Claro que puedo mencionar cuentos cortos que me han molado (Bolaño, Bukowski, ItaloCalvino) pero en serio, que me quedo con las novelas, así, a grosso modo. Pues con este Millás me ha pasado justo lo contrario, creo que comencé alguna novela suya (de cuyo nombre no puedo acordarme) y acabó olvidada, creo que ni siquiera alcancé el ecuador de la novela.
A parte de los articuentos, también cayó en mis manos un librito en el que se dedicaba a hacerle articulillos a algunas fotografías de actualidad de ese momento. Se llama «Todo son preguntas». Bastante conmovedor el libro en general.
Después me han recomendado alguna que otra novela e incluso, creo, que han pasado por mis manos, pero no surgió la chispa con ninguno más Y de repente aparece este, que compré no recuerdo cuándo ni dónde, pero seguro que fue por necesidad. No tendría nada que leer en ese momento, y me lanzaría como una loca a la librería. Estoy convencida, además, que no fue el único de la camada. Alguno más caería. Tengo una amiga a la que le encanta Millás, creo que por esos tintes surrealistas que se gasta el colega. A mí no me suele atraer mucho el rollo ese, pero menudo sorpresón.
“No mires debajo de la cama” es el título y el núcleo de la obra. ¿Os acordáis de los monstruos de debajo de la cama? (o de los cocodrilos en su defecto, como me pasaba a mí) Pues esos seres habitan debajo de nosotros cuando dormimos. Pero quizás no son tan monstruosos como pensamos, y lo que en realidad tenemos vivo debajo de la cama (vale, alguno tendrá otras formas de vida, seguro) son los zapatos. ¿Y ahora qué?
¿Qué si tuviera vida propia nuestro calzado? ¿Y si hubieran castas: zapatos de ejecutivo, de deporte, de estar por casa, de tacón, etc.? ¿Qué ocurriría con los zapatos de un cojo, eh? Porque, al fin y al cabo, los zapatos están hechos para vivir en pareja. Y toda la historia nace de ahí. Cuando una de las protagonistas se sorprende mirándose en un espejo situado en el techo y comprobando cómo, en relación al cuerpo del maromo que tiene al lado (casado e infiel), parecen dos zapatos de distinto par. Y se convence de que, igual que cada zapato izquierdo tiene su derecho y cada horma su zapato, cada persona tiene que tener su pareja correspondiente. Pero sólo existe una y ninguna más.
Así que Millás nos introduce en una novela en la que se entrecruza la historia de los dueños de los zapatos y la de los propios zapatos. Humanos tenemos cuatro (el infiel forense, la jueza, el podólogo y su novia) y zapatos… un huevo de ellos. Me encanta el paralelismo que hace entre las relaciones que tienen los zapatos entre sí y la de las relaciones personales porque, en realidad, se trata de lo mismo. Los diferentes tipos de parejas que puedan existir se representan con los zapatos, que parecen más personas que sus propios dueños.
Y mientras tanto, esa mujer de la que os he hablado antes, la jueza, cree encontrar una mañana de forma casual a su otro par.
«Un día, dirigiéndome en el metro a los juzgados, atenta al zumbido de los viajeros que se comportaban dentro del vagón como moscas atrapadas en una caja de cristal…«
Una chica con la que coincide en el vagón de metro dirección a los juzgados y que está leyendo una novela que se llama «No mires debajo de la cama». Decide comprársela y conseguir volver a encontrarse con ella.
Cuántas veces ocurre eso… maldito metro. Menudos maromos lectores que te encuentras a veces… cada uno con su rollo. Si lee realismo sucio te imaginas un tipo de relación con él, si lee la generación del 98, otro… ¡Ay!
Puedo deciros que se lee rapidísimo y que lo considero como regalable a cualquier persona. Como dice en la novela, por aquello de que «un destino misterioso le aguardaba entre los pliegues de la vida cotidiana». Creo que me duró día y medio o así. Un vicio, y además no es nada extensa. Tomad nota por si tenéis algún cumpleaños cercano, porque es una delicia. Y cuanto más cercano sea el regalado, mejor, porque asín podéis engancharlo después….
Saludiños!
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«La imagen de dos zapatos desparejados hizo pensar a la juez en la curiosidad de que los seres humanos, siendo por su propia naturaleza unidades independientes, buscaran con desesperación una pareja que les completara, como si cada uno fuera la mitad de un conjunto. Gran parte de las desgracias que les afligían —lo comprobaba a diario en su trabajo— provenía de esa búsqueda del par o del miedo a perderlo una vez encontrado. Se preguntó si los zapatos, debajo de la cama, soñarían en cambio con independizarse el derecho del izquierdo para constituirse en individuos diferentes, autónomos.»
«Los zapatos de Vicente Holgado sospechaban desde hacía tiempo que los calcetines se pasaban información unos a otros acerca de las actividades de los zapatos, pero no dijeron nada, pues eran poco espontáneos y preferían pensar las cosas antes de hablar o tomar decisiones. El zapato impar, por su parte, resultó muy locuaz y le dejaron desahogarse. Su dueño había perdido el pie derecho en un accidente laboral condenándole a él y al resto del calzado de la casa a aquella suerte de viudez que sobrellevaba con pesadumbre.
—¿Qué fue del otro zapato? —preguntaron las zapatillas deportivas.
—Lo enterraron con el pie amputado, a modo de mortaja, y desde entonces,
me siento dividido, fragmentado, incompleto. Antes parecíamos dos, como cualquiera de vosotros, pero éramos uno, porque ahora que parezco uno sé que soy medio.»
«—¿Y no has intentado formar pareja con los otros zapatos impares de la casa?
—Sí, pero no hay nada más ridículo que dos zapatos izquierdos tratando de parecer un conjunto único, con las punteras disparadas hacia fuera. En mi vivienda hay dos zapatillas de andar por casa, una de fieltro y otra de piel, que van juntas con frecuencia, como si formaran un par, pero resultan más patéticas que los que hemos aceptado permanecer solos con dignidad.»
«Al cepillarse los dientes notó en la encía un dolor lejano, que parecía proceder de otra boca incomprensiblemente asociada a la suya. Se detuvo un instante para comprender lo que estaba sucediendo, y entonces reparó en el sumidero del lavabo como si lo viera por primera vez. La contemplación del agujero, cuyos labios estaban protegidos por un aro de metal, produjo en él un efecto hipnótico muy breve durante el cual le asaltó la certidumbre de que un destino misterioso le aguardaba entre los pliegues de la vida cotidiana.«
«El hombre se introdujo en uno de los pasillos y regresó al poco con una enorme llave que mostró a Vicente Holgado con fervor religioso. Éste la tomó entre sus manos y movió respetuosamente la rueda sorprendido por la precisión con que su giro repercutía en la boca de la herramienta, cuyos labios se abrían o cerraban en respuesta al estímulo. Parecía una boca dotada de un poder sobrenatural a punto de ordenar que se hiciera la luz.
—Si las herramientas hablaran —dijo el padre de Teresa—, hablarían en esperanto.
—¿Por qué? —preguntó Vicente.
—Porque esta lengua representa la nostalgia del idioma único. El que poseíamos antes de intentar construir la Torre de Babel y Dios confundiera nuestras lenguas. Con el esperanto y la precisión de las herramientas actuales, ahora sería posible construir esa torre sin ningún problema. Quizá lo hagamos.»
» —El mecanismo de una cisterna —dijo el padre de Teresa invitándole a asomarse al interior— es diabólico. La vocación de la cisterna es desbordarse y gracias a ese deseo comienza a llenarse sin advertir que, a medida que el agua sube, asciende con ella esta especie de flotador, ¿no ves?, que cierra el grifo poco a poco, para que ella no se entere. Y en un momento determinado, cuando el agua alcanza el nivel que nosotros hemos decidido, no el que ella desea, ¡zas!, se cierra. Su ambición cierra el grifo, pero sin ambición ni siquiera empezaría a llenarse. La mata lo mismo que le hace vivir, como a tantos de nosotros. Lo que te digo: un mecanismo diabólico, perverso. Espera a verlo funcionar.«
demasiado tiempo sin coincidir, señoría. A ver si no desaparece de nuevo durante tanto tiempo que se la extraña.
Me apunto, como suelo, la recomendación. me gusta millás y este puede ser interesante
Estoy con Diego, qué cara eres de ver!
Yo todavía no he leído nada de Millás y tengo muchas ganas, a lo mejor empiezo con los Articuentos.
A mí me gustan si están bien hechos, si no se pueden hacer más pesados que un tocho de novela.
Besos,
¿Cocodrilos??? qué miedo, ¿no?
Me gusta Millás, a veces lo escucho en la radio y tiene una voz muy agradable y curiosa (no pronuncia las "egges")
Bicos
En pocos días leo comentarios diversos del mismo libro. Tendré que leerlo, porque tengo a Millás abandonado desde hace mucho tiempo y me pasa como a Redwine, le oigo en la radio y me gusta. Y le leo en El País Semanal y me gusta horrores…