Gran descubrimiento el de este limeño, como mi santa madre. Un tipo flaco, de salud endeble (por lo que he leído) y fumador empedernido. Vivió hasta los 65 años, no está mal.
Esta vez la referencia la pillé de la radio, es que por las noches cuando termino de teclear y se apagan los focos siempre tengo los pinganillos encendidos bajo la almohada. RNE, no sé qué día de la semana es el dedicado a libros, pero suele estar bastante bien. Hay un colaborador que no sé si es filósofo licenciado o no, pero es un puto jefazo. Me voy por las ramas. Sólo ha sido una recomendación de 1 a 4 de la mañana, de domingo a jueves. El resto de días desconozco la programación a esas horas.
Empiezo remitiéndoos al sitio donde he leído sobre él: http://www.sololiteratura.com/rib/ribeyro.htm. Pinchando en «Semblanza» viene un artículo que me ha parecido cojonudísimo, vamos, que me creo a pie juntillas la descripción que hace sobre Ribeyro.
Por lo que cuentan… un señor que pretendía pasar desapercibido, nocturno, observador silencioso, fumador y que escribe por vicio. Vivió (a parte de en Lima) en Madrid, Amsterdam, Amberes, Londres, Munich y París. Trabajó, supongo que entre otros, repartiendo periódicos y en la radio francesa para programas en español.
Escribió tres novelas, bastantes cuentos, alguna obra de teatro, y otros relatos difíciles de clasificar y que engloba básicamente en: Prosas apátridas (ahora voy al tajo) y Los dichos de Luder.
Nunca vivió de escribir, otro pobre diablo.
En Prosas Apátridas, que es lo que nos ataña, lo que uno se encuentra (por lo menos en esta edición, porque al parecer hay diferentes ediciones bajo este título) son 200 cavilaciones de Ribeyro. De mayor o menor extensión, y con gran variedad de temas. En el artículo al que me refería antes, la autora (Vivian Abenchuchan), dice que «Las Prosas apátridas son, por su parte, el compendio de los muchos escritores que fue JRR, su auténtico documento de identidad» y es exactamente esa impresión la que te deja cuando lo terminas. Que esto es la vida del tipo, que ya en otra ocasión, si eso, pillas una novela, pero que esto es una autobiografía ensayada, si es que existe el verbo ensayar, de ensayo, pero a fogonazos.
Y bueno, creo que valoro los libros según la cantidad de veces que tenga que buscar el lápiz mientras lo leo. Con este me he jartado. La vuelta a las costumbres y a la cotidianidad tiene ese efecto en mi coco.
Los mediaplaca esos del metro, los seguratas, bonita prosa apátrida la que les dedica. Además ahora, sabiendo que el tío estuvo viviendo aquí, me lo imagino perfectamente.
«El policía del metro: bella frente, mirada noble, nariz perfilada, expresión de sensibilidad e inteligencia, que me hicieron preguntarme qué hacía ese artista en potencia cubierto con ese desprestigiado uniforme. De pronto un compañero se acerca y le dice algo al oído. El policía empieza a reír, los ojos se le desorbitan, su nariz se achata, sus maxilares comienzan a desquiciarse, su perfecta dentadura asoma ferozmente, todos los tendones y nervios de su cuello vibran, sus músculos faciales se agarrotan y de sus fauces brota un rugido atroz, inhumano, como el de un jabalí acosado o un toro atravesado por el estoque. Su risa lo delata.»
O algunos de los funcionarios (no voy a generalizar, ¡no! que los tengo demasiado cerca. son muchos. creo que me pueden) que, cuando por desgracia tienes que recurrir a ellos porque ENCIMA el error es de la administración, te encuentras con putos maniquís, soberbios y amargados. «Dioses funcionarios y falaces, nos traspapelan para siempre un documento, y con él nuestra fortuna, o nos cierran el acceso a una oficina que era la única en la cual podíamos redimirnos de alguna falta. Los designios de estos dioses antiguos y, como éstos, distribuyen la dicha y el dolor sin apelación. (…) Muertos los viejos dioses de la Razón, renacieron multiplicados en las divinidades mezquinas de las oficinas públicas. En sus ventanillas enrejadas están como en altares de pacotilla, esperando que les rindamos adoración.»
Eh, ¡algunos! He dicho algunos…
Otra prosa apátrida (llamemos así cada fragmento) en la que me siento representada es la de los humos nocturnos, cuando te asomas por la ventana, para no hacer burbuja de nicotina sobe la almohada, y te pones a mirar hasta que tiras la colilla. Es todo un ritual. Tirarla con el estilo elegido para la ocasión, teniendo en cuenta circunstancias tales como el viento o la presencia de gente en la calle…
«Costumbre de tirar mis colillas por el balcón, en plena plaza Falguiere, cuando estoy apoyado en la baranda y no hay nadie en la vereda. Por eso me irrita ver a alguien parado allí cuando voy a cumplir este gesto. ¿Qué diablos hace ese tipo metido en mi cenicero?, me pregunto«
La nocturnidad, las tabernas, los vicios, el tabaco, la mujer, el alcohol… todos ellos tienen su hueco entre las prosas, la parte animal del ser humano, la de los impulsos. Pero también se mencionan los libros, la creatividad, la historia, el amor, la amistad, la locura, la vida o el paso del tiempo; porque son parte de su persona, y por lo tanto también quedan plasmados. Su parte racional.
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«Conocer el cuerpo de una mujer es una tarea tan lenta y encomiable como aprender una lengua muerta. Cada noche se añade una nueva comarca a nuestro placer y un nuevo signo a nuestro ya cuantioso vocabulario. Pero siempre quedarán misterios por desvelar. El cuerpo de una mujer, todo cuerpo humano, es por definición infinito. Uno empieza por tener acceso a la mano, ese apéndice utilitario, instrumental, del cuerpo, siempre descubierto, siempre dispuesto a entregarse a no importa quién, que trafica con toda suerte de objetos y ha adquirido, a fuerza de sociabilidad, un carácter casi impersonal y anodino, como el del funcionario o portero del palacio humano. Pero es lo que primero se conoce: cada dedo se va individualizando, adquiere un nombre de familia, y luego cada uña, cada vena, cada arruga, cada imperceptible lunar. Además no es sólo la mano la que conoce la mano: también los labios conocen la mano y entonces se añade un sabor, un olor, una consistencia, una temperatura, un grado de suavidad o de aspereza, una comestibilidad. Hay manos que se devoran como el ala de un pájaro; otras se atracan en la garganta como un eterno cadalso. ¿Y qué decir del brazo, del hombro, del seno, del muslo, de…? Apollinaire habla de las Siete Puertas del cuerpo de una mujer. Apreciación arbitraria. El cuerpo de una mujer no tiene puertas, como el mar.«
«La locura en muchos casos no consiste en carecer de razón, sino en querer llevar la razón que uno tiene hasta sus últimas consecuencias. (…) Lo que diferencia este tipo de locura de la cordura no es tanto el carácter irracional de la idea incriminada, sino el que ésta contenga en sí su propia imposibilidad. Los locos de esta naturaleza lo son porque han aislado completamente su preocupación del contextoque los rodea y no tienen en cuenta así todos los elementos de una situación o, como se dice, todos los imponderables de un problema. De allí que esta forma de locura tenga tantas similitudes con la genialidad. Los genios son estos locos más una cualidad: la de encontrar la solución de un problema saltando por encima de las dificultades intermediarias.»
«Mirando el gato del restaurante: la maravillosa elegancia con que los animales llevan su desnudez. Hace tiempo comprobé eso en los perros, en los caballos. No hay en los animales nada de ridículo ni de desagradable.»
«La historia es un juego cuyas reglas se han extraviado. Filósofos, anropólogos, sociólogos y políticos las buscan, cada cual por su lado, de acuerdo a sus intereses o a su temperamento. (…) Lo terrible sería que después de tantas búsquedas se llegue a la conclusión de que la historia es un juego sin reglas o, lo que sería peor, un juego cuyas reglas se inventan a medida que se juega y que al final son impuestas por el vencedor.»
«Dentro de nosotros hay como una oficina meteorológica que emite cada mañana su parte sentimental: estaremos contentos, sufriremos, cólera al mediodía, etc. Y hacia esa dirección avanzamos temebrosos o confiados.»
«La luz no es el medio mas adecuado para ver las cosas, sino para ver ciertas cosas. Ahora que está nublado se ve por el balcón mayor numero de detalles que el paisaje que en los días soleados. Estos resaltan ciertos objetos de detrimento de otros a los que dejan en la sombra. La media luz del día nublado pone a todos en el mismo plano y rescata de la penumbra a los olvidados. Así, ciertas inteligencias medianas ven con mayor precisión y con mayores matices al mundo que las inteligencias luminosas, que sólo ven lo esencial.»
«Lo que pierde a los hombres no es tanto sus grandes vicios como sus pequeños defectos. Se puede convivir muy bien con la pereza, la prodigalidad, el tabaco o la lujuria, pero en cambio qué dañinos son las negligencias o los ínfimos descuidos. Parece que la vida, como ciertas sociedades, tolerara los glandes crímenes pero castigara implacablemente las faltas. Un banquero puede muy bien robarle al fisco o dirigir un tráfico de armas, pero líbrelo Dios si cruza con su automóvil una luz roja.»
«En la vida, en realidad, no hacemos más que cruzarnos con las personas. Con unas conversamos cinco minutos, con otras andamos una estación, con otras vivimos dos o tres años, con otras cohabitamos diez o veinte. Pero en el fondo no hacemos sino cruzarnos (el tiempo no interesa), cruzarnos y siempre por azar. Y separarnos siempre.»
«¿Quién conoce mi faceta de animal nocturno? (…) Pequeñas luces, cielos opacos o estrellados, gente que sale lavada, peinada, en busca del placer. Estaciones en los bares, sin precipitación, bebiendo a pausa un trago fino, mirando, pensando, sintiendo operarse la tras-figuración . . . De pronto ya somos otro: una de nuestras cien personalidades muertas o rechazadas nos ocupa., Nuestro cuerpo la portará, la soportará hasta el alba. Luego la enterrará en una mala cama de hotel, en una última copa que no debió nunca venir. Rostros de mujer, bellas cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches de bebedor anónimo en Europa, ¿qué cosa me han enseñado? Vieja y exacta metáfora de identificar a la mujer con la tierra, con lo que se surca, se siembra y se cosecha. El arado y el falo se explican recíprocamente. Ellas son en realidad el humus donde estamos asentados, de donde hemos venido, hacia donde vamos. Hacer el amor es un retorno, un impulso atávico que nos conduce a la caverna original, donde se bebe el agua que nos dio la vida.»
“El alcohol produce en nuestros sentidos una vibración que nos permite distorsionar nuestra percepción de la realidad y emprender de ella una nueva lectura. Aquello que debía ser recibido como una totalidad llega a nosotros descompuesto y podemos así tomar nota de sus elementos y establecer entre ellos un nuevo orden de prioridades. Al beber cambiamos sencillamente de lente y recibimos del mundo una imagen que tiene en todo caso la ventaja de ser distinta de la natural. En este sentido la embriaguez es un método de conocimiento. La embriaguez moderada, es decir, aquella que nos aleja de nosotros mismos sin abandonarnos, no la borrachera, en la cual nuestra conciencia le dice adiós a nuestro comportamiento.”
«Hay veces en las cuales la taberna tiene un aire siniestro y entonces las noches se cubren de una irremediable tristeza. En el mostrador los borrachines y putillas de costumbre. La sala del fondo casi desierta: una pareja abrazada, una vieja tomando un aga mineral, un tecnócrata discutiendo con un burócrata. Yo y mis gigondas en un rincón, mirando, esperando. ¿Esperando qué? Eso, el milagro, un azar, un encuentro, un soplo de misterio o de poesía. Pero nada.»
«“En algunos casos, como en el mío, el acto creativo, está basado en la autodestrucción. Todos los demás valores –salud, familia, porvenir, etc.-quedan supeditados al acto de crear y pierden toda vigencia. Lo inaplazable, lo primordial, es la línea, la frase, el párrafo que uno escribe, que se convierte así en el depositario de nuestro ser, en la medida en que se implica el sacrificio de nuestro ser. Admiro pues a los artistas que crean en el sentido de su vida y no contra su vida, los longevos, verdaderos y jubilosos, que se alimentan de su propia creación y no hacen de ella, como yo, lo que se resta a lo que nos estaba tolerado vivir.»
«De la imposibilidad de curar los vicios. Un vicio se contrae a perpetuidad. La esencia del vicio es ser incorregible. Explicación sicoanalítica del vicio: alguna frustración, amorosa, social, sexual, intelectual. La terapéutica consistirá, no en atacar el vicio, sino en impedir la frustración. Ver las fotografías publicitarias de los hombres que se han quitado la morfina, el alcohol, etc.: tienen una cara de perfectos cretinos.»
«El amor, para existir, no requiere necesariamente del consentimiento ni siquiera del conocimiento del ser amado. Podemos querer a una persona que nos desprecia o incluso que nos ignora. La amistad, en cambio, exige la reciprocidad, no se puede ser amigo de quien no es nuestro amigo. Amistad: sentimiento solidario, amor solitario. Superioridad de la amistad.»
«Libros viscosos como pantanos en los cuales uno se hunde y clama en vano para que lo rescaten; libros secos, filudos, riscosos, que nos llenan de cicatrices; libros acolchados, donde damos botes y rebotes; libros meteoro que nos transportan a regiones ignotas y nos permiten escuchar la música de las esferas; libros chatos y resbalosos donde patinamos y nos rompemos la crisma; libros inexpugnables en los que no podemos entrar ni por el centro, ni por delante, ni por detrás; libros tan claros que penetramos en ellos como en el aire y cuando volvemos la cara ya no existen; libros-larva que dejan escuchar su voz años después de haberlos leído; libros velludos y cojonudos que nos cuentan historias velludas y cojonudas; libros orquestales, sinfónicos, corales, pero que parecen dirigidos por el tambor mayor de la banda del pueblo; libros, libros, libros…«
«Esas horas usadas en la espera -la habitación a oscuras, fumando, la plaza desierta-, esas horas sustraídas al reposo, al trabajo, al placer, nadie me las devolverá ni me las recompensará.Horas sin compañía ni testigos, sólo yo las conozco, horas muertas peores que la muerte. Ellas me han laminado, cepillado, convertido en sucio aserrín.»
“Las palabras que callamos eran las que deberíamos haber pronunciado. Los gestos que guardamos por pudor eran los que deberíamos haber cumplido. Los actos que nos parecieron triviales eran los que se esperaban de nosotros. Otros los hicieron en nuestro lugar. Paguemos ahora las consecuencias”
«La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro»
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Nos vemos….
Aplauso por el hallazgo. Voy a tratar de conseguirlo. Los fragmentos que has posteado me han resultado de lo más sugerentes. Ah, no puedo evitarlo. Los pobres diablos acaban encantándome.
Un saludo enorme.
Humanoide: me alegra mucho que le haya resultado sugerente. Quizás nos encantan los pobres diablos porque en parte lo seamos.
Abrazos!
Si ud. me lo permite Katrina, la incluiré en mis link, sus reseñas son muy interesantes y novesosas.
saludos
¿De dónde dices que es tu madre?
En general los tipos flacos y endebles se defienden bien en el papel.
Yo también tuve mi etapa de acudir a la radio en mis noches de insomnio. Ahora, no sé cómo, he trasnochado de tal manera que el sueño se me ha puesto bien, al menos para acostarme. Aunque me sigo levantando tarde, por lo que supongo que no tardará en volver a su tendencia anormal. Me encanta.
Me encontré con tu blog de casualidad. He leído gran parte de la obra de Ribeyro, que es extensa. Es, sin duda, un gran escritor. Ahora, no es, en realidad, un pobre diablo. Al menos no en el sentido que le das al término. Pudo vivir de la literatura y gracias a ella consiguió puestos diplomáticos que no eran, digamos, mal remunerados. Si bien siempre fue un escritor de perfil bajo y es por eso que no recibió la atención mediática que recibieron sus contemporáneos (que conocían mucho de su literatura y lo conocían a él), nunca fue un autor olvidado. Y claro, si lo fuera, no habría problema. A mí me caen muy bien los pobres diablos, probablemente yo también sea uno de ellos. Pero no es el caso, al menos no tan extremo. sin embargo, es posible afirmar que su obra fue más estudiado y, por tanto, más apreciada luego de su muerte, año en el que ganó el Rulfo.
A mi me encanta Ribeyro. Tienes que leer sus diarios, una pieza literaria fascinante. Sus cuentos, de temáticas en torno a la marginalidad tanto cultural como existencial, son fascinantes. Su estilo claro y depurado, no es más que el producto de un arduo trabajo de corrección. Gran escritor. No es conocido por Prosas Apátridas, pero sin duda es un excelente libro, que filosofa constantemente. Increíble.
Leí hace poco, boquiabierto, una selección suya de cuentos en Espasa, y me sentí completamente obligado a conseguir La tentación del fracaso, un libro de diarios con el que seguro que disfrutarás. Esas Prosas apátridas me sonaban bien, pero tras leerte no creo que tarden mucho en llegar.
Un gusto compartir admiración por un artista sencillo, sincero y grande.