El café de Qúshtumar / Naguib Mahfuz

Portada de «El café de Qúshtumar», de Naguib Mahfuz. Ed. Destino, 1998.
Portada de El café de Qúshtumar, de Naguib Mahfuz. Ed. Destino, 1998.

Después de bastante tiempo sin publicar, regreso con una pequeña novela de Naguib Mahfuz: El café de Qúshtumar. Han pasado bastantes años desde la última vez que leí algo del nobel egipcio y lo cierto es que sigue sin defraudarme. Es una historia mucho más sencilla que Hijos de nuestro barrio o El palacio del deseo (que son las dos que he catado hasta ahora), bonita, que no ñoña, donde la amistad y el paso del tiempo son los dos temas principales.

Toda la trama se desarrolla en El Cairo, a lo largo del siglo XX, donde crece y, más tarde, envejece un grupo de amigos. En menos de 200 páginas, Naguib es capaz de retratar la vida de cuatro hombres desde que se conocieron en el colegio hasta que fueron ya ancianos. Muchas son las cosas que irán cambiando conforme transcurran los años: la política, la sociedad, el paisaje, la ciudad y, por supuesto, ellos mismos.

Una novela que tiene mucho de cuento, que se lee en un par de sentadas con una sonrisa en la cara y que te acerca a la historia reciente de Egipto.

«Venga, vayamos juntos hacia nuestros setenta años. Quedaba el rincón de Qúshtumar, nuestro Señor lo perpetúe. Aunque sus viejas paredes no llegasen a interponerse entre nosotros y el mundo, era el único sitio estable en éste, bramaran como bramasen las tormentas a nuestro alrededor».

Naguib Mahfuz

Naguib Mahfuz vivió 94 años, ahí es , y el Premio Nobel se lo dieron cuando tenía 77 (no lo pudo recoger porque, además de que no le gustaba demasiado viajar y nunca pisó occidente, su salud ya flaqueaba). Nació en El Cairo a principios del siglo pasado, en 1911. Estudió filosofía y ejerció como profe poco más de un año, hasta que lo dejó para dedicarse a la escritura profesionalmente. Sin embargo, como ocurre en la mayoría de los casos, tuvo que seguir trabajando (consiguió plaza como funcionario) por aquello de pagar las facturas y demás.

Durante la revolución de 1919 (cuando solo tenía siete años) vio, desde la ventana de su casa, a militares británicos disparando a manifestantes. Esta experiencia lo dejó marcado de por vida y, probablemente, sea la razón por la que sus escritos tienen siempre un trasfondo político que envuelven al tema central de su obra. Creció en una familia musulmana, pero esto no le libró de que los Hermanos Musulmanes lo pusieran en su «lista negra» por el contenido crítico de algunas de sus obras. Tanto es así, que muchos de sus libros fueron prohibidos en el mundo árabe durante años.

En 1994 un extremista le asestó una cuchillada en el cuello y las secuelas de la agresión terminaron con su carrera. Es curioso que unos años antes, en 1989, defendió a Salman Rushdie (a pesar de no compartir muchas de sus opiniones) cuando este fue condenado a muerte. Igual os suena el nombre: es el escritor que recientemente, en 2022, sufrió un ataque similar al de Naguib.

«La cultura es un impacto traumático que nos ha sido otorgada para espabilarnos del letargo».

Como cualquier buen escritor, fue un gran lector. Desde joven se empapó de la literatura occidental y algunas de sus mayores influencias fueron Tolstoi, Chejov, Dostoievski, Maupassant, André Gide y Shakespeare. Nos dejó un legado literario extensísimo: 35 novelas y más de 250 cuentos, además de guiones de películas y obras de teatro. Yo no he hecho más que asomar un poco el hocico, así que mi criterio poco sirve para aconsejar sobre su obra, sin embargo, si me preguntaseis qué recomendaría leer, diría que Los hijos de nuestro barrio. Me entusiasmó.

El café de Qúshtumar, novela por entregas

Prácticamente todas las novelas que he leído del tirón y que fueron concebidas originalmente «por entregas» me han gustado mucho. Ese «prácticamente» es por culpa de Sin noticias de Gurb que, sintiéndolo mucho por sus hooligans (que los hay), lejos de reírme con ella, me pareció un auténtico tostón, más repetitivo que el filtro boomerang. No es el caso de El café de Qúshtumar.

La novela se centra en la vida de cuatro amigos, de un grupo de cinco. El quinto hace de narrador, un mero observador del que no sabremos nada más aparte de que también formaba parte de la cuadrilla. Todos ellos, se reunirán durante más de setenta años en el café que da título a esta obra. Qúshtumar puede considerarse otro protagonista más junto con el barrio de El Cairo (Alabasía) donde habitan.

«Qúshtumar fue testigo de nuestra despedida de la juventud y de nuestros primeros pasos por la madurez».

Táher, Sádiq, Ismael y Hamada forman un grupo variopinto, tanto teniendo en cuenta sus orígenes como sus maneras de ser, aspiraciones o intereses. Sus familias son muy distintas, más o menos pudientes o religiosas, de una posición política u otra, más o menos numerosas, etc. También lo son sus perfiles individuales: el estudioso, el vividor, el obediente, el rebelde, el ambicioso, el conformista… Existe entre ellos un sinfín de contrastes (con sus correspondientes grises).

«Ismael participaba en todas las manifestaciones estudiantiles, mientras que Sádiq se contentaba con proclamar su disgusto y Hamada no iba a las manifestaciones que tuvieran lugar fuera de los muros de la universidad, como si estuviera por encima de promiscuidades con las masas. Táher permanecía en una postura cuasi neutral».

Gracias a este elenco tan variado Naguib Mahfuz se asegura poder tocar casi cualquier tema (social, moral, político o psicológico) desde diferentes puntos de vista. Por eso, a pesar de ser una novela tan breve y aparentemente ligera, me ha parecido muy sustanciosa.

El devenir de El Cairo

Si a este abanico le añadimos el efecto del paso (y el peso) del tiempo, los designios de la Fortuna y un fondo sociopolítico y religioso bastante convulso, imaginaos el remolino que se puede formar. Heráclito le daría un like a El café de Qúshtumar por aquello del perpetuo cambio. Representa el devenir.

Cambian las vidas, opiniones y aspiraciones de Táher, Sádiq, Ismael y Hamada. Llegan las revoluciones, la independencia, la monarquía, la república y el fanatismo religioso; cambia la sociedad y el gobierno. Cambian el barrio y las calles.

«¿Y del antiguo Alabasía, quedaba algún vestigio? ¿Adónde habían ido a parar los huertos y los jardines? ¿Adónde la palmera y nuestro lugar de reunión a sus pies? ¿Y el chumberal? ¿Dónde las casas de jardines traseros? ¿Y los palacetes, las mansiones, las señoras de clase alta? ¿Acaso veíamos hoy día algo más que bosques de cemento armado, y correrías de locos vehículos…? ¿Oíamos otra cosa que no fuera el estruendo y la algarabía, es que nos cercaba algo que no fueran montañas de basura…?»

Pero hay una cosa que no cambia y permanece inmutable a lo largo de setenta años: la amistad que une a los protagonistas. No son pocas las diferencias que existen y brotan entre ellos y, a pesar de eso, se mantiene igual de sólida que el primer día.

Leer esta novela de Naguib Mahfuz acaricia el alma, invita a reflexionar y encima nos habla de la historia reciente de Egipto. Es de admirar que consiga todo esto en unas pocas páginas (habiendo tochazos por ahí que, al terminar, no te aportan prácticamente nada). Definitivamente, ha sido un acierto volver al nobel egipcio. Tendré que continuar.

Algunos fragmentos de El café de Qústhumar, de Naguib Mahfuz

«Qúshtumar resistía como si fuera una segunda patria para nosotros. Su dueño, ya entrado en años, murió, y su hijo ocupó su lugar. En Qúshtumar resonaron nuestras voces celebrando la caída de Sudqi, las buenas nuevas en política, las noticias del triunfo de los nazis bajo el liderazgo de Hitler en Alemania, y el Tratado de Independencia de Egipto de 1936».

«Era profundamente sugestionable en lo que aprendía, así que rápidamente pasaba de una postura a otra. Le tenía auténtica aversión a definirse o a decantarse claramente por algo, un día estaba con los liberales y al siguiente podía estar con los socialistas. Sádiq le preguntó una vez:
—Pero bueno, ¿quién eres tú?
Y le contestó perplejo:
—Todavía tengo por delante un largo camino…
»

«—Mamá me ha dicho que todos moriremos…

No podía imaginarse que muriesen su padre o su madre. No era para ellos una novedad, pero en sus confiados sentimientos la muerte era un final aplazado sin término fijo y aunque aparentemente todos aceptábamos su existencia, lo cierto es que nuestros corazones la arrojaban lejos hacia algún punto del remoto futuro… De vez en cuando las comitivas funerarias pasaban ante nosotros en su camino hacia el cementerio, y las mirábamos despreocupadamente como si fueran acontecimientos que no nos incumbiesen».

«El Alabasía de los primeros tiempos había ido desapareciendo en sucesivos escalones de la historia, con su silencio, su verdor, sus palacetes y su tranvía blanco. Los edificios se generalizaron, las tiendas se establecieron a ambos lados —el oriental y el occidental—, el barrio se inundó de habitantes y las calles se desbordaron de niños y coches privados y públicos; era la aglomeración, y el estruendo, y las tumultuosas respiraciones, pero a ninguno de nosotros se le pasó por las mientes dejar el barrio, como tampoco nos imaginábamos las charlas si no eran en Qúshtumar. No quedaba ninguno de nuestros antiguos conocidos; algunos se habían mudado a otro vecindario, a otros les llegó su hora y se habían ido al seno del Señor, así que nuestro cálido sentimiento por la amistad se había incrementado, y en ella encontrábamos el consuelo de la existencia y su dulzura. Finalmente nos rendimos a la evidencia, el paso del tiempo nos había vencido, así que nos desprendimos de muchos de los residuos del pasado».

6 comentarios en «El café de Qúshtumar / Naguib Mahfuz»

  1. «Heráclito le daría un like a El café de Qúshtumar por aquello del perpetuo cambio. Representa el devenir.»… y yo también espero dárselo cuando la lea («Hijos de nuestro barrio» lo leeré en breve).

    مَدائِح Salut, Ahmica!

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