Un poco de artículos de costumbres pal body, en esta ocasión de mano de Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), con un prólogo de nivel hecho por Ramón Gómez de la Serna. Sus dejo un fragmento del prólogo, en el que Gómez de la Serna describe a Mesonero Romanos:
«Asiduo del café El Parnasillo, y en la encrucijada de teatros que era la plaza de Santa Ana, busca la aterciopelada intimidad del teatro y se empeña en restaurar en la escena al gran teatro clásico, logrando que se represente en el teatro del Príncipe la comedia de Tirso de Molina Amar por señas, refundida por él, y después en el Príncipe y en el de la Cruz otras refundiciones del mismo Tirso y Lope de Vega. (…)
A eso se dedicó con pasión de ruador, y como quien pasea la calle a una novia con don de asomarse a todos los balcones de la villa en que mora, don Ramón descubría majezas, bailes de candil y saraos, gabinetes de juego, fondas de sabrosos olores, tertulias literarias, casas en que había habitado el genio, jardines con leyenda, corros dicharacheros alrededor de las fuentes o los faroles, intrigas de su tiempo en los paseos de coches orillados por la petimetrería a la moda.»
Madrileños de pro donde los haya. Perdónenme ustedes que de rienda suelta a mi vena regionalista, pero no puedo evitarlo. Qué jodidamente grandes son los dos Ramones.
Mesonero Romanos, de familia adinerada y que nunca tuvo problemas de sustento, pudo así dedicarse a la literatura. Fue cronista, editor, e incluso concejal del Ayuntamiento de Madrid.
Acostumbrado al ir y venir contínuo de gente que acudía a su casa desde que era pequeño, siempre andaba al loro de las amistades de su padre, al que le pedían favores y dinero. Debían de ser gente bastante generosa (a la par que acaudalada, aunque parezca difícil) y ofrecían ayudas, sobretodo a gente relacionada con las artes.
Cuando murió su padre, Ramón continuó siguiendo la misma trayectoria que éste.
Lector empedernido (amante del Siglo de Oro) y cuyos colega de sus colegas, fijo. O a mí me da esa impresión. Tenía como coleguitas a personajes ilustres como Larra, Espronceda, Escosura, etc. y, como alguno de ellos, también tuvo su propio pseudónimo: El Curioso Parlante. Mola el nombre que te cagas.
Me han gustado mucho, a parte de los detalles costumbristas, las descripciones con tintes caricaturescos de la fauna de la Villa de Madrid del Siglo XIX .
Me ha tocado la fibra con el aspecto librario, dado que en un par de artículos se refiere tanto a las librerías de Madrid [«Y aquí llamo la atención de mis lectores no madrileños, para hacerles un pasajero bosquejo de lo que es una librería en nuestra heroica capital…»] como al trabajo de impresores y editores.
«Que se ajustan, en fin, literato e impresor, y empieza la tarea de la composición y la corrección de pruebas, y el ajuste, y el pliego de prensa, y la tiración y retiración, y las capillas, y el alce, y el plegado; y mi autor en algunos meses, no sabe qué cosa es dormir, ni sosiega un solo instante; y unas veces riñe con el regente de la imprenta por la tardanza, y otras con los cajistas por su precipitación; y se desespera porque en vez de tu mano esquiva, le han puesto tu mano de escriba, o en lugar de memoria póstuma han estampado memoria postema, u otros quid pro quos tan inocentes como éstos, en que suelen incurrir los inocentes cajistas.»
Me mola eso de decir: joder, al final ha sido útil lo de estudiar tropecientas veces el proceso de impresión. ¡El plegado! ¡El alce! ¡Los cajistas!
Y, a parte de saciar mi sed de libros, en el sentido más puramente material de la palabra, también habría que destacar algunas reflexiones de carácter filosófico y moral que desarrolla de vez en cuando. Reflexiona sobre la patria, la corrupción, la observación, la actitud de la mujer o la Fortuna.
En cuanto al cuadro de costumbres que conforma, destacaría las referencias a aspectos concretos de la capital
Todos los que venden fósforos y libritos de papel en la Puerta del Sol y sus adyacentes.
Los que cargan arena en los altos de San Isidro, o juegan a las aleluyas en la pradera de los Guardias.
Los que arrojan carretillas o garbanzos de pega a las faldas de las mujeres, o apalean los perros, o cogen la fruta de los puestos y echan a correr.
Los que vocean por las calles «el papel que ha salido nuevo», o acompañan a los héroes en sus triunfos y a los reos en su suplicio; órganos destemplados de la pública opinión, fuelles del aura popular.
Todas estas y otras muchas clases que sería harto prolijo enumerar, alternaban confusamente con los enjaezados caballos, las campanillentas calesas, los perros aulladores, máscaras espantosas, fuegos y petardos disparados al viento.»
y algunas otras situaciones que resultan, cuanto menos, curiosas. Por ejemplo, hay un capítulo bastante largo que trata sobre la enfermedad y posteriormente de un pavo. Es mazo cachondo ver cómo los distintos médicos le dan uno u otro remedio, conforme la «escuela» a la que pertenezcan. Vamos, que al final ninguno tiene ni puta idea: ni el Browmista, ni el alumno de Broussais, ni el homeopático,ni siquiera el empirista, que sería el de la Seguridad Social de hoy en día. [Al lorito a los enlaces de Browm y Broussais… ¡ese proyecto de digitalización de la biblioteca histórica de la complu!].
Y como ninguno tiene ni puta idea, resulta que palma. Así que le dedica también el artículo correspondiente al velatorio del susodicho.
Me encantan este tipo de libros. En el colegio nunca me gustó la asignatura de historia, tantas putas fechas, tantos putos nombres y lo que es peor: tanto aristócrata inepto cuya familia me importaba una mierda. Con eso, sí, aprendí a dibujar una línea de tiempo y situar los nombres y las fechas. Pero me da la sensación que eso es como no saber nada, absolutamente nada, de lo que realmente ocurría en esa época y cómo se veían afectadas las personas.
ESTO SÍ QUE ES HISTORIA, OSTIAS.
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«Esta porción agitada, esta masa flotante de individuos, que forma lo que vulgarmente suele llamarse la patria, viene a constituir el más entretenido juego teatral para el modesto espectador que, sentado en su luneta, y sin otra obligación que la de pagar cuando se lo mandan (obligación no por cierto la más lisonjera ni agradecida), apenas tiene tiempo de formarse una idea bien clara de los actores, ni aún del drama; y con la mayor buena fe, atento siempre a los movimientos del patio, aplaude lo que éste aplaude, y silba cuando éste tiene por conveniente silbar.»
«Declarado el punto suficientemente discutido respecto al diagnóstico y el pronóstico, vinieron, por fin, a proponer la curación, y fiel cada cual a sus respectivos métodos, indicaron, el Browmista un tonífico récipe de treinta y dos ingredientes entre sólidos y líquidos; pero con la condición de tenerlo todo cuarenta y ocho horas en infusión, y que se había de hacer precisamente en la botica de la calle de… y entre tanto que la muerte tuviese la bondad de aguardar. El alumno de Broussais sostuvo que a beneficio de seis docenas de sanguijuelas y cuatro sangrías se cortaría el mal, y que para sostener las fuerzas del enfermo no había inconveniente en administrarle de vez en cuando algún sorbo de agua engomada, o un azucarillo. El homeopático puso a discusión la aplicación de la vigesimillonésima parte de un grano de arena, disuelto en tinaja y media del agua del Rhin, con lo cual se habían visto pasmosas curaciones en el hospital de Meckelembourg-Strelitz. El empírico, en fin, propuso que el enfermo se levantara y saliese a paseo, tomando únicamente de dos en dos horas catorce cucharadas del vomi-toni-purgui-velocífero de Le-Roy.»
«La filosófica observación de un célebre moralista, que queda estampada como epígrafe del presente artículo, nos conducirá como por la mano a entrar de lleno en aquella cuestión tantas veces agitada de la mayor o menor corrupción de los tiempos; y después de bien debatida, sucederíanos lo que de ordinario acontece, esto es, que acaso no sabríamos decidirnos entre los recuerdos pasados, la actualidad presente y las esperanzas futuras«
«el libro de la vida todos le [sic] escriben, muy pocos son los que aciertan a leer en él; y allí donde por lo regular acaba el horizonte del vulgo suele empezar el del filósofo observador.»
«Fina y delicada es la observación que nuestro buen Jovellanos consiguió en el bellísimo terceto que arriba queda citado: la moda y los preceptos del gran mundo obligan a muchas mujeres a aparentar lo que no son, al paso que el orgullo y el amor a la independencia suelen a veces ser los escudos de la virtud, si es que sea virtud aquella tan disfrazada que procura ocultarse a los ojos del mundo, y fingir abiertamente un contrario sistema. Grande error es en la mujer no tomar en cuenta las apariencias, pues las más veces suele juzgarse por éstas, y como no todos leen en el interior de su corazón, no todos llegan a distinguir la realidad de la ilusión, la consecuencia del vicio, de la que sólo es nacida del imperio de la moda«
«Rodeaban, en fin, el lecho del enfermo varios parientes y allegados de la casa. Una tía vieja, viuda de no sé qué consejero, y empleada en la real servidumbre; archivo parlante de las glorias de la familia; cadáver embalsamado en almizcle; figura de cera y de movimiento; tradición de la antigua aristocracia castellana; y ceremonial formulado de la etiqueta palaciega. Un ayuda de cámara, secretario del secreto del señor conde, su confidente y particular favorito para todas aquellas operaciones más allegadas a su persona. –Varias amigas de la condesa y de su cuñada, muchachas de humor y de travesura, con sus puntas de coquetería. Un vetusto mayordomo disecado en vivo, vera efigies de una cuenta de quebrados; con su peluca rubia, color de oro; su pantalón estrecho como bolsillo de mercader; su levita de arpillera; su nudo de dos vueltas en la corbata; el puño del bastón en forma de llave; los zapatos con hebilla de resorte, un candado por sellos en el reloj; y éste sin campanilla, de los que apuntan y no dan; persona, en fin, tan análoga a sus ideas, que venía a ser una verdadera formulación de todas ellas, un compendio abreviado de su larga carrera mayordomil.»
«Austero filósofo, que estudias y lamentas las debilidades del hombre; dirige entonces tus severos preceptos al joven animoso que por primera vez se mira en aquel momento coronado con una dulce mirada, con un sí lisonjero del envidiado objeto de su amor… Te mirará con ceño o acaso no reparará en ti; pero si insistes en aconsejarle, en mostrarle el fiel espejo de la razón, en hacerle adivinar un porvenir doloroso tras de aquella mirada, tras de aquel dulce y halagüeño sí, te volverá la espalda, o frunciendo los labios ante tu grave y mesurada faz, te dirá con sonrisa desdeñosa… «Máscara, no te conozco, déjame bailar.»«
«Todo es, en fin, placer y movimiento, y risa y algazara, y cuadros halagüeños, sin pasado y sin porvenir; la capital entera resuena con las músicas armoniosas: por las anchas ventanas se desprenden torrentes de luz, y el confuso sonido de la conversación y de la danza; mil carruajes precipitados surcan en todos sentidos las calles, para conducir a los respectivos saraos a los alegres bailadores; la plateada luna refleja sus luces en los mantos recamados de oro, en las trenzas entretejidas de pedrerías; yacen desocupados los lechos conyugales, el opulento palacio, y el elevado zaquizamí; todos sus moradores déjanlos precipitados, y corriendo en pos del tirso de la locura, acuden de mil partes a las bulliciosas mansiones del placer, a los innumerables templos de aquella Diosa de Carnaval.»
«Los que juegan a la barra en las tapias de Chamberí, o cantan amores a las ninfas del Manzanares, o cobran el barato en la Virgen del Puerto, o venden caballos en el portillo de Lavapiés.»
«No hace muchas semanas que en el DIARIO DE MADRID y su penúltima página, en aquella parte destinada a las habitaciones, nodrizas, viudas de circunstancias y demás objetos de alquiler, se leía uno, dos, y hasta tres días consecutivos…»
«Mas la señora Fortuna, que a veces tiene toda la maliciosa intención de una dama caprichosa y coqueta, quiso probar la envidiable tranquilidad de nuestro segador, y permitió que guiado de aquel instinto con que el gato busca la cocina, el ratón el granero, el mosquito la cuba, y el hombre la tesorería, reparase nuestro Farruco en una puerta de cierta tienda de la calle de Hortaleza, a cuya parte exterior alumbraban dos reverberos, con sendas letras, que, aunque para él eran griegas, bien pronto fueron cristianas, oyendo pregonar a un ciego, que sentado en el umbral de la dicha puerta exclamaba de vez en cuando: -«La fortuna vendo; esta noche se cierra el juego; el terno tengo en la mano; a real la cédula».»
«Aquí del rascar de las orejas de los circunstantes; aquí el hacer círculos en la arena con las varas; aquí el atar y desatar de las fajas y de los botines de la pretina; aquí el arquear de las cejas, tragar saliva, mirar a un lado y a otro, como tomando en cuenta hasta las más mínimas partes de aquel conjunto; aquí el mirarse mutuamente con desconfianza y aparente deferencia, instándose los unos a los otros a romper el silencio, sin que ninguno se atreviese a ser el primero. Aquí, en fin, el balbucear algunas palabras, aventurar tal cual pregunta, rectificar varias indicaciones, y volverse a recoger en lo más hondo de una profunda meditación.»
«La fortuna es loca, y gusta las más veces de favorecer a quien menos acaso es digno de ella… ¿Quién sabe?… Todavía quizás le reserva una contrata de vestuario, o una empresa de víveres; y al que vimos entrar ayer cruzado en un pollino, preguntando los nombres de las calles, tal vez le miraremos mañana pasearlas en dorada carretela, y adornado su pecho con bandas y placas que nos deslumbren y oculten a nuestros ojos la pequeñez del origen de su posesor. Espectáculo frecuente en el veleidoso teatro cortesano, y grato pasatiempo del observador filósofo que contempla con sonrisa tan mágico movimiento.»
fantástico acercamiento a ese libro que tengo en la estantería de libros pendientes y del que siempre me han hablado mil maravillas, ahora tengo aún más ganas. No obstante espero que la próxima entrada no se ralentice tanto que se la echa de menos a usted
Donde estoy es dificil encontrar libros, leo lo que puedo, este me gustaría encontrarmelo.
Siento lo del pavo.
¡¿Que te da asquito?!!!
No tienes criterio 😛 (es con toda la coña del mundo, dado lo visto aquí)
Finales del XIX-principios del XX es una época que me fascina, y me atraen mucho todos estos escritores españoles poco conocidos (al menos por mí, no sabía si Mesonero era el apellido o el nombre, jeje, sería un buen nombre). Tengo ganas de leer algo de Emilio Carrere, como La torre de los siete jorobados (que tiene película).
(¿has visto que alguien se ha molestado por lo que dijimos de Ruiz-Zafón? jaja)
Ya me he terminado lo del 2 de mayo
y pongamos que hablo de Madrid.
Ahora estoy con el prólogo éste que le han metido a Memorias del subsuelo.
No me gusta leérmelo. Pero me disgusta más saber que me lo he dejado sin leer.
Mierda, quiero empezar ya con el libro libro.
Nos hemos trasladado a hosting y dominio propio, vamos, como el que se mete en una hipoteca pero más barato jajaja
Cuando puedas actualiza el enlace y de paso estás invitada a visitarlo.
Gracias