Qué maravilla de libro sobre libros, desde «Enfermos del libro» (con reseña en este mismo blog) no había leído nada parecido. «Tocar los libros» de Jesús Marchamalo es una delicia, un pequeño (por extensión, por lo demás es muy grande) tributo en el que cualquier bibliófilo se verá reflejado en más de una ocasión. La primera vez que vi un comentario sobre él fue en la cuenta de los.conjurados en Instagram, en una de las publicaciones «temáticas» que hace. ¡Qué acierto y cuánta razón llevaba con aquello de:
Una delicia sobre autores conocidos y sus bibliotecas personales, anécdotas, reflexiones, recuentos, confesiones del autor sobre sus volúmenes…, etc. Una maravilla concentrada en 78 páginas
El autor: Jesús Marchamalo
Coincidencias de la vida: hoy 15 de julio precisamente cumple 60 años este escritor, periodista y presentador madrileño. Si investigas su trayectoria profesional enseguida te das cuenta de que siempre ha sido y es un altavoz para la cultura. Ha estado permanentemente ligado al mundo editorial y literario, ha comisariado varias exposiciones y ha sido premiado en muchas ocasiones.
Transmite verdadera pasión por la literatura, los libros y el hogar de todos ellos: las bibliotecas. Se dedicó durante muchos años a conocer (cotillear, las bibliotecas de más de 60 escritores). Un auténtico detective de bibliotecas, como he leído por ahí.
Tocar los libros: curiosidades para bibliófilos empedernidos
Me ha tocado la fibra (o la patata, como queráis llamarlo). Para una enferma de libros como yo es una auténtica joya. Esa enfermedad me llevó a estudiar Biblioteconomía, hacer cursos de encuadernación tradicional, tener un exlibris, hacer fichas de los libros que leo (por autor y recientemente por título) y ordenar mi biblioteca alfabéticamente. Ante este libro me siento como pez en el agua.
Habla de muchas cosas, entre ellas las situaciones que nos encontramos cuando tenemos bibliotecas que no paran de crecer. ¿Cómo frenar la conquista de la Medusa? porque parece mentira pero aunque te deshagas de algún libro (o lo prestes y no vuelva, mucho más habitual que lo otro) por cada uno que se va parece que entran tres.
hay que reconocer a los libros una sorprendente capacidad colonizadora. Ocupan una estantería tras otra, y cuando logran desbordarse, su germen —como arrastrado por invisibles esporas— anida en otro lugar inexplicablemente alejado, recóndito, inaccesible en apariencia de la casa.
Cualquier bibliófilo entenderá y estará de acuerdo con casi todo lo que se expone. No obstante, también se plantean algunos temas polémicos sobre los que hay opiniones encontradas (con posibles fanáticos en ambos extremos). Uno de estos temas es el asunto de marcar los libros.
Otro de los grandes debates respecto de los libros tiene que ver con lo que se considera legitimo o no hacer con ellos. ¿Pueden subrayarse?, ¿pueden anotarse comentarios en los márgenes?, ¿con bolígrafo o solo con lápiz?, ¿puede doblarse la esquina de una página para señalar por dónde vamos?
En mi caso: a todo diría que sí. Obviamente este «maltrato» no incluye a libros antiguos, raros, códices manuscritos o incunables, pero ese ya es otro tema. Además, por desgracia, pocas veces he tenido el privilegio de tener uno de estos entre manos.
Con los libros que se publican actualmente hay quien me diría que no tengo piedad. Soy de las que tiene un lápiz a mano siempre para escribir con él, si no hay lápiz y no hay más remedio pues boli y, si no hay boli, doblo las esquinas inferiores para recordar en qué páginas hay algo de especial interés. La esquina superior la doblo para saber por dónde voy en caso de no tener marcapáginas a mano. Pido perdón a quien se sienta ofendido, pero (por si sirve de atenuante): solo lo hago con mis libros, los que van a tener mi exlibris. Jamás lo haría con uno prestado.
Cambiando de tercio, otra de las ideas que quiero destacar y que más me ha gustado es la de cómo los libros de una biblioteca definen a su dueño (al actual y al de antes). Me recuerda a aquello de «los perros se parecen a sus dueños», por ahí van los tiros al final.
Hay quien dice que las bibliotecas definen a sus dueños, y estoy seguro de que es cierto. (…) Por su puesto que los libros hablan de nosotros. De nuestras pasiones e intereses. Los libros delimitan nuestro mundo, señalan las fronteras difusas, intangibles, del territorio que habitamos. Hablan no solo de los lectores que somos y de los que fuimos en su momento, sino de los lectores que quisimos ser, y en los que finalmente nos convertimos.
He tomado buena nota de las distintas soluciones / teorías que expone Marchamalo en cuanto a ordenación y aprovechamiento del espacio. Si bien aún tengo baldas por conquistar (parte de mi biblioteca está la casa materna, lo cual me deja bastante margen de acción) sé positivamente que antes o después me enfrentaré a ese problema. Me ha gustado mucho la idea del escalón en segundo plano.
Hace años, Luis Antonio de Villena me contó que había ideado un truco para ganar ese espacio trasero para, al tiempo, saber lo que allí había: un escalón eleva los libros de la segunda fila unos centímetros, de modo que es posible leer el nombre del autor o el título que sobresale por encima de la primera fila.
Lamentablemente no puedo tirar paredes para crear una nueva habitación para los libros (como se cuenta hace algún que otro escritor que no revelaré), sospecho que a mi vecina no le gustaría. Aunque, pensándolo bien, ella ha sido bibliotecaria (ya jubilada) en el Ayto. de Madrid toda la vida, así que lo mismo podemos llegar a un acuerdo. Tratándose de libros y a sabiendas de que es otra bibliófila empedernida, es posible que lleguemos a buen puerto.
Volviendo al libro, en lo que estoy convencida de que coincido con mi vecina es en el asunto de los «falsos libros», otra de las partes con las que no podía estar más de acuerdo. Qué lástima me da ver esos trampantojos, no me extraña que Jesús Marchamalo cierre este tema con un suspiro.
Falsos lectores y falsas bibliotecas. Falsos libros.
Hay oficinas ahora, despachos profesionales, restaurantes y sitios oficiales donde los libros se compran por metros, respetando ciertas peculiaridades cromáticas en las encuadernaciones -rojas, plena piel, con tejuelo-, y se utilizan solo como adorno. ¡Ay!
Por último quiero resaltar una palabra nueva que he aprendido gracias a este libro: esguardamillar. No la había escuchado nunca (o si te he oído no me acuerdo) y sin embargo podría haberla utilizado innumerables veces.
Dámaso Alonso decía «esguardamillar». Era reticente a prestar sus libros porque, según él, se los devolvían completamente esguardamillados, cosa que le resultaba del todo intolerable.
Conclusiones
Es un libro lleno de curiosidades sobre libros, autores y bibliotecas que merece mucho la pena leer. No quiero destripar más de lo destripado y os animo a que descubráis el resto de secretos que esconde por vosotros mismos.
Ni que decir tiene que pasa a formar parte de mis libros favoritos, no hay duda. También lo incluyo en mi top de recomendaciones y sospecho que regalaré ejemplares en más de una ocasión. Para cualquier bibliófilo será un acierto. Pero eso sí, quiero advertir que el destinatario del regalo ha de ser amante de los libros físicos.
Si, para el posible destinatario del regalo, un libro no es más que un medio que le permita pasar un buen rato (que lo mismo le da un libro en papel, que un PDF o un ePub, que un audiolibro, que una serie, que una peli o que un programa de televisión) y no va más allá: este no es su libro.
Bueno, quizás me equivoque y a raíz de leerlo se le abra un mundo nuevo porque Marchamalo haya conseguido transmitirle la devoción de tocar los libros. ¡Ojalá! ¡nunca se sabe!
Pienso lo mismo que tú, yo tengo un gran respeto por los libros físicos, tengo tantos que he tenido que subirlos a un trastero guardados con cuidado, por no tener sitio en casa, me encantaría poder tener una biblioteca privada, pero no me es posible.
Si sigo leyendo tus reseñas, voy a tener que comprar un sitio para hacer mi biblioteca privada, pues no doy abasto en apuntarme títulos y ya tengo una lista que flipas.
Gracias por tus comentarios e información.
Jajajajs, ¡muchas gracias! En este caso «el saber sí ocupa lugar» 🤣🤣