Sotileza / José María de Pereda

Lamentando la tardanza de mi vuelta a los ruedos, heme aquí otra vez. Creo que nunca he estado tan ocupada, el pluriempleo absorbe mis horas de ocio y de sueño. Al absorber el sueño, cuando tengo tiempo para leer no me aguantan las fuerzas más de 3 páginas; momento en que las líneas se entrecruzan y todo deja de tener sentido. So sorry, amigos. La buena noticia es que sólo me quedan 10 días más a este ritmo, momento en que abandono una de las dos ocupaciones. Cuento los días…

Al tajo, no quiero aburrirles.

Hombre, 388 páginas a letra apretá y chiquituca tampoco es que se lean en una noche. Aún así he tardado demasiado, lo reconozco. Para empezar aclararé que el señor Pereda era un santanderino de finales del SXIX e inicios del XX considerado como uno de los máximos representantes del Naturalismo en España, tendencia que adereza con una especie de regionalismo cántabro bastante conservador; pero no por ello le consideraría retrógrado. Es simplemente un enamorado de su tierruca, con sus marineros de toda la vida, desde las mozas decentes en edades casaderas hasta los raqueros de la calle.

Los raqueros eran los niños humildes, huérfanos o marginales que solían estar en los muelles de Santander y se dedicaban a recoger las monedas que la gente tiraba al mar y traerlas de vuelta a su dueño, obteniendo así algún tipo de compensación (dinero, alimentos, etc.). Eran pequeños pícaros con el pelo greñudo y sabor a sal. Hoy en día hay una serie de esculturas en honor a ellos en la propia ciudad de Santander.

Y la historia comienza con ellos, un grupillo de la calle Alta en el que el padre Apolinar (personaje que existió en la realidad) ayuda a una chiquilla a darle un hogar, puesto que en su casa era maltratada. Es acogida por un matrimonio que regenta una taberna y que la tratará con cariño y respeto. Esta niña se convertirá en una muchacha codiciada por los chicos (que como ella también crecen) generando una gran cantidad de tensiones a su alrededor. Esta sería la trama central… pero se tratan temas como la diferencia de clases, la situación de la mujer en aquella época, la vida marinera, los celos, la venganza, el odio entre familias, etc.

Huelo a sal…. me ha gustado mucho.

Pero después de tanto moralismo antiguo me merezco una de Irvine Welsh, irreverente, inmoral, vicioso y depravado.

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«Lo que se busca, en una palabra, es que reaparezcan aquí aquellas generaciones con los mismos cuerpos y almas que tuvieron.
Y tratándose de esto, ¿a quién, sino a vosotros, que las conocisteis vivas, he de conceder yo la necesaria competencia para declarar con acierto su es o no su lengua la que en estas páginas se habla; si son o no sus costumbres, sus leyes, sus vicios y sus virtudes, sus almas y sus cuerpos los que aquí se manifiestan? ¿Y quién, sino vosotros, podrá suplir con la memoria fiel lo que no puede representarse con la pluma: aquel acento en la dicción pausada, aquel gesto ceñudo sin encono, aquel ambiente salino en la persona, en la voz, en los ademanes y en el vestir desaliñado? Y si con todo esto que yo no puedo representar aquí porque es empresa superior a las fuerzas humanas, y con lo que os doy representado, resultan completas, acabadas y vivas las figuras, ¿quién, sino vosotros, es capaz de conocerlo? Y si lo conocéis y lo declaráis así, ¿qué aplauso puede resonar al fin de mi tarea, que mejor me cure del espanto de haberla cometido?«

«Cada cual en su propia casa, siendo haciendosito y cuidadoso, puede arreglárselas con los recursos que tiene a mano, vivir tan guapamente y campar por sus respetos como el más rurflante de sus vecinos, sin copiarle el modo de andar ni pedirle un real prestado.»

«Porque yo os perdono con todo mi corazón, y si otra me queda, que con ella reviente… ¡Picaronazas! ¿Sigue el infierno vomitando escorias todavía, Miguel?… ¿Oyes sus voces protervas en el balcón, Sidora, tú que tienes buen oído?
-Y a usté ¿qué le importa que griten o que se callen? -respondió la marinera, queriendo echar a broma aquel paso, que trascendía a prólogo de tragedia-. Hágales la cruz como al demonio y témplese los nervios; que cuanto más solimán echen ahora, menos tendrán en el cuerpo para la otra vez. «

«-¡Hay que verlo!… ¡vos digo que hay que verlo pa saber lo que son las sus manucas, y aquel dir y venir como la pluma por los aires!… Ni pisa ni mancha… Le dice usté una vez la cosa: ya está entendía… Ella, la media azul; ella, la calceta blanca; ella, el remiendo fino; ella, el botón de nácara lo mesmo que el botón de suela; ella, la escoba; ella, la lumbre; ella, la puchera… Vamos, que pa too lo que Dios crió hay remo allí, con una gracia y una finura que lleva los ojos de la cara… Si me da el dolor en esta banda, ella calienta el ladrillo, y en un verbo me le lleva, engüelto en la baeta, a la cabecera de la cama. Si la mi Sidora cae de sus males, el angeluco de Dios la adevina los pensamientos pa que na le falte, desde la onza de chocolate, bien hervía, hasta el reparo pa la boca del estómago… ¿De alimento, dices tú?… Tocante al alimento, es poca cosa; pero es de buen engordar de suyo, como la den trabajo llevadero y un dormir sin pesaúmbres… Oír, no se la oye palabra, si no es pa responder a lo que se la pregunta, u preguntar lo que ella buenamente no puede saber… ¿De vestir?… ¡Pues no da gloria de Dios ver cómo le cae hasta un trapuco viejo que usté le ponga encima! Si vos digo que, a no saber quién fue su madre, por hija se la tomara de anguna enfanta de Inglaterra…, cuando no de una señora de comerciante del Muelle… Pos ¿y el arte pa el deletreo de salabario, en primeramente, ya pa la letura en libro dimpués?… Y ¿qué me dices tú de los rezos que ha aprendío en un periquete, que hasta el pae Polinar se asombra de ello?… Na, hijos, que si la enseñan solfa, solfa aprende… ¡Uva!… Y a too y a esto, finuca ella; finuco el su andar; finuco el su vestir, aunque el vestío sea probe; la mesma seda cuanto hacen sus manos, y limpio como las platas el suelo por onde ella va y el rincón en que se meta… Que es asina de natural, vamos. Y lo que yo le digo a Sidora cuando me empondera la finura de cuerpo y la finura de obra del angeluco de Dios: «esto, Sidora, no es mujer, es una pura sotileza…». ¡Toma!, y que así la llamamos ya en casa: Sotileza arriba y Sotileza abajo, y por Sotileza responde ella tan guapamente. Como que no hay agravio en ello, y sí mucha verdá…¡Uva!«

«Tolín quiso, al cabo de los días, echar también su cuarto a espadas, y como en sus buenos tiempos de granuja había cultivado algo el dibujo franco en las paredes de los portales, y era, por naturaleza, bastante dispuesto para las obras de imitación que no exigieran otras virtudes que la paciencia, en fuerza de disolver terrones de añil y de botabomba, y de pringarse los dedos y los labios, llegó a pintar tan a la perfección como su maestro, aunque éste no lo creía así, y se lo decía, por lo bajo y a la disimulada, a la niña, cada vez que ésta, dando con el codo a Andrés, le señalaba, con el asombro en los ojos, lo que iba pintando su hermano.»

«-Es que hay dichos, Pachuca -replicó Sotileza con ira mal disimulada-, que son más de temer que los bofetones…, porque hay lenguas que los esparcen como la peste; y bien sabes tú que las hay en esta calle peores que la sarna, y contra qué honras buscan el arrimo.«

«-¡Pero hijuca, respóndenos algo, por el amor de Dios, pa que uno sepa los tus sentimientos! Si temes engañarte por ti mesma, ¿quieres que pidamos consejo, pinto el caso, a don Andrés?
-¡Ni se lo miente siquiera! -saltó la moza inmediatamente-. No hace falta ese consejo, ni el de naide tampoco; que bien sé yo lo que me conviene.
-Pos eso queremos saber, hijuca: lo que te conviene a ti a la hora presente.
-¡Uva!
Me conviene que me dejen en paz sobre esos particulares; que no me hablen más de ellos; porque no me hace falta, porque ca uno se entiende, y lengua me sobra pa decir: «esto quiero» cuando sea de menester. Así estoy a gusto…, y Dios dirá mañana. ¿Me entienden ahora?«

«Cuando salió Andrés de la bodega, muy poco después de esta conversación, mientras iba calle abajo hacia la Catedral, jurara que llevaba en cada oído un importuno moscardón que le iba zumbando sin cesar unas mismas palabras. Algo más allá, estas palabras, que le sonaban en los oídos, eran gérmenes de pensamientos que se le revolvían en la cabeza; andando, andando, estos pensamientos engendraron propósitos; y estos propósitos llenáronle de recuerdos la memoria; y estos recuerdos produjeron luchas violentísimas, y las luchas, serios razonamientos; y los razonamientos, sofismas deslumbradores; y los sofismas, propósitos otra vez; y estos propósitos, tumultos y oleadas en el pecho.«

«Aprensiones -continuó Tolín- de que algo más que la amistad es lo que te mueve a interesarte tanto por Andrés.
-¡Bien has tardado en caer en ello, inocente de Dios! -exclamó Luisa, lanzando las palabras de su pecho con tal ansia, que parecía que con ello le desahogaba de un peso insoportable.
-¡Y lo confiesas con esa frescura, Luisa! -dijo el otro haciéndose cruces.
-¿Y por qué no he de confesarlo, Tolín? ¿A quién ofendo con ello? ¿Qué hay en Andrés que no merezca estos malos ratos que estoy pasando por él? ¿No es guapo? ¿No es un mozo como unas perlas? ¿No es bueno y noble como un pedazo de pan? ¿No es fuerte y valeroso como un Cid? ¿No tiene, por tener de todo, tan buena posición como el mejor de los mequetrefes que me pasean a mí la calle, con tanto gusto tuyo? ¿No le tratamos y le estimamos de toda la vida?… Y siendo esto verdad, ¿por qué no he de… quererle yo; sí, señor, de quererle como le quiero tantos años hace?…
¿Pero es posible, Luisa, que tú, tan fría con todos los que te tratan, tan dura de corazón con todos los que te miran, seas capaz de querer a nadie con ese fuego?…
-Bajo la nieve hay volcanes, Tolín; no sé quién lo dijo por alguien como yo; pero dijo con ello una gran verdad, según lo que a mí me pasa ahora…
-Pues, hija mía, para una vez que te quemaste…, ¡no hay duda que fue bien a tiempo!
-¿Por qué lo dices, Tolín?
-Bien a la vista lo tienes, Luisa. ¡Te quemas por quien ni siquiera repara en ello!
-Pues ahora reparará.
-¡Ahora!
-Ahora, sí… porque hasta ahora no ha sido necesario.»

«-Que aunque todo ello y lo que te has callado fuera la pura verdad, son los dos casos muy diferentes.
¡Diferentes! ¿Por dónde? ¿Por qué?
-Porque tú eres una señorita.
-Justo. Y tú todo un caballero… ¡Y es una mala vergüenza que un caballero como tú, porque las mujeres están obligadas, por el bien parecer, a tragarse todo cuanto sientan por un hombre, y a no dárselo a entender ni siquiera con una mala mirada, ayude a su propia hermana a salir del ahogo en que se ve, despertando un poco la atención, con cuatro palabras al caso, de un hombre que es, además, un amigo de la mayor intimidad!… ¡Bah! Pero que a un caballero que tiene obligación, por ser hombre, de ser valiente y arrojado y de ajustar todas sus cuentas por sí mismo, le arregle una señorita un negocio de esa clase…, no tiene nada de particular; es una hazaña de rechupete… y hasta obra de misericordia … «

«Y como no queda otro asunto por ventilar de los tocantes a este libro, dejémoslo aquí, lector pío y complaciente, que hora es ya de que lo dejemos; mas no sin declararte que, al dar reposo a mi cansada mano, siento en el corazón la pesadumbre que engendra un fundadísimo recelo de que no estuviera guardada para mí la descomunal empresa de cantar, en medio de estas generaciones descreídas e incoloras, las nobles virtudes, el mísero vivir, las grandes flaquezas, la fe incorruptible y los épicos trabajos del valeroso y pintoresco mareante santanderino.

Santander, noviembre 1884.»

6 comentarios en «Sotileza / José María de Pereda»

  1. A veces yo también, siento el temor de no volver a leer, sobre todo cuando al igual que tu , leo un par de paginas por las noches y el sueño me vence.
    También, tengo ese temor cuando leo en lugares con muchas personas y no puedo como antes volver a leer toda una tarde.
    Temor ante el tiempo, ahora hay muchos libros y poco es el tiempo.
    Me alegro que vuelvas a escribir.
    saludos

  2. No sé si me gustará o si no me gustará, creo que no, pero sí que le voy a dar la gran oportunidad de cautivarme y enseñarme un poquito más a vivir

  3. Sotileza, realmente se llamaba Elvira; Y de piel clara como la bruma del mar, ojos azules del cantábrico y pelo dorado como el sol.

    Tenía apenas 10 años cuando se quedó huérfana y conoció al mismísimo Jose Maria Pereda, trabajando en la bodega de sus padres adoptivos.

    Era hermosa y resuelta y el propio escritor se quedó fascinado con ella y su historia; Por lo que le hizo el mejor tributo que se puede hacer… inmortalizarla en una novela bajo el nombre de Sotileza, apodo que cariñosamente le puso el escritor.

    Pocos cantabros saben algo de la verdadera identidad de Sotileza, y se pierden en la magistral manera de contar una historia de Pereda.

    Pero Sotileza existió, y yo tengo el orgullo de conocer su historia de primera mano; Ya que Elvira era la bisabuela de una de mis mejores amigas…

  4. Muchas gracias por esa información Anya, se lo diré a mi tío el cántabro, que es quien me regaló el libro, gran amante de su (vuestra, supongo) tierra.

    Un saludo!
    🙂

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