El artista de la cuchilla / Irvine Welsh

Portada de El artista de la cuchilla (2016), de Irvine Welsh. Ed. Anagrama, 1ª ed. jun. 2021. Colección Panorama de Narrativas, v.1054
Portada de El artista de la cuchilla (2016), de Irvine Welsh. Ed. Anagrama, 1ª ed. jun. 2021. Colección Panorama de Narrativas, v.1054

Once años después reaparece Irvine Welsh en el blog gracias a la publicación en castellano (por fin) de El artista de la cuchilla, novela centrada en el personaje Francis Begbie, alias Franco, uno de los protagonistas del universo Trainspotting. La última referencia suya que leí fue Skagboys (2014), y desde entonces no he leído nada más del autor, a pesar de que Anagrama ha publicado otras dos novelas: Un polvo en condiciones (2018) y La vida sexual de las gemelas siamesas (2015).

El reencuentro ha sido la hostia, pa qué andarme con rodeos. La historia te mantiene en tensión todo el rato, te ríes mucho con el venao de Begbie y además tiene ritmo y giros de guión. Welsh juega contigo bastante [descarao], pero a la vez te convierte en cómplice, sobre todo cuando has visitado Leith de su mano muchas otras veces y tienes más que calao al bueno de Jim. Me lo he pasado pipa.

«Seguro que algunos se tragan ese rollo que llevas de rehabilitado», dice Elspeth con una sonrisa desdeñosa, «pero a mí no me engañas. Yo te conozco. Sé lo que eres.»

Irvine Welsh contándonos movidas una vez más

En el archivo de Denmeunpapelillo hay unas cuantas entradas sobre Irvine Welsh, pero ninguna cuenta nada sobre el autor. Corresponden a aquella época en la que esto era un sindios y la única finalidad era construir un repositorio con fragmentos de los libros que leía (desconfiando —acertadamente— de mi memoria). Así que, para poner remedio, me voy a estirar con un par de datos sobre el autor.

Irvine Welsh nació en 1958 en Edimburgo, en el barrio de Leith (la zona del puerto), que es precisamente donde se desarrolla Trainspotting. Es un autor que, en su vida personal, se ha movido como pez en el agua en el entorno que refleja en su obra. Tuvo problemas con la heroína, formó parte de bandas de punk, fue arrestado y, dentro de lo que cabe, al final se reformó. Pero de verdad, no como «otros».

Se hizo funci y se apuntó a un Máster, momento en el que escribió Trainspotting (1993). Aunque el pelotazo le llegó cuando se hizo la peli, ahí es cuando definitivamente consiguió hacerse un hueco en la literatura a nivel internacional.

Conociendo esos pocos detalles de su vida, es fácil pensar que aunque sus novelas y relatos no consistan en volcar contenido autobiográfico sobre un un alter ego, muchos de sus personajes e historias contienen trozos de realidad. Y qué bien las cuenta.

Jim Francis: el artista de la cuchilla

En esta novela, Welsh recupera a Begbie, el más violento y energúmeno de los protagonistas del universo Trainspotting, años después de las vivencias que conocemos hasta ahora. (Nota: en inglés hay publicada otra novela de Welsh que se llama Dead Men’s Trousers, continuación de Porno y que esperemos que Anagrama no tarde demasiado en publicar).

Francis Begbie a.k.a. Franco a.k.a. Jim Francis

Francis Begbie es ahora Jim Francis, vive en California con su mujer (a la que conoció en la cárcel, donde ella era su arteterapeuta) y sus dos hijas. Familia idílica, rayos de sol, amor, risas, todo fetén. Jim es sosegado, un buen padre y un buen marido. Además es artista, escultor de éxito, que hace bustos de famosos a los que mutila o distorsiona. Su clienta Aniston se imacienta porque aún no le llega el encargo de Angelina.

Una llamada de Leith le informa de la muerte de uno de sus hijos (de los hijos de los que se desentendió, nada que ver con sus hijas de ahora) y vuelve a Escocia para intentar descubrir qué ocurrió. Hasta aquí puedo leer.

«Yo era una de las personas más débiles del planeta. No poseía ningún control sobre mis impulsos más oscuros. Y, por tanto, siempre era carne de prisión. ¿Que algún bocazas se pasaba de listo? Pues había que eliminarlo inmediatamente, y luego vuelta a la cárcel. Así pues, ese tipo de insignificancias controlaban mi destino por completo. Aquella fue mi primera gran epifanía: que yo era débil porque no tenía control sobre mí mismo».

¡Qué bien saber de ti!

Para las que nos flipa toda la saga Trainspotting, que aparezca una historia nueva es motivo de celebración. Es como cuando llevas mucho tiempo sin saber de alguien y de repente te llegan noticias suyas. A estas alturas de la película Begbie forma parte de tu «familia» literaria (y gracias a todos los dioses del universo se queda ahí y no traspasa la membrana hasta tu realidad).

Lo conoces casi tan bien como Welsh (digo casi, porque a mí me sigue sorprendiendo) y casi mejor que el resto de personajes. Y por eso, prácticamente desde la primera página estás ya en tensión. Porque sabes que esto no puede acabar bien, y que por mucho que Jim crea que tiene a Begbie enterrado: no es así. Y con esto no destripo nada: se sabe (lo dice hasta Welsh en la promo para Anagrama, os dejo el vídeo abajo, que no tiene desperdicio).

«Relájate y disfruta del combate. El que pierda la serenidad pierde».

Me ha flipado: recomendadísima e indispensable para la peña seguidora del universo Trainspotting, risas y emoción aseguradas.

Nota: si os apetece, podéis escucharme rajando un poquito sobre Irvine Welsh y el universo Trainspotting en el Podcast Noir de Negra y Mortal (episodio 35).

Algunos fragmentos de El artista de la cuchilla

«Sean, al igual que él mismo, debía de ser un bala perdida desde hacía tiempo y seguro que andaba metido en líos de todo tipo. ¿Por qué preocuparse por esa clase de gente? Mejor dejarlos a su aire y que se maten entre ellos. Por mucho que se nos llene la boca con discursos vacíos y pusilánimes, lo cierto es que hemos dejado de lado la democracia, la universalidad y la igualdad a ojos de la ley y, de facto, hemos aceptado una visión del mundo jerárquica y elitista. Los que están abajo no importan, siempre que se amenacen entre sí y no a los de arriba o a los turistas, que son fuente de ingresos».

«Estaba inspeccionando a Jim. Quizá intentando comprender cómo mujeres como Melanie, bellas, inteligentes y ricas, se sentían atraídas por hombres que él suponía claramente programados para decepcionar. Intentando averiguar qué ventaja poseían sobre los que eran como él, fieles soldados de infantería que solo querían cuidar de una mujer. Mantenerla. Salvarla. Melanie consideraba que aquellos hombres daban miedo a su manera, sin saberlo. A menudo, más que muchos psicópatas».

«»¿Tú qué crees, que vas a ir al cielo o al infierno?», le pregunta Thomas. «Quizá a los dos», responde Franco. «Igual hay como un tránsito entre los dos, y cuando te aburres de uno, pues coges y te vas al otro»».

«Frank Begbie mira hacia otro lado. Ya conoce ese patrón. Son gilipollas que quieren arrastrar al mundo a su órbita patética y tediosa. A los borrachos les encanta el drama. Mírame. Estoy sufriendo. Siente mi dolor.

Paso. Vete a tu puta casa».

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