Llevaba mucho tiempo con el ojo echado a Collado. La maldición de una casa de comidas, de Carles Armengol, y no ha defraudado. Me lo pasé teta con ella.
Es una novela costumbrista e hiperrealista, donde «Collado» es el nombre del bar (casa de comidas) que regenta la familia del prota. Carles Armengol en realidad nos habla de cómo es nacer y crecer en una familia cuyo negocio es una taberna de barrio, de las de toda la vida. Nos enseña el mundo que hay detrás de la barra, el de una de las profesiones más sacrificadas que existen: la hostelería familiar. Desvela lo que esconden las ojeras y los silencios.
Encuentras dos historias, una personalísima (la del niño que hacía los deberes en una de las mesas del bar cada tarde después del cole) y otra universal (la de las tabernas humildes y sus parroquias, que lo mismo te da que estén en Collblanc, en el West Hollywood o en Canillejas, ¿é o no, Gómez Escribano?). Los requisitos para aguantar esa vida de sacrificio y los, en algunos casos, vicios asociados son los mismos en tós los laos.
Carles Armengol escribe guay y transmite sentimiento sin pretenderlo. Es una novela con la que te lo pasas debuti, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta (además de por el elenco de personajes que incluye, que no tiene desperdicio). Pero también me ha parecido una historia cargada de nostalgia y un poco triste a veces. Te lo estás gozando ahí de risas y, de repente, ¡zas! El drama. Levantas la cabeza del libro, miras a un lao y dices: puta vida, tete.
Si conocéis gente que se haya criado en la hostelería que le mole leer (un abrazo a Sergio TSL y familia del Acuerdo), con Collado triunfáis fijo. A mí me ha encantado. Otro punto para el Colectivo Bruxista.
PD: Gracias a Cris (Sandalia) por el préstamo, me flipa saber que habría doblado las mismas esquinas que ella —esas que señalan que hay algún pasaje guapo— en más de una ocasión. Como es prestado no hay foto de su sitio en la biblioteca ni de las fichas de archivo (tendrá que volver a su casa).
Algunos fragmentos de Collado
«Sin embargo, a pesar de su aparente fealdad y visto desde la distancia que otorga la madurez, en Collblanc, todos los hogares, comercios y bares estaban dotados de alma. Albergaban historias de carne y hueso que, en muchos casos, eran turbias, incluso retorcidas, pero que contribuían a la humanización de esos horribles bloques de cemento».
«De pequeño no soñaba con volar, ser invisible o tener un sentido arácnido. Yo quería ser como el Rubio, vivir mil y una aventuras, enfundarme en prendas estilosas con bolsillos secretos que ocultasen pistolas y cuchillos, y que todo el mundo me saludara con respeto por la calle».
«Dicen los sabios que ‘cualquiera es buena persona mientras no mate ni robe’. Partiendo de esa premisa, por el Collado vi pasar a todo tipo de buenas personas paranoicas, mentirosas compulsivas, adictas al juego y aficionadas a la autodestrucción».