Por aquí he dejao reseñas de Pólvora Negra, Manteca Colorá, Cuando la noche obliga y de El verano: Lo crudo y lo podrido, con lo que quiero decir que he escrito mucho del autor. Para no repetirme dejo un par de enlaces a artículos para El Cultural de El mundo, «Charlas con estatuas», en los que va visitando distintas estatuas y mantiene una conversación con ellas. Lo cojonudo del tema es que los lee el propio Montero Glez y están subidos en la página de El Cultural. Me flipa.
Vamos a por el fondo: Camarón en la Venta Vargas poco tiempo antes de morir. El contexto: una pelea de gallos y un mal presentimiento. Y mientras tanto el narrador en primera persona recorre algunos capítulos de la vida de Camarón y lo describe con el lenguaje del movimiento y de los silencios. El efecto que produce en los demás una calada honda tras una expresión seria y soltar el humo en un quejío.
Se nota que este es el tipo de historias que le gustan a Montero Glez, de las que saben a pescaíto frito y suenan a guitarra española. Anda que no le gusta Cádiz…
En Manteca Colorá decía de Conil:
En Cuando la noche obliga de Tarifa:
Y en Pistola y Cuchillo de San Fernando:
Y ya situaos en San Fernando nos deja dentro de Venta Vargas, acompañados de José y un par o tres más. ¡Al rico camarón de la bahía! eso que menciona Montero que es la cantinela que más se llevaba… tengo que decir que la última vez que escuché algo parecido fue en un festival en donde, unos de San Fernando andaban gritando: -«¡Bellota! ¡Bellota! ¡A la rica Bellota de San Fernando! ¡De la que fumaba Camarón!». Todo sea por el negocio.
A lo que íbamos, que nos encontramos en la Venta Vargas. Lugar emblemático donde los haya.
cantada hasta salpicar las camisas.»
Lugar de ilustres flamencos.
Le he pasao examen sobre el Madrid «gatuno» y ha sacao un sobresaliente, sólo ha fallao con el de las afueras.
Creo que la conmoción se debe al sentir flamenco, quizás a alguien la imagen de los nudillos sobre la mesa y hacer el compás no le emocione. A mí sí y me temo que ahí reside mi devoción por esta (y otras) novelas de Montero. Siempre el humo, los silencios y las pocas palabras que hay: claras. Si se ha llorao por fandangos, martinetes o seguiriyas, y se ha jaleao por alegrías, bulerías y tanguillos… hay algo que une. Y en este caso une al autor, al «personaje» y al lector.
«Se hizo un silencio, que más que silencio era una sorda rebeldía. Un silencio que se extendió por el cuarto y antes de que nos aplastase por completo, José lo rompió, con los nudillos sobre la mesa, haciendo compás. Con los ojos cerrados, mirándose adentro, jondo hasta llegar a las cuevas que por su cuerpo dejaron los barrenos de la vida, se arrancó al golpe, por mineras.
flotando como un velero,
flotando como un velero.
Tenía esas cosas, sólo él era capaz de meter una letra alegre por mineras, sólo él podía engañar al compás midiendo un cante de columpio con la vara más triste del palo flamenco.»
En otro fragmento define a Camarón como:
Buen regalo si conocéis a alguien que le guste el tema.
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«Vacilante, tenía una sensación parecida a la que pudiera tener una rata de barco en noche de tormenta. En el fondo no somos tan diferentes los hombres de las ratas. Ambos tenemos mierda en las tripas y un corazón donde bombea la sangre.»
«Aunque lo sospechaba, yo no sabía todavía que la tragedia es la serte más ridícula que existe. Tan sólo me dediqué a digerirlo a tragos, apoyado en el mostrador, mientras el viento culebreaba por las grietas que los años habían abierto en las paredes. Era un viento moreno y quemador que hacía silbar las botellas, los huesos y trinquetes de las últimas moradas.«
«Ocurrió una noche, cuando el gitanico Juan Vargas, marido de María Picardo, dueño de la Venta Vargas y compadre de Caracol, le pidió a éste que escuchase a un gitanico rubio que era puro almíbar. Fue entonces que Caracol sentenció: Un rubio no puede cantar bien en su vida’. Aún así, Juan -varrgas insistió tanto que al final Caracol aceptaría escuchar al gitanico rubio. Con esas, una noche fueron a buscar a José (…) En aquellas fechas, Caracol era todavía el monarca del buen cante. La enfermedad no había reducido sus vértebras y el coche que se adelantó a su muerte no había hecho aparición. Nadie se atrevía a predecir que aquel hombre acabaría cosido con el hilo de la autopsia. Así que cuando en la Venta Vargas mandaron a buscar a José para que Caracol le escuchase cantar, José accedió. Los que estuvieron presentes, y los que no también, cuentan cómo el gitanico rubio cantó a rabiar delante de un Manolo Caracol que le escuchó en silencio. Un silencio elocuente que a José volvió sordo y que sólo se rompió cuando Caracol pidió otra copa. ¡Cazalla! Después del trago, Caracol se hizo el distraído mirando las paredes. No haría nuna el más mínimo comentario al respecto, masticando en callado la rumia de su fracaso«
«Suele pasar que aquello de lo que escapamos es inseparable de aquello hacia lo que escapamos«
«Había descuberto que el navío que flota sobre el tiempo va sin brújula y carga sueños. También que la realidad, por mucho que se alargue, cuando es soñada cabe toda en un poco de tiempo»
«Entre cacareos, plumas y un curioso olor a mierda que raspaba la garganta, el día se me iba en preparar al polluelo, transmitiéndole mi aliento y esa herencia de Caín que los españoles llevamos en la faltriquera del alma.»
«Pillaba el alfabeto de los gestos y lo convertía en caligrafía. Era la mímica del que sabe que el silencio es la nota más larga y que sólo ha de acortarse cuando suena algo importante.«
Le tengo ganas a Montero Glez, hace poco leí un cuento suyo en una antología y me gustó mucho. Pero como el flamenco no me "llega" tanto empezaré por otro, quizás Manteca colorá…
Un placer leerte de nuevo. Bicos!
De este autor nunca te escuché (o creo) hablar, pero siempre que te escucho-leo comentar algo de algún autor me entran unas ganas irrefrenables de tener algo suyo entre las manos… así que nunca será tarde
un abrazo, katrina
p.d. sospecho que no te llegó mi correo, pero desde aquí te digo que si de veras te gustó lo que escribí puedo darme con un verdadero canto en los dientes
Grande Montero Glez.