Llegué a Las Chicas, de Emma Cline, por recomendación. El balance global es que me han molado bastante algunos aspectos (el punto de vista empleado, los temas que trata y los hechos que aborda), pero tuve que superar un primer escollo que casi me deja fuera: el estilo.
Esta novela, de 2016, recupera el crimen de Charles Manson (en esta novela, alias Rusell) y lo muestra a través de los ojos de Evie Boyd, una adolescente de 14 años, rebelde como casi todas, que queda fascinada por las chicas del grupo de los hipih esoh que merodean por la zona. ¡Qué pelazo! ¡Qué libertad y seguridad en sí mismas transmiten!
Ya, ya…
Partiendo de esta situación, Emma Cline tiene fácil abordar muchos conflictos personales y sociales. Partimos de una chavala en busca de su identidad que se da de bruces con un grupo de peña fanática, manipulada y manipuladora. Una adolescente impresionable atraída por un grupo social adulto mazo perverso. Magnífico.
Por suerte, la historia está narrada por Evie muchos años después de esa época. Esto te permite coger aire cuando estás situada en el «hoy», el ambiente que se respira en su recuerdo es asfixiante. He de admitir que, en algunos momentos, el libro transmite muy bien esta sensación y consigue que lo pases mal.
Con Las chicas tengo sentimientos encontrados, no os voy a engañar. Como os decía, la historia y los temas están bien; pero sobre la forma de escribir, había momentos en que quería prenderle fuego al libro. En mi opinión, especialmente al principio, el tono es demasiado forzado. Me da la sensación de que utiliza un lenguaje demasiado pomposo para, muchas veces, no decir nada. Podría ser cosa de la traducción, aunque creo que no es el caso. Sin embargo, conforme avanza la historia y se centra en los conflictos parece que Cline se deja de tanta chorrada.
Lectura molona con ese «pero».
Algunos fragmentos de Las chicas, de Emma Cline
«Ya debía haberlo perdonado por dejarla tirada. A las chicas se les daba bien colorear esos decepcionantes espacios en blanco. (…) La tristeza a esa edad tenía la agradable textura del encarcelamiento: te encabritabas y enfurruñabas contra las cadenas de los padres, el colegio y la edad, esas cosas que te alejaban de la felicidad inevitable que te estaba aguardando».
«Pobre Sasha. Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa de amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones de pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como ‘atardecer’ y ‘París’. Y luego les arrebataban sus sueños con una fuerza violentísima; la mano tirando de los botones de sus vaqueros, nadie mirando al hombre que le grita a su novia en el autobús».
«—Las chicas no tendríais que estar haciendo esto.
Negó con la cabeza y vi en su cara un leve atisbo de preocupación por mí, un reconocimiento, pensé yo, de lo valiente que era. Aunque debería haber sabido que cuando los hombres te advierten de que vayas con cuidado, a menudo te están previniendo de la película oscura que les pasa a ellos por la cabeza. Alguna ensoñación violenta que los impulsa a exhortarte con culpabilidad a volver ‘sana y salva a casa’».
Genial, gracias como siempre