Vamos con la Gopegui.
Sólo he hablado una vez de ella, así que os hago un recordatorio rápido: el otro libro que leí de ella es uno de mis preferidos. Pero de la lista de preferidos vip. La que incluye autores antagónicos entre sí, pero que degusto con la misma intensidad: Baroja, Dostoievski, Unamuno. Montero Glez, William S. Burroughs, etc.
Qué deciros. La escala de los mapas me marcó. Gracias a ese amigo que tantas joyas en forma de novela me ha descubierto. Pero no es el momento de hablar de La escala de los mapas, es hora de hablar de la Gopegui.
A grandes rasgos: contemporánea, nacida en los 60 en Madrid. Creo recordar que era en el prólogo de la novela Mensaka (José A. Mañas) donde se hacía un análisis de la Generación X y los autores que la representan. Mencionaban a la Gopegui. No sé por qué no he leído nada más de ella con lo que me gustó la escala… La novela de El lado frío de la almohada he estado muchas veces a punto de comprarla, pero al final se anteponía otra novela en la pole. Me comentó otro colega que la piva escribe artículos y que no le molaban mucho. Tendré que indagar. De momento os anticipo que éste me ha gustado.
El contexto: una ciudad, Madrid. Se habla del «centro», en las «tiendas de vinilos» cerca del edificio de «la radio» con el segurata en la puerta. Vamos: Callao, Metralleta (u otra tienda de las calles aledañas), Radio 3, Gran Vía 32.
En cuanto a la trama, va de una chavala de 16 añucos que empieza a escribir una carta a un pive para desahogarse, básicamente. En lugar de llevar un diario prefiere hacerlo de esta forma, como si se dirigiera a alguien y tuviera alguna finalidad. Inconformismo e incomprensión ante las actitudes adultas.
A comienzos de la historia tiene lugar la muerte del padre de su mejor amiga, Vera, que resultaba ser un poco desastroso como adulto (bebía de más) pero a nuestra protagonista, Martina, le parecía más auténtico que cualquier otro adulto por no haberse dejado llevado por la maquinaria social establecida. Además, era trabajador social, y eso dice mucho. Qué injusto que, para un adulto que hay que parece que se respeta a sí mismo y se mantiene fiel a una forma de vivir propia, muera. Esto le produjo una gran impresión a Martina.
En busca de una filosofía de vida, basa el origen de esa filosofía en la música. En el tipo de música que elige cada uno. La música como algo para poder expresarse, comunicarse y comulgar con el entorno.
“Supongo que Foo Fighters es la música que oye Vera. Y Offspring, Green Day, The Killers. También le gustan Fe de Ratas, Morodo, La Fuga. Aunque yo creo que no son su música. Desde luego, cuando le gustaban Sum 41 y Blink182, yo estaba segura de que no lo eran. Discutimos un par de veces por culpa de esos pijo-punks, pero no cambió a causa de nuestras discusiones sino porque al principio casi no los había oído. Me parece que a Vera le pasa más o menos como a mí, que todavía no ha encontrado su música, la suya, y va oyendo cosas de allí y allá. Y algunas no están mal, pero no es lo mismo. Vamos, yo creo que cuando encontremos nuestra música podremos mirar a alguien a la cara de igual a igual, podremos decirle que tenemos un código y que queremos conocer el suyo. Por ejemplo.”
Wow. ¡Qué de grupos! ¿eh? Vaya pedazo lista. Menudo recorrido musical que se gasta la Gopegui, grupos de antes y ahora. En otras partes se menciona también a grupos como Red Hot Chili Peppers, Reincidentes, Enrique Urquijo, AC/DC, Iggy Pop, Beatles… y muchos grupos de rock que desconozco.
Me gustó cómo se despacha con la Oreja de Van Gogh:
“desprecio, por ejemplo, a La Oreja de Van Gogh. Pero no les odio, no se lo merecen, ¿sabes?: ‘Mi corazón lleno de pena, y yo una muñeca de trapo’, puagh, es una estupidez, babosa, me imagino a cualquiera oyéndolo mientras espera con el carro rebosante de yogures, detergente y jamón york en la cola del supermercado. Mi corazón, saco los yogures, lleno de pena, cojo el detergente, y yo una muñeca de trapo, saco la cartera. En realidad, no es música. Son sonidos empaquetados, como esos juguetes de bebés con pilas que dicen ‘pruébame’ y aprietas y suenan cosas. La música, la de verdad, no suena: te atraviesa el cuerpo de parte a parte.”
Digamos que Martina busca la autenticidad en todas las facetas de la vida, no sólo en la música ni en la forma de actuar, también en la literatura:
“No soporto los elfos, por ejemplo Ya sabes, los mundos mágicos, los universos paralelos, los amuletos, los fantasmas vampiros, yo qué sé. En cambio me he leído A sangre fía, de Truman Capote, Los miserables, Moby Dick entero y un montón de novelas de Patricia Highsmith. (…)
Cuando lees, alguien está contigo contándote cosas. Y si ese alguien tiene actitud, o por lo menos intenta tenerla, le escuchas. No necesito que me cuenten cosas de ningún otro mundo. Nacer, morirse, la rabia, las cosas buenas, las putadas de este mundo son suficientes.”
Me veo, me veo en la novela… como el fantasma de las navidades futuras. La búsqueda de la soledad por motu propio con la única finalidad de ver a la gente pasar.
“Otra vez en la calle. Mis padres estarían imaginándome de juerga por ahí y yo único que hacía era ir a la deriva, anda párate, cruza, vuelve a andar. Al final tenía bastante frío.”
Yo también me he sentado en paradas de autobús con, exactamente, la misma intención que Martina:
“Una hora es un mundo cuando has salido de casa y no has quedado con nadie. Te pones a andar. Los escaparates de las tiendas están medio apagados. Luego me fui al banco de una parada de autobús. Porque en un banco normal, de noche, con dieciséis años, sola, la gente te molesta. Te mira. Tienes que disimular y sacar el móvil como si quisieras saber la hora o esperaras un sms. En la parada de autobús, en cambio, todo el mundo cree saber por qué estás ahí. No tienen ni idea, claro. Luego llega el autobús, ellos se suben, tú te quedas y se creen que te quedas esperando un autobús distinto. Respuesta incorrecta.”
Se aprende mucho sólo observando el ir y venir de gente. O a mí por lo menos me aporta mucho. Soy jodidamente urbanita. Necesito gente alrededor sin necesidad de que interactúen conmigo.
Y el otro tema que tiene obsesionada a Martina es la finitud de las cosas. Sobretodo a raíz de la muerte del padre de Vera, al ver de cerca el fin de una vida.
“pensé que los vinilos eran como los cuadernos, se acaban. Eso está bien. Me refiero a que las cosas se acaben. Porque es mejor saber a qué atenerse. La gente se muere, las cosas terminan, un disco es un disco, cuando yo acabe este cuaderno dejaré de hablar contigo«
En cuanto a las dos cosas a las que se refiere principalmente: los discos y los cuadernos, estoy totalmente de acuerdo con ella. No sé si generalizando sobre la finitud de las cosas estaría de acuerdo. Hay cosas que tienen o pueden ser infinitas. En cuanto a los cuadernos, aparecen en contraposición a la literatura digital donde, como dice Martina, antes de abrir un documento no sabes si tiene 3 hojas o 300 y, en consecuencia, cuando comienzas un documento tampoco sabes cuándo tienes que terminar. Al contrario que con un folio, o un cuaderno, que se te terminan. Y lo mismo ocurre con las equivocaciones en papel, que se tachan o se arrancan, pero existieron y quedan vestigios de ellas. Sin embargo en el ordenador se pueden eliminar, y listo.
«Que no, que no es así. Se empiezan las cosas y se acaban. No vale todo. No siempre se puede volver a empezar. No todo lo que se rompe puede arreglarse. Y a veces cuando arreglas algo rompes otra cosa sin querer. Te la juegas y apuestas por alguien, y si te falla no cambias la apuesta a mitad de la partida. Te hundes con él. Llegas hasta el fondo»
Pues lo mismo ocurre con la música. Alerta sobre la facilidad para disponer de millones de discos, al momento y de manera sencilla, y las consecuencias de ello. Es lo que tiene internet.
«En el insti hay gente que tiene cinco mil canciones almacenadas. Con dieciséis años, cinco mil canciones. Una música que no se acaba no sé para qué sirve. Creo que a los cedés les pasa lo mismo. Los pierdes, sacas otra copia, los estropeas y no te importa porque ya te descargarás la canción otra vez.«
En realidad se trata de una reinvindicación de la vuelta a lo analógico.
«Bueno, por un lado está bien que podamos descargar música, copiarla y regalarla sin gastarnos muchísimo dinero. Los cedés en las tiendas con sus cajas de plástico me pareen muy caros y absurdos, para nada valen tantos euros como te cobran. Creo que los vinilos son diferentes. Porque son analógicos y la vida es analógica.
Lo digital es intercambiable: cualquier cosa la conviertes en ceros y en unos, y la puedes copiar y reproducir hasta el infinito. Perola vida no la puedes convertir en ceros y en unos. Los ceros y los unos no se mueren, ni siquiera se cansan. Lo analógico se cansa, se gasta, es como si dibujas una raya que se va torciendo con subidas y bajadas y picos y trozos donde te tiembla el pulso. Si la música es cosa infinita que flota por todas partes, resulta difícil saber cuál es tu música.”
Y entre reflexión y reflexión a nuestra protragonista se le mete entre ceja y ceja el conseguir que emitan por la radio una canción para que todos aquellos que la escuchen se queden sorprendidos y conseguir conmoverles de una u otra forma…
Digamos que la trama, psé. No me ha parecido nada del otro mundo.
Sin embargo, ¡me cae tan de putísima madre la chavala! El ver cómo va espabilando y dándose cuenta del por qué de la actitud de adultos, hasta llegar casi a comprenderla… las reflexiones que suelta, con las que no puedo estar más de acuerdo, y las costumbres que tiene, que he tenido, e incluso tengo… han conseguido encandilarme.
Pero quiero más de la Gopegui, delicioso fondo, interesante forma, pero con una trama fría, fría. A ver si me hago con «El lado frío de la almohada» y puedo seguir sumándole puntos con las tramas…
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“Vale, ¿y para qué sirve comparar? Las cosas tienen que estar bien porque lo están, no porque sean mejores o peores que ninguna otra.”
“¿Cómo se coloca todo bien? ¿Cómo lo consiguen las personas? Porque si te callas demasiadas cosas, un día estallan o se pudren. Pero si las dices, haces daño.”
“Decía que el muerto se quedaba en nuestros recuerdos y que desde ahí nos iba a acompañar. Buf, no sé, los recuerdos, vale, sólo que los recuerdos están en mi cabeza, y ojalá estuvieran en otro sitio. (…) Porque al final los recuerdos hasta parece que te los imaginas, se ponen borrosos y algunos se pierden.”
“Entrar en una canción tiene que ser como la electricidad: en vez de un sitio, algo que te atraviesa y, mientras lo hace, la atracción hacia unas cosas y la repulsión hacia otras se vuelve muy potente. Tanto que tienes la impresión de estar siendo abducida y ahí estás tú, fuera de órbita, en un sistema planetario nuevo donde importa lo que vibras, deseas, blasfemas y sueñas mientras vives esa maldita canción.”
“Yo no estaba en esa parada de autobús dejando de recoger mi cuarto o dejando de estudiar. Yo estaba mirando a los tipos que subían y a los que bajaban y a los que se sentaban a mi lado a esperar. ¿Ves a lo que me refiero? Los adultos, por lo menos los que yo conozco, siempre parece que cuando hacen algo están dejando de hacer otra cosa.”
“No se trata de ser valiente. A lo mejor es incluso al revés. Porque lo que da más miedo es estar esperando y no poder hacer nada. Da mucho más miedo eso que salir a matar dragones.”
“Árboles con cartelitos, menudo muermo, dirás. Para entrar en el Jardín Botánico hay que pagar, muy poco, un euro con carnet de estudiante. Pero la mayoría de la gente es tacaña. No es que sea pobre. Están dispuestos a pagar casi cuatro euros por un café en Starbucks, o diez por un cine con palomitas en La Vaguada, y más del doble por entrar en esa mierda de Faunia, que no es más que tierra con algunos animales, y puestos con hamburguesas y coca-cola. Seguro que también pagarían por entrar en el Jardín Botánico si dentro hubiera pequeñas cabañas donde te cobraran dinero extra por ver alguna flor carnívora y cosas así. Pagarían diez euros, pero no quieren pagar sólo uno porque les parece que para eso se van a un parque sin entrada. Vera y yo teníamos cinco euros entre las dos, y no nos importó pagar. Porque luego entras y es como si tuvieras el jardín entero para ti y para otros cuatro pirados como tú a los que tampoco les ha importado pagar.”
“Me quedé con el disco en la mano y pensé que los vinilos eran como los cuadernos, se acaban. Eso está bien. Me refiero a que las cosas se acaben. Porque es mejor saber a qué atenerse. La gente se muere, las cosas terminan, un disco es un disco, cuando yo acabe este cuaderno dejaré de hablar contigo (…) En el insti hay gente que tiene cinco mil canciones almacenadas. Con dieciséis años, cinco mil canciones. Una música que no se acaba no sé para qué sirve. Creo que a los cedés les pasa lo mismo. Los pierdes, sacas otra copia, los estropeas y no te importa porque ya te descargarás la canción otra vez. Bueno, por un lado está bien que podamos descargar música, copiarla y regalarla sin gastarnos muchísimo dinero. Los cedés en las tiendas con sus cajas de plástico me pareen muy caros y absurdos, para nada valen tantos euros como te cobran. Creo que los vinilos son diferentes. Porque son analógicos y la vida es analógica.
Lo digital es intercambiable: cualquier cosa la conviertes en ceros y en unos, y la puedes copiar y reproducir hasta el infinito. Pero la vida no la puedes convertir en ceros y en unos. Los ceros y los unos no se mueren, ni siquiera se cansan. Lo analógico se cansa, se gasta, es como si dibujas una raya que se va torciendo con subidas y bajadas y picos y trozos donde te tiembla el pulso. Si la música es cosa infinita que flota por todas partes, resulta difícil saber cuál es tu música.”
“Por eso te escribo aquí en vez de hacerlo en el ordenador. Mira, si te escribo con un ordenador, ¿cómo sabré cuándo he acabado? Jo, los que hicieron los ordenadores no se dieron cuenta de esto, es alucinante. Venga a hacer programas, a inventar iconitos y fondos de escritorio. Y un programa y otro y cuatrocientos mil. Pero resulta que no pensaron en los que íbamos a agobiarnos si nos decían que podíamos escribir al final.
Lo peor es que nadie se agobia. Escriben y escriben. Yo no puedo. Das a abrir documento y no sabes si tienes diez folios o diez millones. Sabes que siempre hay otro más y así hasta el infinito. Yo voy a escribirte este cuaderno que se acaba. Es como el tiempo. Los minutos se van para siempre. Cuando lleno una página, paso a otra. Si no me gusta, la tacho y la arranco. Pero no hago como que no ha pasado nada: seleccionar, suprimir, y ahí está la página blanca otra vez. Que no, que no es así. Se empiezan las cosas y se acaban. No vale todo. No siempre se puede volver a empezar. No todo lo que se rompe puede arreglarse. Y a veces cuando arreglas algo rompes otra cosa sin querer. Te la juegas y apuestas por alguien, y si te falla no cambias la apuesta a mitad de la partida. Te hundes con él. Llegas hasta el fondo.”
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Phibs, qué grande eres! Me gusta mucho leer tus reseñas! Tú tendrás un amigo que te recomienda buenos libros pero tú también causas ese efecto. La verdad que yo descubrí a Buk gracias a ti, y a Amis.
Muchas gracias!
Hola, katrina!
Estás así y asá, qué decir, cálida y húmeda, con esa ropa nueva. También es de notar que los dos últimos libros son nuevos…
Esta Belén está en una librería de usados cerca de casa. Algún día la toparé.
La última española que leí fue Rosa Montero (la loca de la casa) y contra todo pronóstico me gustó mucho.
Te mando besos y demás.
Saludos
ey, vaya cambio de look!
Me chifla como comentas los libros… xxD
Saludos
Con vaya blog me he encontrado… 😀 Además veo que te gusta Irvine Welsh… Ya estás en favoritos 😀