«El infinito en un junco» de Irene Vallejo me ha supuesto una de las mayores decepciones de los últimos años. La culpa no es del libro sino mía y de las expectativas que albergaba. Está siendo muy alabado por la crítica, escritores, bookstagramers y otros personajes famosos (por ejemplo, el cocinero Alberto Chicote) pero a mí me ha dejado un regusto bastante amargo. Este tipo de reseñas son complicadas de hacer. Cuando un libro te entusiasma sale prácticamente sola, cuando te decepciona hay que mirar muy bien qué escribes.
El entusiasmo inicial en el junco (pero no Infinito)
Empecé verdaderamente entusiasmada con El infinito en un junco. Este libro de Vallejo es de los libros que da gusto tener entre manos (la rugosidad de la portada y la ilustración me encantaron cuando recibí el pedido de Librería Alberti). Recuerdo que, leyendo las primeras páginas, me dirigí a mi madre con un: ¡este libro te va a encantar!. Aunque sea ensayo, está muy bien contado, no te aburre en absoluto. Habla sobre las primeras bibliotecas, el inicio del lenguaje (los pictogramas), los soportes que se empleaban, hace honor a los primeros organizadores de bibliotecas (actuales bibliotecarios)…
El nuevo encargado de la adquisición y el orden de los libros se llamaba Demetrio de Falero. Él inventó el oficio, hasta entonces inexistente, de bibliotecario. Sus años jóvenes le habían preparado para las tareas intelectuales y para el mando. Fue estudiante del Liceo y luego durante una década, entró en el torbellino de la política. En Atenas había conocido la primera biblioteca organizada aplicando un sistema racional: la colección del mismísimo Aristóteles, apodado «el lector» Aristóteles, en más de doscientos tratados, buscó la estructura del mundo y la parceló (física, biología, astronomía, lógica, ética, estética, retórica, política, metafísica).
Que no te burre, le dije. Más adelante me retractaría de mis palabras.
Cuando lo compré, basádome en el título y en los comentarios que había visto, pensé que se trataría de un ensayo sobre la «Historia de la cultura escrita», que es como se llamaba la asignatura sobre la historia del libro cuando estudié biblioteconomía. Eso es lo que encontré, pero solo en el primer tercio del libro.
Qué encontré dentro de El infinito en un junco
Conforme fui avanzando con el ensayo de Irene Vallejo me empezó a rechinar el abuso de menciones a películas o libros contemporáneos con la finalidad de explicar o ejemplificar distintos conceptos. Recuerdo que mi profesor de filosofía decía que si abusas de las comparaciones para explicar algo es que en realidad no estás siendo capaz de definirlo por tus propios medios.
Continué leyendo y empezaron a saltar otras alarmas. Por un lado, las partes autobiográficas de su relación con los libros sobre la infancia (que no me aportaban nada) y, por otro, lado las repeticiones. Repecitiones de explicaciones y de elementos. ¿Alguien ha contado cuántas veces aparece «Como ya he comentado» o «como ya he dicho«, «ya dije«, etc.? ¿Y la palabra gimnasio, rollo o arcilla?
En el momento en que dejé atrás Grecia empecé a sentirme completamente perdida en medio de un listado de nombres, de historias y de temas que nada tenían que ver con la evolución de la escritura y menos aún con los libros -como soporte-. Pero bueno, continué con Roma. Y nada, entre menciones a Tarantino -por poner un ejemplo- o historias de bullying por ser empollona, de vez en cuando, aparecía otra vez la explicación de los rollos de papiro.
Perdiendo los papeles (Irene, no encuentro el papel)
Seguía buscando entre el Infinito en un junco menciones a la invención del papel (China, S.II a.C) de cómo lo introdujeron los árabes en Europa, de cómo se empezó a hacer en los molinos de la España musulmana. Nada. Joder, Vallejo. Más nombres de romanos, más baños públicos, más edificios y ciudades. Otra vez las tablillas de arcilla o cera.
Me harté. Empecé a hojear hacia adelante buscando más información sobre la historia de los libros. De los sellos estampados, de esos sellos de madera que fueron los primeros tipos móviles, de la xilografía. Los frontispicios. Nada. ¿Dónde se habla de los pergaminos púrpuras con letras en dorado de la época de Carlo Magno, la fabricación de tintas, la imprenta de Gutenberg?.
Empecé a pasar páginas como una loca, intentando encontrar alguna de estas palabras. Nada, nada, nada. Romanos, romanos, romanos. Papiro, pergamino, rollo.
Y de repente, en la página 392 de 398, a seis páginas para terminar aparece el papel. Durante una página y media se mencionan algunos de los nadas. Está claro: no es el libro que esperaba. Malinterpreté el subtítulo que acompaña al título principal. «El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo» no es (ni por asomo) «El infinito en un junco. La historia de los libros antiguos».
Si fuera lo mismo, se habría quedado muy corto. Faltarían como dieciséis siglos por contar, más o menos. En los libros el adjetivo «antiguo» se atribuye a aquellos que se hayan publicado hasta 1820 aproximadamente (aquellos que -hasta las primeras décadas del SXIX- se hayan realizado de forma tradicional). No me cabe duda de que esto es lo que me llevó a confusión.
Conclusiones de «El infinito en un junco»
Como ya he dicho (si es que todo se pega) el comienzo de El infinito en un junco de Irene Vallejo lo he disfrutado bastante. Además, hay bastantes reflexiones o historias que expone la autora a lo largo del libro que también me han gustado. Pero a partir del primer tercio me perdí. No disfruté nada porque no estaba lo que pretendia encontrar. No quiero decir que el libro sea malo, está muy bien documentado y habla de un montón de cosas históricas, pero quien crea que va a dar con una «Historia de la cultura escrita» que no se equivoque, no es eso.
La parte positiva de esta experiencia es que he pasado un buen rato volviendo a leer mis viejos apuntes y el temario sobre la historia del libro/bibliotecas. Me ha encantado volver a recordar tantas cosas que había olvidado. La lástima es no haber encontrado en «El infinito en un junco» toda esta información que esperaba recibir de forma más amena -novelada, poética- que en un libro de texto.
Pero bueno, para intentar dejar buen final sabor de boca después de haber despachado la reseña de este modo, me despido con una de mis frases preferidas del libro:
Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida.
Nota adicional para aspirantes a bibliotecarios
Cuando leí el siguiente párrafo que plasma Irene Vallejo en su infinito en un junco, anoté dos interrogaciones al lado:
Ptolomeo III fundó una segunda biblioteca fuera del distrito del palacio, en el santuario del dios Serapis. La Gran Biblioteca quedó reservada a los estudiosos, mientras que la biblioteca filial se puso a disposición de todos. Como dijo un profesor de retórica que la conoció poco antes de su destrucción, los libros del Serapeo «ponían a toda la ciudad en condiciones de filosofar». Quizá fue la primera biblioteca pública realmente abierta a ricos y pobres; élites y desfavorecidos; libres y esclavos.
Juraría que ni estudiando la carrera ni preparando las oposiciones se decía, como en El infinito en un junco, que la primera biblioteca pública fuese la de Ptolomeo. Diría que se consideraba que las primeras fueron en Roma o en Atenas, no recordaba bien. Así que volví a mis viejos apuntes y a los libros de preparación de oposiciones: me confirmaron lo que creía recordar.
Pero claro, me dije, esto Irene Vallejo no puede habérselo sacado de la manga así como así (aunque la sentencia vaya precedida de un quizá que le exime de aseverar nada).
Investigación (CSI)
Tras navegar un poco por internet, resulta que así es como lo veía Hipólito Escolar (y algún otro, imagino). Hipólito manifestaba lo siguiente:
“la biblioteca de Alejandría fue la primera biblioteca pública o civil, en el sentido de que no estaba al servicio exclusivo de su dueño o de un colegio sacerdotal o de una comunidad docente y de que su colección tenía carácter enciclopédico”
Escolar, H. “Dinamicidad de la función bibliotecaria”. Boletín de la ANABAD 29. 2. (1979a): 9 – 20.
Consulté la bibliografía que viene al final del libro de Irene Vallejo y, efectivamente, ahí estaba el susodicho. De acuerdo, aceptamos barco. Como aviso a navegantes, quien esté estudiando / opositando para bibliotecario (para guardiám de la droga) que no se quede con esta teoría si no quiere errar en la respuesta tipo test.
Los más de diez mil bibliotecarios que trabajan en España -cientos de miles en todo el mundo— alimentan nuestra adicción a las palabras. Son los guardianes de la droga. A ellos les confiamos la suma de nuestros conocimientos y nuestros sueños, desde los cuentos de hadas a las enciclopedias, desde los opúsculos eruditos a los cómics más canallas.
Que triste es tener que dejar un libro sin acabar de leer, sea cual sea el motivo.
Tomo nota también de no creer a pies juntillas los comentarios de escritores, críticos y demás personajes sobre el libro que compras.
Gracias por la información.
Bueno, digamos que me leí la mitad y hojeé el resto 😁😁 y no es mal libro, tendrá su público pero la verdad es que no se ajusta para nada a lo que buscaba. No quiero desanimar a nadie, pero sí advertir sobre qué es lo que contiene y qué temas trata para que nadie caiga en el equívoco como yo.
Un saludo! 🤗
vaya, acabo de coger el libro de la biblioteca para leerlo… y acabo de encontrar tu reseña… El caso es que el subtítulo dice la invención de los libros en el mundo antiguo, entonces creo que si habla básicamente de Grecia y Roma como explicas si seria correcto porque son las civilizaciones de la Edad antigua. Quizás la autora tenga pensado escribir otras partes sobre el mismo tema en diferentes épocas y por eso ahora se ha centrado solo en esa época, profundizando en ella. En todo caso, lo comenzaré a ver cual es mi impresión. Ciertamente lo cogí viendo tan buenas críticas del libro que ofrecían otros compañeros de profesión. Ahora no sé que pensar.
Es un buen libro, ¡No temas! Yo hasta la página 150 lo llevé super bien, muy entusiasmada, porque se ajustaba a lo que mi cabeza esperaba. Luego se torció porque se fue separando de «la historia de los libros» (que es lo que erróneamente interpreté como tema principal). Pero fue error mío por no prestar atención al subtítulo y leerlo en diagonal como se suele decir. Efectivamente es la invención del libro… y de lo que contiene, más bien. A partir de la 150 va más sobre el contenido que sobre el continente y ahí es cuando me perdí en un mar de letras.
Lo más probable es que te guste entero, sabes a lo que vas.
Aunque sobre gustos no suele haber aciertos o errores, tiene pinta de que en este caso «la rarita» soy yo, porque la mayoría lo adora.
¡Pero si hubieras visto la decepción que me llevé, como una niña cuando ve que un muñeco se quita la cabeza del disfraz y resulta que hay un tío distinto dentro, entenderías mi pesar! Jajaja
Seguro que te gusta. Cuando lo leas, si te apetece, pásate por aquí para contarlo. 🤗🤗🤗
Creo que tu posición, aunque no la comparto, tiene buenas bases. Sobre lo que dices puede que Alberto Manguel y su libro sobre la Historia de la lectura llene más tus expectativas, justo fue por su recomendación sobre Vallejo que me atrevía a leerla. El libro de Manguel aunque tiene una que otra vivencia personal si lleva un hilo conector de la historia de la lectura sin discriminar oriente y con más rigurosidad histórica, las últimas 30 páginas son de fuentes y especificaciones de las imágenes que están en todo el libro.
Muchas gracias por tus palabras y por la recomendación, la tendré muy en cuenta 😀
El infinito en un junco me parece una exposición caótica y repetitiva.
Hasta la página 49. 😵💫.
En la página 42 aparecieron los hobbits en medio de la fundación de la Biblioteca de Alejandría y me entró el pánico.
Borges sabiamente en la página 49 me permitió abandonar el libro.
Lo siento, no lo volveré a hacer.
jajajaja