Ha resultado ser una relectura, cosa que hacía mucho que no practicaba. Lo tenía por casa sabiendo que lo había heredado del expurgo de la biblioteca familiar de una amiga, y tenía dudas sobre si esta novela la había leído ya en algún momento de mi vida o no, me sonaba que sí. Esto se juntó con que vi hace poco la que llamo «la película de Unamuno» (que en realidad es Mientras dure la guerra) y me gustó tanto, tanto, tantísimo, ver a Unamuno «en vida» (vaya papelón hace Karra Elejalde) que no pude evitar volver a él.
La verdad es que cuando comencé el libro y Ángela (la narradora) empezó a hablar de Manuel, el párroco de Valverde de Lucena, y de sus infinitas bondades, noté que algo me sonaba. Pero dudaba si no me estaría confundiendo con «El cura de Monleón» de -mi otro gran admirado- Pío Baroja. Conforme fui avanzando me di cuenta de que, efectivamente, ya lo había leído, pero ya que estábamos…
Nos encontramos ante una novela corta y con mucho peso filosófico. Los personajes centrales son Ángela (quien narra la historia), que es la hermana de Lázaro (que vuelve tras años fuera del pueblo, viendo mundo) y Manuel, San Manuel Bueno, mártir, el eje sobre el que gira todo.
La narración de toda la historia de ellos tres se decide a escribirla Ángela, motivada por la posible próxima beatificación de Manuel, muchos años después de los hechos que relata. Este escrito es el que llega a manos de Unamuno (como siempre, mezclándose con sus ficciones).
Ángela se remonta a su niñez, cuando vivía lejos del pueblo y, en el colegio, ya se oía hablar del párroco y de todas sus virtudes. Posteriormente, con 15 años, regresó al pueblo y por fin conoció a su san influencer preferido: Manuel.
Unos años más tarde regresa al pueblo su hermano Lázaro. Lázaro, completamente progresista y en contra del clero, se encuentra con que EL CURA de la iglesia tiene obnubilado a todo el pueblo. El hecho de que sea idolatrado por todos (y principalmente por su hermana, que se ha convertido en su ayudante) le hace recelar de él. Sin embargo, en cuanto comienza a relacionarse con Manuel, todo ese recelo se transforma en admiración y amor, como ocurre con el resto del pueblo.
¿Pero cómo se produce este cambio tan radical? pues gracias a las conversaciones y confesiones que le hace Manuel y, por supuesto, a las obras de las que es testigo.
Habrían creído a sus obras y no a sus palabras, porque las palabras no sirven para apoyar las obras, sino que las obras se bastan
Manuel no es un cura normal y de eso se percata rápidamente Lázaro.
-Entonces -prosiguió mi hermano- comprendí sus móviles y con esto comprendí su santidad; porque es un santo, hermana, todo un santo. No trataba, al emprender ganarme para su santa causa -porque es una causa santa, santísima-, arrogarse un triunfo, sino que lo hacía por la paz, por la felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están encomendados; comprendí que si los engaña así -si es que esto es engaño- no es por medrar. Me rendí a sus razones, y he aquí mi conversión. Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: «Pero, don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». «Y ¿por qué me la deja entrever ahora aquí, como confesión?», le dije. Y él: «Porque si no me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarlos. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hade la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras.
La dualidad y la continua duda de Unamuno queda bien patente en este libro, deja expuestas muchas de las que parecen sus preocupaciones vitales. En forma de diálogos, entre los distintos personajes, se asoman algunas de las grandes preguntas como son: ¿hay vida después de la muerte? ¿sirve de algo tener fe? ¿cómo podemos dar consuelo en la muerte?
-Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado -me decía-. Él me dio fe.
-¿Fe? -le interrumpía yo.
-Sí, fe, fe en el consuelo de la vida, fe en el contento de la vida. Él me curó de mi progresismo. Porque hay, Ángela, dos clases de hombres peligrosos y nocivos: los que convencidos de la vida de ultratumba, de la resurrección de la carne, atormentan, como inquisidores que son, a los demás para que, despreciando esta vida como transitoria, se ganen la otra; y los que no creyendo más que en éste…
-Como acaso tú… -le decía yo.
-Y sí, y como don Manuel. Pero no creyendo más que en este mundo esperan no sé qué sociedad futura y se esfuerzan en negarle al pueblo el consuelo de creer en otro…
-De modo que…
-De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión.
Uno de los mensajes más potentes de Manuel es: hay que vivir. Y vivir es soñar, de otra forma estaríamos demasiado expuestos a la tragedia. El sentimiento trágico de la vida, ¿no? Para eso está Manuel, para prometerles que irán al cielo, que se reencontrarán con sus seres queridos que ya trascendieron, para perdonarles y darles paz. Todo esto sin ni siquiera estar completamente seguro de si lo que les dice es verdad.
Vuelve a rezar por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte… Sí, al fin se cura el sueño…, y al fin se cura la vida…, al fin se acaba la cruz del nacimiento… Y, como dijo Calderón, el hacer bien, y el engañar bien, ni aun en sueños se pierde…
¿Pero qué importa que les «tenga engañados» y que su fe albergue dudas? Al final ha conseguido que la gente viva de forma más llevadera: darles consuelo en vida, que es cuando importa.
Es una novela muy existencialista, creo que pocos lectores pueden quedarse indiferentes ante todas las cuestiones que trata, independientemente de que se sea más o menos creyente en una u otra religión. Cada cual estará más o menos de acuerdo en función de sus convicciones, pero dudo que alguien pueda sentirse ofendido por lo que en esas líneas se debate.
Considero esta historia una manera magnífica de acercarse a la parte más filosófica de Unamuno de forma muy amena. Gracias a estar planteado como una pequeña novela (con suspersonajes, diálogos e hilo argumental) es muy accesible para personas que no estén habituadas o no les gusten los ensayos. Si, además, se quiere profundizar en todos estos asuntos espirituales que abarca Unamuno, entonces el siguiente paso es: «El sentimiento trágico de la vida».
Pero volviendo a la novela que nos ocupa, como decía, la recomiendo con mucho entusiasmo. Es muy corta y da mucho para reflexionar. Si leéis bien desde dispositivos (PC, móvil tablet) tenéis acceso a la obra completa en la biblioteca virtual de Cervantes by the face (clic aquí mismo y os enlaza) . Al no ser una novela demasiado larga os animo a que la empecéis (os enganchará) aunque -a mi parecer- no sea la forma más cómoda de leerla.
¡¡Buenas lecturas!!