteado vivir, ni amar ni ser amados; para quienes siempre han sabido que la vida no estaba a su alcance. Estos, y son muchos, no tienen nada que lamentar, como suele decirse; mi caso es distinto.

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