Hoy traigo la reseña de una novela muy peculiar: «Nog» (1969), de Rudolph Wurlitzer, editada por Underwood Editorial y traducida por Rubén Martín. Cuando lo terminé y cerré la contratapa, no estaba segura de si alguien me había echado algo de droja en el colacao que me endulzaba la madrugada (a decir verdad, era nesquik). Pero no podía ser, aunque la hora cuadraba, no lo hacía ni el lugar ni la compañía (mi perro) así que tenía que ser cosa del libro, fijo. La duda estaba entre eso o una abducción: Wurlitzer me había teletransportado a otro lugar y había estado experimentado conmigo a lo largo de 190 páginas.
Un narrador que te desubica y consigue ponerte del revés a la vez que a los personajes. Juega con el lector igual que la mente juega con cada uno de nosotros: dando saltos de un sitio a otro, de una época a otra. Y en medio de esa red de acontecimientos y sensaciones se perfila un camino vertiginoso de huídas, olvidos, hambre, drogas, sexo y personajes bastante locos. Gracias Underwood por acercarnos a Nog, menudo viaje.
Sobre Rudolph Wurlitzer
Mentiría si os dijera que conocía a Rudoplh Wurlitzer antes de leer Nog, así que por si alguien se encuentra en esa misma situación aquí van unas pildoritas (y no de las que se consumen en la novela).
Wurlitzer nació en Ohio en 1937 y se le conoce por haber sido escritor y guionista. Desde joven su pasión fue viajar y uno de sus primeros trabajos fue en un petrolero, lo que le permitió viajar por muchos lugares del mundo. Visitó Marruecos, Kuwait, París o Mallorca (donde pasó bastante tiempo en los sesenta). A día de hoy vive a caballo entre Nueva York y Nueva Escocia.
Durante todos esos viajes se hizo colega de otros personajes célebres como Robert Graves, Allen Ginsberg o William S. Burroughs. Leer este último nombre no me sorprende en absoluto puesto que fue uno de los que me vinieron a la mente en algunos momentos durante la lectura de Nog: sentí la misma desorientación que cuando leí El almuerzo desnudo.
Nog se publicó en 1969 y se convirtió en un clásico de la novela experimental estadounidense, un hito contracultural. Después vinieron otras novelas («Flats», «Quake», «Slow Fade», etc.) de las que -si no me equivoco- solo hay una más que haya sido al castellano: «Zebulon» (que en principio fue escrito como un guion cinematográfico). Así que de momento es la única obra por la que puedo continuar indagando en el autor.
Nog ¿quién es Nog? ¿dónde estoy? ¿qué está pasando?
Nog es un personaje que conoció el narrador hace tiempo o al menos eso te hace creer en un principio, hasta que Nog se solape sobre el narrador. Esto es algo que ocurre repetidamente: Rudolph Wurlitzer consigue desubicar al lector y le obliga a reposicionarse y adoptar otra postura distinta a la que tenía hace poco ante la trama y los personajes.
El protagonista genera un movimiento continuo a su alrededor y dentro de él. En esta novela se narra un viaje mental y otro por carretera, donde ambos se entrelazan continuamente. Durante su travesía se cruzará con un buen abanico de diferentes personajes que, como él, sobreviven como pueden en un entorno que recuerda al lejano Oeste pero con todo el mundo empastillao. Para evitar mayores problemas, una de las máximas del protagonista es intentar olvidarlo todo y recordar lo mínimo. Tanto es así que sostiene que solo atesora tres recuerdos y, además, podrían ser inventados.
Quiero olvidar más de lo que recuerdo. La noche pasada y las noches inmediatamente anteriores pueden ser puestas en cuarentena hasta que me quede lo bastante impedido como para no percibirme ni a mí mismo, como para perder el control.
La forma en que está escrita puede parecer algo caótica debido a los continuos cambios de tiempo verbal, de situaciones, puntos de vista y escenas. Estamos acostumbrados a leer novelas lineales donde el pensamiento es único (nadie se despista y está centrado en la trama del libro), pero esto no se ajusta a la realidad. Nog es mucho más fidedigno e intenta plasmar los quiebros y superposición de los pensamientos, las interrupciones mentales, los supuestos y las sensaciones que embargan (o embargaron) a los personajes.
Nog y los expermientos literarios
Novelas como Nog no son para todos los públicos, esto es así. Si deseas conocer otras formas originales de hacer literatura, esta obra de Rudolph Wurlitzer es una gran oportunidad. Simplemente hay que dejarse llevar y saber que, como lector, te van a vapulear el cerebro. El autor te moverá de un lado a otro (de la realidad a la imaginación, del pasado al presente) y te va a generar sensaciones que la mayoría de las novelas no son capaces de hacer.
Tras terminar el libro, cuando me desperté por la mañana e intenté recordar la novela, me sentí como si tuviera resaca. Como en una nebulosa, recordaba algunos acontecimientos, habían flashes de algunos diálogos, sabía cómo comenzó, dónde terminó y algunas situaciones, pero era incapaz de ver toda la trama con claridad. Durante todo ese recorrido hay múltiples cambios espacio-temporales, es casi una novela de multiversos, que te van descolocando y recolocando. Parece que vas flotando en medio de un mar de imágenes y palabras mientras giras sobre ti misma. Cada vez que crees que estás terminando de ver el cuadro completo, cambia la imagen o su perspectiva (y vuelta a empezar).
Si para poder disfrutar de una novela necesitas que exista una trama clara y unos personajes concretos, si no soportas la psicodelia, dejarte llevar y sentirte perdido: olvídate, este no es tu libro. Esta es una lectura valiente y original, escritura auténtica, literatura de la que se escribe con garra y a la que debes permitir que te zarandee como ella quiera.
Me ha flipado mi estreno con Underwood Editorial: ya sé de qué vais.
Algunos fragmentos de Nog, de Rudy Wurlitzer
Se volvió. Su rostro no está enfocado; tiene unos rasgos amplios y saludables, sin duda encantadores, decidido encantadores entonces, pero no sé por dónde empezar, cómo abordar esa naricita terca, los labios sellados, los ojos se desdibujan, me miran pero se desdibujan, y los míos se han congelado. Comencé en un punto entre sus ojos.
-¿Por qué intenta uno saber nada de un lugar? Las costumbres, el tamaño, el clima, la gente, la economía, la política, el pescado, las técnicas de bronceado, los juegos, la natación. Es mejor quedarse en casa y no perder el tiempo en experiencias inútiles. Un cuartito en una pensión. Anónimo. Hacer cada comida en un mostrador de plástico. El de Smitty’s me vale. No hacer nada, no querer nada, pasear si a uno le apetece pasear; si le apetece dormir, dormir. ¿Sabe lo duro que es eso? Sin recuerdos; si alguien empieza a entrometerse, inventárselos. Con tres es suficiente. Yo sólo uso tres. Nueva York para la aventura, las playas para la relajación, el pulpo y Nog para la especulación. Sin conexión alguna entre ellos. Reducir todas las posibilidades. Desarrollar y amar las propias limitaciones. Nadie te conoce. No conoces a nadie. Ritmos naturales, querida mía. Esa es la clave.
Ya he estado antes en lugares estrechos. Una estación de trenes. Un asiento trasero. Un matorral. Un regazo. Un camarote. La habitación de un hotel. Lo único que se pega a la carne de uno son los exteriores. En cuanto a los acontecimientos, van y vienen…
La autocaravana se ha llenado de un humo acre. Meridith ha encendido la radio. Es una sinfonía. Hace zigzaguear el vehículo por toda la carretera, reduciendo la velocidad cada vez que aparece un objetivo. Fallé un disparo a un correcaminos pero partí en dos una serpiente de cascabel. He cargado un rifle calibre 30-30. Todo lo que se menea recibe un balazo. Reventé una botella de Coca-Cola. Prefiero la escopeta, pero el 30-30 me da buenas sensaciones. Es un buen trasto. Le di a un ocotillo. Descuajaringué un conejo en el asfalto humeante. Por su parte, Meridith ha atropellado a otros cuantos. Se distingue otro coche, se acerca despacio. Apareció una valla sin previo aviso. Me dejo llevar y disparo los dos cañones de la escopeta.
Bufff, difícil, pero mil gracias, creo que no es para mí.
Es bastante particular. Viendo por dónde tiran tus gustos, creo que estás en lo cierto. Pero bueno, con la cantidad de libros que hay, ¡otra vez será! Un abrazo