Opio / Maxence Fermine

Opio. Una infusión de Seda de Baricco.
Usease, me traduzco: en lugar de girar en torno al comercio de seda como ocurre en la novela del italiano, en esta ocasión nos ocupa el comercio del té. El contexto espacio temporal es parecido en ambos casos.
Me ha gustado mucho, ahora me cae mejor el té.
No me gustan las infusiones, no puedo con ellas: manzanilla, poleo, tila, té, etc. Tisanas varias en resumidas cuentas. Me recuerdan a ENFERMEDAD. El agua caliente con sabores me da asco. Excepto con la sopa, pero porque eso lleva mucha más sustancia. ¿Y con leche? Se preguntará alguno. Pues tampoco, porque siento como si se aguara la leche. Y buenas ganas de joderla. Un Nesquik y como Dios, así con mayúsculas.
Pero mola cómo se le trata en esta novela. Un bien preciadísimo y además con variedades mucho más difíciles de conseguir para un extranjero en China por aquella época.
Total, que tenemos al chaval criado entre tés, que se empeña en ir a China para traer él mismo el té que luego vendían en el negocio familiar, y así de paso intentar conseguir otros tipos de tés mediando él directamente en la negociación con los proveedores. Ahí que se embarca, tres meses de viaje hasta que llega.
Guiado/acompañado por otro inglés se adentra en territorios pertenecientes al señor del té, una misteriosa figura del dueño de todo el mercado de té blanco, el más caro y demandado. Nuestro protagonista, por supuesto, pone todo de su parte para poder llegar a tratar con él y conseguir este té. Y claro, aquí llega la parte sensual de la novela, aparece una mujer que parece ser la piva del señor de té, con la que mantiene escarceos durante una semana, que es exactamente el tiempo que se le permite estar en ese territorio sin que sea liquidado. Pero claro, el pive se queda prendadísimo de esa chinita con una flor de Opio tatuada…
Que ese es el rollo, que el señor del té en verdad es un super productor de Opio que te cagas, y negocia entre eso y el té. Toda una experiencia para nuestro colega…

Otra sensación que también me produjo Seda fue la de la sonoridad de la novela. Lo bueno de estas dos, es que aunque haya leído una traducción, las lenguas de origen son italiano por un lado y francés por otro, de forma que esa musicalidad poética… casi te llga. Algo distorsionada, claro está. Y en estas novelas tan cortitas, parece que tiene que sonar. Es como una felicitación de cumpleaños de estas que las abres y suena una musiquita de un pequeño altavoz pegado al doblez. Eso espero de estas novelas tan cortas: Opio, Seda, Sin sangre…

En fin, es uno de esos libros aptos para regalar a conocidos de personalidad sosegada y con cierta afinidad al ritmo oriental. Si además disfruta con el té, pues ya tenéis el regalo perfecto. Porque aunque el que regala el libro casi regala la obligatoriedad de leerlo, en este caso no se le putea mucho al receptor porque es bastante corta. Lo más probable es que lo empiece.

Y no me voy a extender más, porque llevo un retraso enrome y tengo un montón de entradas a medias, siempre esperando a finiquitarlas. Y a este ritmo no subo ni una actualización.
Un saludiño… y espero no tardar demasiado en volver. Como siempre. Y que nunca cumplo.

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«Era el clásico gentleman inglés cuyo único vicio reside en el consumo de puros y whisky y cuya principal virtud es cierta propensión al honor y al amor por el trabajo bien hecho.»

«¿Sabías que el arte del té es una de las músicas que nos ofrece el agua?
Charles no entendió lo que quería decir su padre.
-¿Qué tienen que ver el agua y la música con el té?
-Medita bien y escucha. En primer lugar, existe la música de la lluvia al caer sobre las hojas del té, ese leve temblor semejante a un tambor de luz verde batido por los palillos de plata del cielo. Luego la música de la recolección. Acompañada por el baile de los velos de las recolectoras. También, la música de un manantial lo más fresco y puro posible. Por último, la música del agua hirviendo que se vierte lentamente sobre las hojas de té.»

«-Me hubiese gustado muchísimo llevarme té blanco, descubrir los secretos de fabricación…
Pearle soltó un rugido:
Deja en paz a esos malditos chinos y compra lo que te ofrezco sin platearte más cosas. Todavía no ha nacido quien consiga entrar en su país y robarles sus secretos.
Charles Stowe apuró lentamente la copa. Seguro de sí mismo, no creyó una palabra de lo que acababa de decir Pearle. Aguardaba su momento.»

«Los dos hombre permanecieron largo tiempo en la manufactura eligiendo las mejores hojas. Luego inmóviles, silenciosos, contemplaron el incendio verde del té que se apagaba con el crepúsculo.«

«El inglés se dio media vuelta y descubrió, en el rincón más oscuro del salón, a una mujer echada en un diván tapizado en seda. No podía ver ningún rasgo de su rostro, excepto la boca, roja como un fruto. La bailarina abrió los estores, y la estancia se llenó de luz. Charles Stowe descubrió entonces a aquella mujer, tan bella y misteriosa como la primera vez. Vestía únicamente una túnica de seda verde. Tenía largos cabellos negros. Inmensos ojos verdes.
Y fumaba una pipa de opio.»

«En la plaza del pubelo, a pocos pasos de ellos, vieron a unos criminales expuestos a la vindicta pública. A algunos de ellos les habían cortado el labio inferior.
-¿Qué han hecho esos hombres para merecer tamaño castigo? – preguntó Charles Stowe.
-Son fumadores de opio. Les cortan el labio para impedirles que vuelvan a entregarse a su vicio favorito

«Charles Stowe permaneció largo rato sentado, paladeando el whisky a pequeños sorbos, mientras ante él caía el crepúsculo.
Caviló que la felicidad era tan impalpable como una bocanada de opio, tan efímera como un sorbo de té

«Charles Stowe sabía perfectamente que las más hermosas promesas, aunque acaben convirtiéndose en polvo de recuerdo, no traspasan nunca el reloj de arena del tiempo

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