¿Cuántos de los transeúntes capturados en la foto estarán disfrutando tanto de un paseo como lo hacía Walser? Lamentablemente apostaría a que ninguno. Al estar, en este caso, en una ventana y no de paseo, tampoco es posible seguir su recorrido para intentar adivinar qué hacen en la calle al observar de qué modo pasean. Eso sería una de las muchas cosas que haría Walser
como un buen haragán, fino vagabundo y holgazán o derrochador de tiempo y trotamundos.
Es ya el quinto libro de Robert Walser que leo (tras «Los hermanos Tanner», «El bandido«, «Jakob Von Gunten» y «La habitación del poeta») y estoy segura de que seguiré indagando en su bibliografía. Leerle es una auténtica exquisitez.
A lo largo de este libro acompañamos al autor a lo largo de uno de sus habituales y preciados paseos. Walser se dirige al lector directamente y le hace partícipe de las bondades del paseo, a la vez que él va haciendo sus mandaos.
Esperaba con alegre emoción todo lo que pudiera encontrarme o salirme al paso durante el paseo.
Se muestra en ocasiones un tanto inseguro, disculpándose ante el lector por anticipado y mostrándole su respecto en más de una ocasión. Está claro que así se gana la confianza de muchos (la mía por ejemplo).
¿Ha sido jamás un autor de provincias o de la capital más tímido y cortés para con el círculo de sus lectores? Creo que no
En un simple paseo ocurren muchas cosas, se pueden ver muchas cosas y la cabeza es capaz de reflexionar sobre muchísimas cosas. Pero hay que detenerse y mirar para darse cuenta de todo ello, no moverse como un autómata. Walser hace una oda al paseo reposado (no al sedentarismo).
Sin pasear estaría muerto, y mi profesión, a la que amo apasionadamente, estaría aniquilada. Sin pasear y recibir informes no podría tampoco rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo, y no digamos toda una novela corta. Sin pasear no podría hacer observaciones ni estudios. Un hombre tan inteligente y despierto como usted podrá entender y entenderá esto al instante. En un bello y dilatado paseo se me ocurren mil ideas aprovechables y útiles. Encerrado en casa, me arruinaría y secaría miserablemente. Para mí pasear no sólo es sano y bello, sino también conveniente y útil. Un paseo me estimula profesionalmente y a la vez me da gusto y alegría en el terreno personal; me recrea y consuela y alegra, es para mí un placer y al mismo tiempo tiene la cualidad de que me excita y acicatea a seguir creando, en tanto que me ofrece como material numerosos objetos pequeños y grandes que después, en casa, elaboro con celo y diligencia. Un paseo está siempre lleno de importantes manifestaciones dignas de ver y de sentir
Durante su paseo, Walser nos va contando, por ejemplo, sus observaciones sobre los distintos comercios de toda la vida (no hay Ahorramás, Corte Inglés, 20 duros, etc.) por los que va pasando…
Una librería en extremo airosa y bien surtida se mostrara agradablemente ante mis ojos, y sintiera el instinto y el deseo de hacerle una breve y fugaz visita, no dudé en entrar a la tienda con visiblemente buenos modales, permitiéndome pensar en todo caso que quizá estuviera mejor como inspector y revisor de libros, como recopilador de informaciones y fino conocedor, que como querido y bien visto rico comprador y buen cliente.
…o si tiene que hacer algún mandao -como comentaba- nos lo cuenta también y, como no podía ser de otra forma, nos habla sobre las distintas personas con las que se va cruzando en su camino. Esto le sirve para explayarse en reflexiones sobre distintos temas, principalmente sobre comportamiento humano, moral o similar, que tanto me gustan.
En qué clase de mundo de engaño empezamos o hemos empezado ya a vivir cuando el municipio, la vecindad y la opinión pública no sólo tolera, sino que al parecer desdichadamente incluso ensalza aquello que ofende a todo buen sentido, a todo sentido de la razón y del agrado, a todo sentido de la belleza y de la probidad, aquello que se jacta de manera enfermiza, que se otorga un ridículo prestigio de barrio bajo, aquello que a cien y más metros de distancia grita al buen y honrado aire: «Soy esto y lo otro. Tengo tanto y cuanto dinero, y puedo permitirme llamar desagradablemente la atención. Sin duda soy un bruto y un majadero y un tipo sin gusto, con mi fea pompa; pero nadie me puede impedir ser bruto y majadero».
La gente como usted respeta el dinero, y el respeto al dinero le impide respetar cualquier otra cosa.
Por Walser pasa muy bien el tiempo, como ocurre con todos los grandes analizadores-del-hombre (véase Montaigne o Gracián), no importa en qué lugar o tiempo se lea su obra: no ha perdido ni un ápice de vigencia su contenido.
Desde luego que en algunos lugares hay cazadores y degustadores de novedades, echados a perder por exceso de estímulo, ansiosos de sensaciones, hombres que ansían casi cada minuto goces no disfrutados aún. El poeta no escribe para tales gentes, como el músico no hace música para ellos y el pintor no pinta para ellos. En conjunto, la continua necesidad de goce y prueba de cosas siempre nuevas se me antoja un rasgo de pequeñez, falta de vida interior, alejamiento de la Naturaleza y mediana o defectuosa capacidad de comprensión. Es a los niños pequeños a los que siempre hay que mostrarles algo nuevo y distinto para que no estén descontentos.
El sentimiento que emite la narrativa de Walser es arrollador: te indignas con (junto a) él, te sorprendes, te consuelas, te alegras, te entristeces, te fascinas con (junto a) él. Es un autor que consigue apretar las tuercas de las vísceras con un tono que está muy lejos de resultar pasteloso, al contrario. Intenta motivar positivamente, valora y agradece lo bello, se rebela contra las injusticias y desprecia la falta de respeto. Me encanta.
si alguien quisiera aplazar el goce y toda alegría de vivir hasta que el mundo no tuviera por fin gente pobre y desdichada, tendría que esperar hasta el gris e impensable Día del Juicio y hasta el gélido y yermo Fin del Mundo, y para entonces puede que el placer y la vida misma se le hubieran pasado por completo.
Una vez más, Walser no defrauda. Queda recomendadísimo.
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