Sólo para fumadores / Julio Ramón Ribeyro

Creo que es la reseña que más a gusto he escrito en los tres o cuatro años que llevo con el blog. Teníais que verme. Estoy en Chiclana y como Dios: tirada en el césped, con una piscina a menos de 10 metros y la playa a unos 200m. Me acabo de bañar, los guiris están dándolo todo en la piscina, porque son las 17:00 y en un par de horas están cenando. A ver si se van todos ya, cojones, y nos dejan la piscina a los de horario ibérico.Además, todavía tengo el olor de la Alameda de Cádiz de anoche metido en la napia. Hubo que decidir: o “Flamenco en los Balcones” o “Martes de carnaval”. Lo de los balcones era en pleno barrio de la Viña, con cante jondo desde un balcón por cortesía de Raúl Gálvez, estuvimos viendo cómo montaban el tinglao en plena calle de La Palma. Lo de “Martes de Carnaval” son una serie de actuaciones que se llevan a cabo los martes en el Baluarte donde actúan grupos de Chirigotas, Comparsas y Coros. Nos decidimos por lo segundo porque preguntamos en “Casa Manteca” (visita obligada para quien vaya a Cádiz y, por favor, prueben el queso y los chicharrones…) cuál de los dos duraba más, y nos mandaron pal Baluarte. Ahín que tras pillar 3 de las últimas 4 entradas (ojú) ahí que estábamos: padre, madre y servidora. Menudo descojone. Supongo que el hecho de que mi familia (de mi padre parriba) sea de Jerez influye mucho en que con esta gente me zienta como en caza. Y… bueno, me enrollaría mucho más, pero eso lo dejo pa cuando tenga mucha pasta y tiempo libre como para crear un blog de viajes que pueda rellenar asiduamente A día de hoy estaría el pobre más abandonado, aún, que éste. Ahín que, ar taho.
Vamos con Julio Ramón Ribeyro (que me juego un dedo índice a que su familia emigró de Galicia y heredó ese segundo apellido tan vitícola pero con la y griega).
Cada día me gusta más este limeño… Ahora, mientras escribo la reseña, puedo decir que me tiene encandilada, era un máquina. Llevo un tercio de otra novela suya (Los geniecillos dominicales) y flipo. Me encantan estos vividores del Siglo XX y de habla hispana. A veces me da la sensación de que estos bohemios sólo se encuentran en el Siglo XIX y que los que son del XX son todos yankees. Nada más lejos de la realidad.
He aquí una obra breve como pocas. De hecho creo que es la novela más corta que he leído hasta la fecha. Tal y como el título indica posiblemente se valore mucho más por aquellos que disfrutamos del placer de fumar… Todo fumador sabe que un cigarro puede traer a la mente recuerdos de todo tipo que acompañaban al humo (unas veces más denso que otras).
“Sólo para fumadores” es un viaje a lo largo de la vida de este hombre, nómada como pocos, acompañado por su fiel colega alias el cigarro, el piti, el truja. Cada una de esas etapas va asociada a una marca, una costumbre o un ambiente de fumadores en concreto. Por ejemplo, si ahora me fuera a vivir a Inglaterra, dentro de unos años recordaría aquello de que no podía fumar en casi ningún puto sitio y que, además, el tabaco costaba más del doble que aquí en España. O cuando estuve en Grecia, que ocurría precisamente lo contrario, las posibilidades para fumar eran tan amplias como aquí en España hace un par de décadas (recuerdo de muy pequeña, en el cole, a los profesores fumando mientras daban clase).
Pues a Julio Ramón le ocurre lo mismo, con la diferencia de que aquí la menda sólo lleva nueve años como fumadora y el colega cuando escribió el libro llevaría, seguro, más de medio siglo encendiendo y apagando pitis. De ahí que en “Prosas apátridas” haya unos cuantos fragmentos sublimes en referencia al fumar. Fumar es un placer, genial, sensual… que cantaba la Saritísima. Que sí, que es perjudicial y toda la ostia. A ver si ahora me va a venir la de Sanidad a cerrarme el blog. No fuméis. No fuméis. No fuméis.
El primer factor que determina el producto y la cantidad es, sin lugar a dudas, la pasta. Y el segundo, el país. Hay veces que uno da un paso hacia delante y sube de categoría, de estar jugando en regional a pasar a primera división.

«Cuando ingresé en la facultad de derecho conseguí un trabajo por horas donde un abogado y pude disponer así de los medios necesarios para asegurar mi consumo de tabaco. El pobre Inca se fue al diablo, lo condené a muerte como un vil conquistador y me puse al servicio de una potencia extranjera. Era entonces la boga del Lucky. Su linda cajetilla blanca con un círculo rojo fue mi preferida. Era no solamente un objeto plásticamente bello, sino un símbolo de standing y una promesa de placer. Miles de estos paquetes pasaron por mis manos y en las volutas de sus cigarrillos están envueltos mis últimos años de derecho y mis primeros ejercicios literarios.»

 

Sin embargo, antes o después, vienen las vacas flacas. Está claro que cuando se está canino se fuman marcas más baratas y en menor cantidad, si hace falta hasta se fuma tabaco negro. Joder, recuerdo en mis primeras épocas de fumadora cuando se me ocurrió encargarle a un amigo que no fumaba que me comprase tabaco -¿cuál? –no sé, tronco, me da igual, el más barato. Y apareció el colega con un Ducados. Vamos, ya. Qué puto mareo.
Cuando Julio Ramón anduvo de visita en esta península mediterránea, aquí lo que se llevaba era el Bisonte. Siempre escucho a mis mayores hablar de Bisonte con cierta melancolía aunque creo que todavía existe, pero la gente masoquista no es, y prefiere fumar algo con mejor gusto para los pulmones.

«La beca que tenía era pobrísima y después de pagar el cuarto, la comida y el trolebús no me quedaba casi una peseta. ¡Adiós, Lucky! Tuve que adaptarme al rubio español, algo rudo y demoledor, que por algo llevaba el nombre de Bisonte. Por fortuna estábamos en tierra ibérica y la pobre España franquista se las había arreglado para hacerle menos dura la vida a los fumadores menesterosos. En cada esquina había un viejo o una vieja que vendían en canastillas cigarrillos al detalle. A la vuelta de mi pensión montaba guardia un mutilado de la guerra civil al que le compraba cada día uno o varios cigarrillos, según mis disponibilidades. La primera vez que éstas se agotaron me armé de valor y me acerqué a él para pedirle un cigarrillo al fiado. ‘No faltaba más, vamos, los que quiera. Me los pagará cuando pueda’. Estuve a punto de besar al pobre viejo. Fue el único lugar del mundo donde fumé al fiado.»

 

Cigarrillos al detalle. Qué recuerdos. Cuando empecé a fumar todavía te vendían cigarros sueltos en los kioscos, a 5 duros los cabrones. Y el paquete eran 40 duros, cómo sajaban. Pero para los que estábamos comenzando, era ideal. Así te asegurabas que no te encontrasen el paquete de tabaco en casa por casualidad (después de 17 años dándole la murga a mis padres para que no fumaran… manda cojones). Y también terminaron por quitar los paquetes de 10 cigarrillos, y eso sí que no entiendo el por qué.
Es un vicio como el que más, y tal y como reflexiona Julio Ramón se sabe que muchos escritores son fumadores (tanto contemporáneos como fallecidos) pero no se conoce ninguna obra que sea una especie de oda al tabaco mientras que de otros vicios sí que nos han dejado legados en forma de escrito.

«Los escritores, por lo general, han sido y son grandes fumadores. Pero es curioso que no hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como sí han escrito sobre el juego, la droga o el alcohol. ¿Dónde están el Dostoievski, el De Quincey o el Malcolm Lowry del cigarrillo?»

 

Autores que hablen sobre sus vicios, Un dos tres, responda otra vez: Baudelaire, Bukowski, Burroughs.
Pero, por lo que cuenta el autor sí que conoce un escritor que hable sobre el placer de fumar: un tal Italo Svevo (primera vez que leo su nombre), y una frase de Gide (que a ese sí que le tengo controlao).

«el único escritor que ha tratado el tema del cigarrillo extensamente, con agudeza y un humor insuperables, es Italo Svevo, quien le dedica treinta páginas magistrales en su novela La conciencia de Zeno. Después de él no veo nada digno de citarse, salvo una frase en el diario de André Gide, que también murió octogenario y fumando: ‘Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar’«.

 

Y al igual que en Yonqui, en El jugador y en cualquier otra novela en la que se trate un vicio de éste tipo, se pueden llegar a hacer grandes locuras con tal de conseguir dinero.

«Ocurrió que un día no pude comprar ya ni cigarrillos franceses -y en consecuencia leer mis cartas-, y tuve que cometer un acto vil: vender mis libros. Eran apenas doscientos o algo así, pero eran los que más quería, aquellos que arrastraba durante años por países, trenes y pensiones y que habían sobrevivido a todos los avatares de mi vida vagabunda. Yo había ido dejando por todo sitio abrigos, paraguas, zapatos y relojes, pero de estos libros nunca había querido desprenderme. Sus páginas anotadas, subrayadas o manchadas conservaban las huellas de mi aprendizaje literario y, en cierta forma, de mi itinerario espiritual.«

 

Tengo la misma cantidad de libros y también con páginas subrayadas, anotadas o manchadas. Me hago cargo de lo duro que tiene que ser y, a la vez, me parece acojonante. Creo que no llegaría a eso aunque no tuviera ni un duro. No me jodas. Qué fidelidad al cigarro hay que tener. Porque no puede ser sólo el mono físico, no se puede llegar a tanto. Tiene que ser una especie de admiración, de idolatración, no sólo al cigarrillo sino al ritual que consiste fumarse uno de ellos y lo que lo envuelve.

«El fumar se había ido ya enhebrando con casi todas las ocupaciones de mi vida. Fumaba no sólo cuando preparaba un examen sino cuando veía una película, cuando jugaba al ajedrez, cuando abordaba a una guapa, cuando me paseaba solo por el malecón, cuando tenía un problema, cuando lo resolvía. Mis días estaban así recorridos por un tren de cigarrillos, que iba sucesivamente encendiendo y apagando y que tenían cada cual su propia significación y su propio valor. Todos me eran preciosos, pero algunos de ellos se distinguían de los otros por su carácter sacramental, pues su presencia era indispensable para el perfeccionamiento de un acto: el primero del día después del desayuno, el que encendía al terminar de almorzar y el que sellaba la paz y el descanso luego del combate amoroso.»

 

Total, que de la misma forma en que envuelve el humo del tabaco a un fumador, envuelve Julio Ramón con su prosa a cualquier lector. Queda muy recomendado para que se lea y luego se regale a algún amigo fumador.
Y si os gusta tanto como a mí, pues ya sabéis lo que toca: un par de ejemplares, uno pa mí y otro pa regalar… a quien se lo merezca. Feliz Agosto.

8 comentarios en «Sólo para fumadores / Julio Ramón Ribeyro»

  1. Buena reseña, Katrina. De Julio Ramón Ribeyro leí hace escaso tiempo su libro de cuentos, y me encandiló. Es de esos escritores que te atrapan en su lectura de principio a fin.
    Por cierto, no sé si era mejor fumador o escritor, jeje.

    Un cordial saludo; te leo.

  2. Querida, solo quería decirte que Ribeyro es uno de mis favoritos, y solo para fumadores es el nombre para el café de mis sueños (ahora que el tabaco está proscrito es las ciudades). un cuentazo. silvio en el rosedal, es otro. todo ribeyro. adorable. sus diarios. todo.

  3. Tengo pendiente a Ribeyro. Sobre el tabaco y su mitología también estaba aquel de Cabrera Infante, "Puro humo"…

    Vaya envidia de vacaciones, no vuelvo a dejar las mías para después de agosto, ¡esto es un horno!!!!

  4. "Así empecemos pues por aquel lejano inmigrante gallego, don Melchor Ribeyro, que a fines del siglo XVIII se embarcó rumbo al Perú. De este señor, el más antiguo antepasado del cual tengo noticias y del cual solo conservo un retrato, no sé casi nada."

    "Autobiografía"
    Julio Ramón Ribeyro

  5. Amigo Pollo, gracias. Confirmas mi sospecha, así que al fin sé que puedo conservar mi dedo.

    e.r.: Creo que he escogido uno un poco largo de Svevo. Me estaba encantando pero se alargó y alargó "La conciencia de Zeno" y lo aparqué. De ahí que no haya reseña 🙁

  6. Julio Ramon Ribeyro, considerado el mejor cuentista peruano. Recomiendo cuentos como: Doblaje, Tristes querellas en la vieja quinta, LA insignia y un Clásico en Perú: Los gallinazos sin plumas, una critica a la sociedad. Entre otros

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