Parece que con Henry Miller voy a un libro por década. He tenido que buscar la otra entrada de Miller en el blog, para poder calcular hace cuánto no le leía. Tampoco me extraña por lo que cuesta digerirlo, pero como tantas otras obras culinarias que, aún sabiendo que te va a repetir, no dudas en zampártelas,
Lo que me animó a volver a Miller fue por una recomendación que me hizo un tío que conozco, que lee tanto, como bebe. La otra recomendación que me hizo el susodicho fue: El túnel (Ernesto Sábato). Ojito con ese libro también, me moló mucho. Pero no creo que haga entrada. Va de un tipo atormentadísimo… te puede recordar bastante a Dostoievski. Lo recomiendo.
Volviendo a Miller y el tema de la digestión. Llevaba mucho sin leer este tipo de escritura tan fotográfica y al principio me costó adaptarme a leer estando en «el ahora». No le-yendo por un carril, siguiendo una historia lineal. Cada línea de un mismo párrafo puede pertenecer a una realidad distinta y dejarte perdida.
«No hay ninguna verdad que decir, ninguna sabiduría impartida. Un brotar y un borbotear. Un hablar a todos los hombres a la vez, en todas partes, y en todos los idiomas. Ahora existe el velo más fino entre la locura y la normalidad. Ahora todo es tan sencillo que se mofa de uno. Desde esta cumbre de borrachera, uno desciende hasta la meseta de la buena salud donde uno lee a Virgilio, a Dante, a Montaigne y a todos los otros que hablaron únicamente del momento, el momento expansivo que es eternamente escuchado… Hablando a todos los hombres a la vez. Un brotar y un borbotear. Este es el momento en que levanto el vaso hasta mis labios, observando, al hacerla, la mosca que se ha parado en mi meñique; y la mosca es tan importante en este momento como mi mano o el vaso que sostengo, o la cerveza que está en el vaso, o los pensamientos que nacen de la cerveza y mueren con la cerveza. «
Y entonces es cuando empiezas a disfrutarlo otra vez y entender por qué siempre llevas diciendo que «¿Miller?, los trópicos son la ostia, me fliparon». Pero claro, si me leo uno cada 8-10 años es normal que me olvide los detalles. Lo mismo a la tercera va la vencida y se me quedan grabados al fin.
No todo el rato es tan indigesto como he comentado hasta ahora. Este libro se compone de distintos relatos y en cada relato, varía la velocidad. Hay partes más lentas (o mejor dicho, más lineales). Está lleno de retratos costumbristas. Y por supuesto, la música tiene mucho protagonismo, como lo tiene en los trópicos. También lo tendrá para los Beatniks, buen precursor que fue este Miller.
«Allá abajo, hacia Mobile, ensayan los Saint Louis Blues sin tener una nota delante, y la gente está a punto de volverse loca cuando los oye, tanto ayer, como hoy, como mañana. Todos se preparan para ser estuprados, drogados, violados, emborrachados con la nueva música que rezuma del sudor del asfalto.«
Lo que más me sigue gustando son las descripciones tipo costumbrista, de Nueva York, París o China, donde te transporte Miller. Y las reflexiones, ese profundo conocimiento (o deseo de conocer) al ser humano en todas sus facetas, con todos sus vicios, derrotas, imperfecciones, pobreza o cualquier otra circunstancia que lo acompañe.
«Sus ojos eran muy grandes y brillantes, como si viesen más de lo que podían comprender. Brillantes de terror, y tras el terror, una confusión sin límites. Esto es lo que les hacían tan hermosamente brillantes. Hay que estar loco para ver las cosas con tanta lucidez, tan del momento. Si eres un gran hombre, puedes seguir siendo así, y la gente creerá en ti, tendrá absoluta fe en ti, cambiará el mundo por ti. Pero, si eres un gran hombre sólo en parte, o eres un don nadie, entonces, cualquier cosa que te ocurra estará perdida»
Prestando más atención y observando lo sucio, puro realismo sucio.
«En la acera hay una pila de periódicos; los titulares todavía están mojados con asesinatos, violaciones, incendios premeditados, huelgas, falsificaciones, revoluciones. La gente se pisotea para entrar en el metro»
«Ya eran claramente distinguibles los diversos tipos humanos: los bufones, los terrenales, los paranoicos, los volátiles, los mistagogos, los serviles, los chiflados, los borrachos, los mentirosos, los hipócritas, las rameras, los sádicos, los aduladores, los tacaños, los fanáticos, los macarras, los criminales, los santos, los príncipes.»
Como urbanita que soy, también he disfrutado como una ratilla callejera con los retratos de las ciudades (de las que no conozco ninguna, por desgracia).
«En el puente de Brooklyn espero, como de costumbre, a que el tranvía dé la vuelta. En el calor del fin de la tarde, la ciudad se alza como un enorme oso polar, sacudiendo los rododendros. Las formas vacilan, el gas ahoga las estructuras de los puentes, el humo y el polvo ondulan como amuletos. De la tumultuosa confusión de edificios brota una lavada gelatina de cuerpos calientes untados con faldas y pantalones. La marea llega frente a las curvas vías y se astilla como peines de vidrio. Bajo los mojados titulares están las diáfanas piernas de las amebas que gatean por los estribos de los coches, las estupendas y firmes piernas de jugadores de tenis envueltas en celofán, las blancas venas visibles a través de las doradas pantorrillas y de los músculos de marfil. La ciudad jadea con el sudor de las cinco de la tarde. De las cumbres de los rascacielos brotan plumas de humo suaves como las plumas de Cleopatra. El aire golpea, espeso, los murciélagos aletean, el cemento se ablanda, las vías de hierro se allanan bajo las anchas planchas de las ruedas de los tranvías. La vida está escrita en titulares de doce pies de alto, con puntos, comas, puntos y comas. El puente se bambolea sobre los lagos de gasolina»
Inciso: leed el siguiente párrafo al estilo Supra (el padre de la criatura). A que mola más aún,
«Voy caminando por el Bowery…, que se convierte en esta hora en un hermoso pasto de verdes mocos. Macarras, chorizos, cocainómanos, mendigos, pordioseros, apostadores de caballos, asesinos a sueldo, chinos, jodíos macarronis, borrachos emigrantes irlandeses. Todos locos por algo que comer y un sitio donde tumbarse. Voy caminando y caminando y caminando. Tengo veintiún años, soy blanco, nacido y criado en Nueva York, con un fisico musculoso, buena inteligencia, buen reproductor, sin malos hábitos, etcétera.
Anótalo en la cotización. Se liquida a la par. No he cometido ningún crimen, salvo el de haber nacido aquí.»
Según la contraportada, este libro es «Nexo de unión entre Trópico de cáncer y Trópico de capricornio« . Al emprezar a escribir esta entrada no sabía si se decía en el sentido cronológico o en un sentido más figurado. En lo segundo estoy completamente de acurdo, y lo primero he comprobado (gracias google) que también. No obstante, quien no haya conocido a Miller, este libro es una buena forma de hacerlo.
«No soy un viajero ni un aventurero… En mi búsqueda de una salida, me pasan cosas. Hasta ahora había estado trabajando continuamente en un túnel ciego, excavando en las entrañas de la tierra en busca de luz y agua. No podía creer, siendo un hombre del continente americano, que hubiera un lugar en… la tierra donde un hombre pudiera ser él mismo. La fuerza de las circunstancias me convirtió en un chino –¡un chino en mi propio país! Me acogí al opio de los sueños para poderme enfrentar al horror de una vida, en la cual no participaba. Abandoné la corriente de la vida americana, tan tranquila y naturalmente como cae una ramita al Mississippi. Recuerdo todo lo que me pasó, pero no tengo ningún deseo de recuperar el pasado: tampoco tengo anhelos, ni remordimientos. Soy como un hombre que despierta de un largo sueño y se encuentra con que está soñando. Es una condición prenatal –el hombre nacido vive sin nacer, el hombre no nacido muere al nacer.
Nacido y renacido una y otra vez. Nacido al caminar por las calles, nacido al sentarse en un café, nacido al echarse encima de una puta. Nacido y renacido continuamente. A paso rápido, y el castigo por ello no es simplemente la muerte, sino varias muertes repetidas.»
«Puedes tenerla caliente o fría, o puedes tenerla tibia. Puedes lavarte los pies o hacer gárgaras; puedes quitarte el jabón de los ojos o quitar la tierra de las hojas de lechuga; puedes bañar a un bebé recién nacido o limpiar los rígidos miembros de los muertos con un estropajo; puedes empapar el pan para hacer fricadellas o aguar el vino. Primeras últimas cosas. Elixir.»
Un comentario en «Primavera negra / Henry Miller»