Cuanto menos sorprendente este Amis.
Quiero decir, cada libro nuevo que me leo de él nunca me recuerda a otro anterior, y ya van tres. Es que hay autores que cada libro suyo te recuerda al anterior. A mí eso me pasa con Auster.
Dinero fue la primera novela de Amis que leí y la que me enganchó con ese cínico personaje de policía corrupto, qué guapa. Luego lo intenté con Campos de Londres y desistí, no sé si por la densidad del libro o por el momento en que intenté leerlo, en cualquier caso prefiero no arriesgarme con otra intentona (sobretodo por el volumen de la obra). Después vino «El libro de Rachel» con EL amor de juventud. Y ahora me encuentro con los gulags. Sé que sois todos muy leídos, pero por si alguno no cae, los gulags eran campos de trabajo o prisiones (como prefiráis llamarlo) de la época de la unión soviética. Cuanto más al norte mejor, pa que fliparan con el frío y la mierda, todo junto.
Lo rpimero que pensé al ir adentrándome en la obra fue: ¿cómo cojones sabe tanto el tipo éste de Rusia y su historia?. Vamos, a la menda, que no es nada ducha en la materia, la tenía boquiabierta. Que además, me lo creo tó. Así que, indagando por ahí, descubrí la raíz del asunto: Papá era estalinista, y al hijo le picó la curiosidad. Se empeñó en descubrir el por qué. Al parecer, Amis, tiene otro libro (ensayo) que se llama «Koba the Dread: Laughter and the Twenty Million» (Koba el Terrible: las risas y los 20 millones de muertos), y que finaliza con una carta póstuma titulada «Carta al fantasma de mi padre» en la que parece ser que se desahoga agusto. He aquí uno de los artículos al respecto de dicho ensayo:
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Martin/Amis/provoca/ira/egocentrico/ensayo/Stalin/elpepicul/20020919elpepicul_1/Tes
Me temo que ese ensayo lo dejaré… para muy adelante. Probablemente para… nunca. No os voy a engañar: no me interesa el tema. Me quedo así de feliz con mi ignorancia.
Dicho esto pensaréis que no me ha gustado el libro. Pues sí, sí que me ha gustado porque sino no lo hubiera terminado. No soy de esas personas que no le vaya gustando un libro, se lo terminan. No sé si lo harán por cabezonería, por rectitud según unas normas autoimpuestas (¡lo que se empieza, se termina! ¡Soy una persona constante!), o por el simple hecho de darle una oportunidad… hasta el último segundo. Bah. Yo paso. Anda que no hay libritos por ahí con los que puedes disfrutar desde el minuto 1 (o 10, vale, algo de margen sí que les doy) como para andar pasándolas canutas. Me niego.
Con esta novela me costó al principio, vamos, lo empecé en Agosto, en un avión destino a Coruña. El licor café consiguió borrar cada línea de mi memoria. Líneas, portada, nombre, de todo. Porque hace poco lo encontré en la pila-de-libros-pendientes-de-leer-y-que-hay-que-leer-ya-por -compromiso-con-alguien-o-conmigo-misma y ni me acordaba de él. En plan, ¡Joder, uno de Amis, nuevecito, y no me lo he leído? ¿Estamos tontos o qué? Poco a poco me fueron sonando frases, personajes, la historia… me sonaba de algo. Pero esta vez sí que me enganchó.
El narrador y protagonista ya «casi nonagenario» escribe en una carta dirigida a alguien a quien no quiere decepcionar lo que verdaderamente fue y pasó en vida. No os imaginéis al yayo con las pantuflas y la manta en la rodilla jungo al calor de una estufa narrando su historia, es más bien un tipo que va de vodka hasta las tapas y que aplica aquello de «pa lo que me queda en el convento, me cago dentro». Sin grandes consecuencias además, porque está forrao.
“a mi edad, ochenta y muchos años (…) no hay lugar para la resaca, sencillamente. Dios, oh Dios… Oh Dios oh Dios oh Dios. No creía que aún fuera capaz de contaminar mi organismo tan a conciencia. Peor aún: he sucumbido. Sabes perfectamente a qué me refiero. Me uní a todos los brindis (nos pusieron un minicontenedor para que pudiéramos romper las copas dentro), y canté todas las canciones. Lloré por Rusia, y sequé mis lágrimas en la bandera. Hablé un montón del campo –de Norlag, de Predposilov-, y hacia el alba empecé a impedir físicamente que cierta gente abandonara el bar. Luego hice algunos destrozos de consideración en mi camarote, y al día siguiente tuvieron que trasladarme a otro, en medio de una ventisca de maldiciones y de billetes de veinte dólares.”
Le habla de las dos relaciones que marcaron su vida (su hermano y la que fue su cuñada) y cómo el transcurso del tiempo las fue modificando. La forma en que se manifestó amor de y hacia esas dos personas.
“… porque ésta es una historia de amor. De acuerdo, de amor ruso. Pero amor al fin y al cabo.
La historia de amor es triangular, y el triángulo no es equilátero. A veces me gusta pensar que el triángulo sigue siendo brutalmente escaleno. Confío, querida mía, en que tengas un diccionario a mano. Nunca hubo que animarte mucho para que respetases como es debido los diccionarios. Escaleno, del griego skalenós: desigual.”
Y también se confiesa. Confiesa cosas como ésta:
Confiesa cómo se enamoró de una judía que era del barrio, Zoya. Y cómo le rechazó después de besarla. Y cómo la sex symbol del barrio, Zoya, acabó juntándose con su hermano. El friki. El paliducho blandengue e introvertido, al que se le adivinaba muy inteligente, que miraba con ojos curiosos todo lo que ocurría a su alrededor.
Oh, my god. Aquí saldría un poquito el espíritu del prota de dinero: ¿A MÍ? ¿Preferirle a él antes que a mí, que soy, EL PUTO MACHO ALFA?
Ya sabéis que el amor no se elige.
Bueno, y resulta que los dos hermanos acaban encontrándose en un Gulag, en el que pasarán juntos (aparentando no ser hermanos) unos 10 años, como desde los 20 hasta los 30 años de edad. En los gulag existen distintas castas: cerdos, víboras, langostas, putas, comemierdas… La cuestión es ascender. Más que nada para dormir en literas y no en el suelo entre mugre. Porque parece dar a entender que lo que peor lleva el hombre en esas situaciones es el tema de la limpieza. Perdida la posibilidad de estar limpio, perdida la dignidad. Entonces te preguntas tú: ¿y cuando vas en el metro a las 7:30 de la mañana y el tío o la tía que llevas al lado, tan repeinaditos ellos, tan trajeados, apestan? ¿Qué? ¿Esa gente perdió su dignidad o sólo son unos cerdos? Supongo que son unos cerdos, porque ellos sí que tienen la oportunidad de lavarse.
Lo que nadie se imaginaba es que en el gulag se permitieran las visitas conyugales. Y ahí es donde entra en juego La Casa de los Encuentros. Una choza en lo alto de una colina en la que se reunían las mujeres con sus maridos en una especie de bis a bis, pero con testigos oculares y casi dactilares. Porque los guardias andaban por ahí. Imaginaos, todo paliducho, al borde de la inanición, oliendo a mil demonios… y te viene a ver la mujer. Te quieres morir. Así que los que manejaban el cotarro lo que hacían eran encalarles y eso. Matando los gérmenes a saco. Y cortándoles el pelo… Pero a nuestro protagonista (que no disfrutó de ninguna, a diferencia de su hermano) lo que más le impresionaba era la cara con la que se acercaban a la casa los maridos. Con ese temor de perder la única oportunidad que tendrían en mucho tiempo… y quizás para siempre. El miedo a no saber si luego vas a salir mejor o peor de lo que ya estabas.
«me dirigió la mirada que yo conocía tan bien: el rictus triste, con las dos uves invertidas en mitad de la frente. Lo tomé –sin apenas temor a equivocarme- por una expresión de duda sexual. Duda sexual: esa rémora exclusivamente masculina«
Y así, sin pelos en la lengua, el notas se pone a relatar estos y otros episodios de su vida.
Menciona autores rusos, cómo no, y aquí va parte de lo dedicado a nuestro amigo Dosto:
“A tus pares, a tus iguales, a tus confidentes de Occidente el único escritor ruso que les sigue diciendo algo es Dostoievski, aquella vieja cotorra, aquel presidiario, aquel genio. Todos vosotros lo amáis porque sus personajes están bien jodidos a propósito.»
En resumidas cuentas, no está mal, la forma de escribir de Amis me gusta mucho… pero quizás este no sea uno d elos contextos que más me apasionen.
Saluditos.
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“La patria es eternamente pródiga en antiiluminaciones, en epifanías negativas, pero no en unidad. En mi país no hay unidades.”
“me dirigió la mirada que yo conocía tan bien: el rictus triste, con las dos uves invertidas en mitad de la frente. Lo tomé –sin apenas temor a equivocarme- por una expresión de duda sexual. Duda sexual: esa rémora exclusivamente masculina. Dime querida mía: ¿para qué sirve tal duda? La respuesta utilitaria, supongo, sería que sirve para que nos abstuviéramos de reproducirnos si estábamos débiles o enfermos o éramos, simplemente, demasiado viejos. Quizá, también –y esto se daría en la fase de concepción de la idea masculina-, podría ser que los fiascos ocasionales, o el fiascos ocasionales, o el fiasco como posibilidad siempre presente, hayan contribuido a que los valores se mantengan castos. Y esto sólo se daría en la fase de concepción de la idea.”
“Los grandes errores… Llegas a un punto en el que los tiendes a un lado y se duermen. Y es entonces cuando los pequeños errores despiertan y muerden con sus dientecillos ruines.”
“A tus pares, a tus iguales, a tus confidentes de Occidente el único escritor ruso que les sigue diciendo algo es Dostoievski, aquella vieja cotorra, aquel presidiario, aquel genio. Todos vosotros lo amáis porque sus personajes están bien jodidos a propósito. Y es esto, al fin y a la postre, lo que no puede soportar Conrad del viejo Dusty y sus chiflados sagrados, sus personajes escopetados sin blanca, sus estudiantes famélicos y sus burócratas paranoicos. Como si la vida no fuera ya lo bastante dura, se dedican a la invención del dolor.”
“Cuando sales a la lluvia, querida mía, ¿no sientes que siempre dispones de un instante de gracia antes de sentir las primeras gotas en el pelo? El frío no es así. El frío tiene frío, obviamente, y quiere todo tu calor.”
“En la escuela, Venus, nos enseñó gente dispuesta a mentir a los niños a cambio de un medio de subsistencia; estabas allí sentado recibiendo información que sabías que era falsa (ni la escuela ni la madre era distinta). Más tarde descubrías que todos los temas interesantes eran controvertidos e imposibles y nadie se atrevía a estudiarlos. El discurso público era tedioso, los periódicos y la radio no eran más que ese runrún que viene de la habitación de al lado, y los mítines eran soporíferos, y toda conversación fuera de la familia era mortalmente aburrida, porque nadie podía decir lo que le habría salido espontáneamente.”
“Entre 1946 y 1057 comí dos manzanas, una en 1949 y la otra en 1955. Ahora no escatimaba esfuerzos para comerme una todos los días. El hombre que solía vendérmelas era consciente de que la fruta fresca constituía una suerte de manjar en la Unión Soviética. Sin embargo, ambos discrepábamos por completo en nuestra concepción de lo que era una manzana. En la cola de su puesto se cruzaban corrientes de identificación y recelo. Si en la cola había cincuenta rusos, siete u ocho de ellos habrían estado fuera. Otros siete u ocho habían contribuido a que enviasen allí a los primeros. Mi mirada se encontraba con la de hombres y mujeres que coincidían conmigo en lo que era una manzana. Yo me la comía entera, el corazón, las pepitas, el rabillo.”
“Las chicas eran más mesuradas, pero Lev y yo dábamos cuenta del alcohol en las cantidades de rigor. Vivíamos ambos bajo el influjo secular de la borrachera rusa. Y quizá te sorprenda saber que, además, éramos buenos borrachos, tanto él como yo: dóciles, razonablemente silenciosos, poco dados, en general, a armar escándalos o a echarnos a llorar. Normalmente llegaba un punto, hacia la mitad de la tercera botella, en el que Lev me miraba fijamente a los ojos y casi admitía el momento de la remisión –que acaso no era sino el hecho de que no llamaba la atención. Llamarla –he de decir- le resultaría harto difícil. Pero sí llamaba la atención como fumador. Mira, el tabaco (al igual que la bebida) atenúa la ansiedad. Tú intenta no fumar en Rusia y verás lo lejos que llegas. Pero lo de Lev… Comía con un cigarrillo en la mano que manejaba un cuchillo. Cuando iba a apagarlo, su gesto no era sino un paso para encender el siguiente. Fumaba todo el día. Zoya contaba que ni siquiera dejaba de fumar al afeitarse.”
“Las ruinas humanas de mediana edad de las que te hablé antes, esas que no se marcharán nunca: había un grupo de ellas, hombres y mujeres, en una esquina, vendiendo –subastando- sus analgésicos a jóvenes lánguidos con chaquetones hechos de fundas de vinilo de asientos de coches. Luego, muy rápidamente, los viejos se emborrachan y los jóvenes se ‘colocan’. Veinte minutos después todo el mundo anda chocando y salpicándose encima de los charcos de color sangre, llenos de óxido de hierro, jeringuillas usadas, condones usados, envoltorios de golosinas norteamericanas, cristales rotos. Viran y se tambalean y dan bandazos. Y se limitan a mirarse mutuamente mientras caen redondos. Sí, ya no queda nada…. –hasta los perros salvajes tienen más vivacidad y espíritu-. Muy bien, seguid tirados, nadie va a lameros la cara ni intentará follaros para devolveros la vida.”
«Ella me miraba, ¡a mí!, y decía que no podía creer lo afortunada que era. Oh, hermano, estaba casi paranoico de felicidad. Era como la religión combinada con la razón. Y yo el único devoto adepto.”
Estraodrinaria reseña de este libro de Amis que muestra el ingenio dialéctico del autor en todo su apogeo. Para mi gusto, en ocasiones la trama queda por debajo del estilo, pero el libro es pese a todo una buena novela.
Un abrazo.
Ahora estoy haciendo un curso que no tiene nada que ver con mi carrera, así que el curso es en la Facultad de Biblioteconomía y Documentación, y tengo que decirte que envidio tu carrera.
Pero ya he terminado los exámenes, ahora puedo dejar de visitar la bibioteca de la facultad y volver a la biblioteca pública.
Cuando intenté leerlo me perdí en la página 200/450 de Campos de Londres, para mi una novela aburrida. Por eso no me animé a comprar ninguno de sus libros, pienso que tal vez me va a pasar lo que me ocurre con Saramago, me resulta totalmente ajeno e imposible.
Tengo Koba en PDF y Tren nocturno pero no es lo mismo. Amis autor para leer de prestado. Flor de reseña, saludos