Hoy traigo la reseña de «La tumba del tejedor», de Seumas O’Kelly, que más que tratarse de una novela se trata de un relato de poco más de 70 páginas. Junto a otros tantos relatos fue publicado de manera póstuma en 1919 y es, quizás, uno de los más conocidos de la literatura irlandesa. Una vez más Sajalín no defrauda. Aunque esta novela no forma parte de su colección Al margen también me ha gustado mucho (no todo va a ser realismo sucio). Se trata de un relato tierno, nostálgico y cargado de humor mordaz, algo ácido, se parece más a un pellizco que a una cosquilla.
Sobre Seumas O’Kelly: vida y muerte
Seumas O’Kelly (1881 – 1918) es uno de los autores irlandeses cuyo reconocimiento (tardío) llegó principalmente gracias al relato que nos ocupa. Fue a la universidad con James Joyce (¿fue la sombra de este lo que no permitió que hasta mucho después se le valorase? ¿fueron sus tendencias políticas?) y posteriormente trabajó como periodista. Como dramaturgo, publicó siete obras de teatro además de un par de novelas y cuatro libros de relatos. Gran parte de su obra es difícil de conseguir hoy en día ya que sus manuscritos y correspondencia están desperdigados por diferentes bibliotecas del mundo. Algunos de estos sitios son: la Biblioteca de Nueva York, Illinois, Indiana, la Universidad de British Columbia o la Biblioteca Nacional de Irlanda.
La tumba del tejedor se publicó después de su muerte, la cual le llegó con poco más de treinta años (hay diferentes versiones sobre si nació en 1875, 1876 o 1880). O’Kelly era un autor políticamente comprometido, nacionalista irlandés, que luchó por medio de la palabra desde que encarcelaron a su hermano y, posteriormente, a su amigo Arthur Griffith (fundador del Sinn Féin en 1905).
Se decía de Seumas que era un «revolucionario amable», y así figura en una placa en el Leinster Leader (diario donde trabajó algunos años).
La noche del 11 de noviembre de 1918, Seumas se encontraba trabajando en la sede del Sinn Féin (donde izaba la bandera republicana irlandesa). En ese momento el edificio fue asaltado por una turba encabezada por algunos militares británicos y los que ahí se encontraban (Seumas, Harry Boland y Bob Brennan) intentaron defenderlo. Hay que decir que, a pesar de su juventud, Seumas no gozaba de buena salud y se ayudaba de un bastón para caminar.
Harry Boland intentó disuadirlos a manguerazos y Seumas a bastonazos. Lamentablemente, este útimo, se derrumbó a causa de una hemorragia y falleció en el hospital tres días después. Fin de su historia 🙁
Fuente: «The legacy and life of Seumas O’Kelly, former Leinster Leader editor and revolutionary». Art. publicado en el Leinster Leader el 26/12/2018.
La tumba del tejedor: el entierro en Cloon Na Morav
La tumba del tejedor tiene apenas setenta y pocas páginas, así que como mucho te durará un par de sentadas. En este breve espacio de tiempo Seumas O’Kelly es capaz de conseguir arrancarte muchas sonrisas y algún puchero, diría que tiene cierto tono de tragicomedia. Narra la búsqueda de la ubicación de una tumba en el cementerio de Cloon Na Morav para dar sepultura a Mortimer, el anciano tejedor del pueblo, que acaba de fallecer.
Al ataúd lo acompañan: la cuarta y última esposa del tejedor, dos ancianos amigos del fallecido y dos sepultureros. El problema es que ninguno de ellos parece tener claro dónde se encuentra la tumba familiar del viejo Mortimer. Para más inri, las señalizaciones del cementerio brillan por su ausencia.
Los trozos de otras lápidas, esparcidos por doquier, llenaban la mente de imágenes de Moisés que baja del Monte Sinaí y, presa de la cólera cuando se encuentra a sus seguidores bailando alrededor de falsos dioses, arroja al suelo las tablas de piedra con los Mandamientos partiéndolas en pedazos, la más trágica destrucción jamás vista de una primera edición.
La búsqueda de la parcelita que el tejedor tenía preparada para que sus restos dencansaran se convierte en motivo de disputa entre los dos abuelos.
Una historia de ancianos
Los abuelos son Cahir Bowes, el picapedrero, y Meehaul Linksey, el fabricante de clavos. Ambos presumen de conocer el cementerio como la palma de su mano, al fin y al cabo han asistido al entierro de toda una generación como poco. Imaginadlos discutiendo mientras se amenazan con los bastones: que si la tumba está aquí o allá, que si ahí enterraron a no sé quién y que si tú chocheas.
Cahir Bowes, el picapedrero, tan doblado de cadera para arriba que andaba con la espalda horizontal, como los animales. Empuñaba en la mano derecha un bastón que lo sostenía por delante, mientras con la izquierda se sujetaba la chaqueta por detrás, justo por encima de los riñones. Con estas estratagemas conseguía no caerse de bruces al andar. La fuerza magnética de la madre tierra tiraba de la frente de Cahir Bowes, y Cahir Bowes evitaba hasta el final su beso funesto.
Todo esto ocurre en presencia de la viuda y los dos sepultureros a los que están volviendo locos, yendo de un lado para otro sin saber dónde empezar a cavar. Así arranca la historia en la que los ancianos, y por tanto la vejez y la memoria, son el eje central (si bien la viuda, los sepultureros y algún que otro personaje tendrán también sus momentos de protagonismo).
Conclusiones de La tumba del tejedor y el humor mordaz de O’Kelly
La verdad es que se trata de un relato con el que estoy segura de que casi cualquiera lo pasará bien. Me he reído y, al mismo tiempo, me ha resultado bastante entrañable. La vejez y los ancianos despiertan habitualmente sentimientos de ternura, pero cuando se trata de personas especialmente tercas hay que armarse de paciencia (exactamente lo mismo que con algunos niños). Esto es lo que ocure con Cahir y Meehaul, nuestros dos principales protagonistas.
No voy a desvelar qué es lo que ocurre finalmente con el cuerpo de Mortimer, aunque esto es lo de menos. Lo que más me ha gustado ha sido la caricatura del entorno que O’Kelly dibuja poco a poco: presente y pasado del pueblo por medio de los (en ocasiones frágiles) recuerdos. La forma en que los va enlazando y la -incómoda- situación que todo esto genera (ojo, que la viuda sigue ahí) me han hecho sonreír por un lado y sentir lástima por otro.
Por tanto, se trata de una novelita súper corta (o relato extenso) apta para todos los públicos que permite al lector aproximarse a la Irlanda rural de principios del S.XX y su literatura. La tumba del tejedor es un sencillo texto humorístico cargado de reflexiones con el que seguramente disfrutaréis de una divertida y amena lectura: no puedo dejar de recomendarlo
Una mujer podía muy bien separarse con ternura de un hombre, y, si al volver la esquina, llegaba a encontrarse con su imagen y semejanza, ser capaz de derribarlo de un golpe. No hay en esta vida nada más poderoso, pero al mismo tiempo más delicado, que los mecanismos de la individualidad. Crear la impresión de que la humanidad es algo que pueda reproducirse como las monedas supondría echar por tierra la ilusión de la vida.
Gracias por tu reseña, que pena que tan joven se fuese