Manual para mujeres de la limpieza / Lucia Berlin

Portada de «Manual para mujeres de la limpieza», de Lucia Berlin. Penguin Random House, 1ª reimpr. en Debolsillo, nov. 2020. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.
Portada de «Manual para mujeres de la limpieza», de Lucia Berlin. Penguin Random House, 1ª reimpr. en Debolsillo, nov. 2020. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.

Con la reseña de hoy saldo otra de esas deudas que se alargaban en el tiempo: leer Manual para mujeres de la limpieza, de la escritora Lucia Berlin. Se trata de una extensa antología que reúne cuarenta y tres cuentos de carácter biográfico y temática diversa.

Me ha gustado mucho, aunque al no ser yo demasiado amiga de los cuentos, he tardado un par de meses en terminármelo porque lo iba intercalando con otros libros. Leérmelo del tirón no lo contemplaba. Si hubiera sido una novela seguro que sí, como cuando mi madre pica muy pequeños los champiñones en la ensaladilla, que no los noto y la devoro porque la ensaladilla se convierte en unidad. Vamos, que si el manual fuera una novela, otro gallo cantaría. Pero eso son movidas mías.

No obstante, he de admitir que cuando lo terminas te queda la sensación de haber leído una novela: todos los cuentos los protagoniza la misma persona y a lo largo de ellos puedes ver cómo evoluciona su vida. En realidad la conclusión es: son un flipe, pero hay que dosificar.

¿Quién es Lucia Berlin? (¿Y por qué no estás tildando ni el nombre ni el apellido, tronca?)

La autora nació en Alaska en 1936. Esta obra está escrita en inglés y posteriormente ha sido traducida al español (en esta ed.: Eugenia Vázquez Nacarino), por mucho que su nombre pueda sonarnos más cercano. Así que, no, no lleva tilde ni el nombre ni el apellido. Llevo llamándola Lucía Berlín desde que supe de ella y lo he estado haciendo mal; se pronuncia Lusía Berlin (con acento en la e). A ver si me acostumbro a mencionarlo así. Como apunte, de soltera fue Lucia Brown.

Aunque naciese en Alaska, a lo largo de su vida residió en bastantes lugares diferentes. En un primer momento, debido al trabajo de su padre (que se dedicaba a la minería —no bitcoins—), pasó su infancia en pueblos mineros de Idaho, Kentucky y Montana. Hasta que su padre se alistó al frente (en 1941) y se instaló con su madre en El Paso. Con el tiempo viviría en Stgo. de Chile, Alburquerque, Colorado o California.

Ejerció múltiples trabajos, estudió en la Universidad de Nuevo México y llegó a ser profesora tanto ahí como en la de Colorado (casi 40 años después). En 2004 falleció sin haber saboreado el éxito que ha alcanzado de forma póstuma, al menos en España. En 2015 se publicó el presente recopilatorio y desde entonces hasta ahora cada día somos más los lectores que nos hemos dejado zarandear por su escritura vitalista y peleona.

Manual de… la vida de una mujer luchadora

Cuarenta y tres fragmentos de una vida narrados por su dueña, Lusia Berlin, porque si algo queda claro es que fue dueña de su vida. Kiko Amat dice que «un escritor es una persona que mira más allá que el resto» y estos cuentos son prueba de ello. El punto de vista de la autora denota humor (inteligencia) y capacidad de observación, empleando un estilo realista, y sucio cuando corresponde.

La mayoría de los relatos que se agrupan en Manual para mujeres de la limpieza se corresponden con etapas vitales en las que la autora tuvo que sobrevivir empleando uñas y dientes. Con poco más de treinta años, tres matrimonios fallidos y cuatro hijos a su cargo, desempeñó múltiples y diferentes trabajos para salir adelante. Sin embargo, aunque pueda resultar «tan creíble que no puedan evitar compadecerla», al cerrar el libro no queda un poso de penuria, sino de lucha y superación.

Además de hablar de sus diferentes trabajos o actividades cotidianas (el relato de la lavandería creo que es de los que más grabados se quedan) la autora aborda muchos otros temas vitales. Nos habla de la familia, (su madre, su hermana Sally o su prima Belly); acerca de la enfermedad, la adicción al alcohol y los procesos y clínicas de desintoxicación; se sincera sobre su infancia y maternidad; aborda el amor, la amistad, la vida y la muerte.

«El tiempo se detiene cuando alguien muere. Por supuesto se detiene para ellos, quizá, pero para los que sufren la pérdida el tiempo se desquicia. La muerte llega demasiado pronto. Olvida las mareas, los días que se alargan y se acortan, la luna. Hace trizas el calendario».

Manual para mujeres de la limpieza: antología para dosificar

Como en todos los recopilatorios habrá algunos que te gusten más que otros, pero todos los relatos que componen el Manual para mujeres de la limpieza reflejan una vida difícil y afrontada con ironía, humor y serenidad (no sobriedad). Además, gracias a las descripciones que se cuelan en medio de las historias, tiene la capacidad de hacerte sentir en el lugar exacto donde se desarrolla la acción.

Dos datos: 1. El estilo realista de Lusia Berlin se compara con el de Raymond Carver (uno de los máximos exponentes del realismo sucio); 2. La mayoría de su sus cuentos fueron publicados en tres volúmenes por Black Sparrow Press entre 1991 y 1999, que casualmente es la misma editorial que dio a conocer a Charles Bukowski y John Fante. Si tenemos en cuenta estas dos conexiones, no cabe duda de en qué rollo podemos catalogarla. En el que me mola.

Y por eso me jode que esto no haya sido una novela, en cuyo caso la habría devorado como las de sus colegas (cuyos relatos cortos no es lo que más me gusta). Pero eso es todo. Esa es la única pega que le puedo poner al libro, que he tenido que intercalarlo con otro. Por lo demás, me ha flipao.

¡Gracias por la recomendación José L. Solé!


Algunos fragmentos del Manual…

Agota estar a todas horas en situaciones de vida o muerte. Aún más agotador, y la verdadera causa de la tensión y el cinismo, es que muchos de los pacientes que atendemos en Urgencias no solo no son urgencias, sino que no les pasa absolutamente nada. Al final acabas deseando ver una buena puñalada o una herida de bala.

Llegamos al puente y al olor de México. Humo, guindilla, cerveza. Claveles, velas, queroseno. Naranjas y orines. Bajé la ventanilla y asomé la cabeza, contenta de estar en casa. Campanas de iglesia, música ranchera, bebop, mambo. Villancicos de las tiendas para los turistas. Ruidosos tubos de escape, bocinas, soldados estadounidenses borrachos de Fort Bliss. Señoras respetables de El Paso, compradoras serias, cargadas de piñatas y garrafas de ron.

Los suspiros, el ritmo de nuestros latidos, las contracciones de parto, los orgasmos, acaban todos por acompasarse, igual que los relojes de péndulo colocados uno cerca del otro pronto sincronizan su vaivén. Las luciérnagas en un árbol se encienden y se apagan como una sola. El sol sale y se pone. La luna crece y mengua y el periódico suele caer en el porche a las seis y treinta y cinco de la mañana.
El tiempo se detiene cuando alguien muere. Por supuesto se detiene para ellos, quizá, pero para los que sufren la pérdida el tiempo se desquicia. La muerte llega demasiado pronto. Olvida las mareas, los días que se alargan y se acortan, la luna. Hace trizas el calendario.

«Si les presentara así a la mujer sobre la que estoy escribiendo: «Soy una mujer de cincuenta y tantos años, soltera. Trabajo en la consulta de un médico. Vuelvo a casa en autobús. Los sábados voy a la lavandería y luego hago la compra en Lucky’s, recojo el Chronicle del domingo y me voy a casa», me dirían: eh, no me agobies. En cambio, mi historia se abre con: «Cada sábado, después de la lavandería y el supermercado, Henrietta compraba el Chronicle del domingo». Ustedes escucharán todos y cada uno de los detalles compulsivos, obsesivos y aburridos de la vida de esta mujer solo porque está escrita en tercera persona.

Caramba, pensarán, si el narrador cree que hay algo en esta patética criatura sobre lo que merezca la pena escribir, será que lo hay. Seguiré leyendo, a ver qué pasa. En realidad no pasa nada. La historia, de hecho, ni siquiera está escrita todavía. Sin embargo, aspiro a que, a fuerza de minuciosidad en el detalle, esta mujer les resulte tan creíble que no puedan evitar compadecerla».

«Era una noche fría de enero, pero ya había flores de ciruelo chino iluminadas por las farolas de la calle. Los californianos defienden la sutileza de sus estaciones. ¿Quién quiere una primavera sutil? Yo me quedo con uno de aquellos días de deshielo en Idaho, Kentshereve y yo deslizándonos por las laderas fangosas en una caja de cartón aplastada. Me quedo con el estallido de los lilos en flor, de un jacinto que ha sobrevivido al invierno».

«Cada sábado por la mañana íbamos al vertedero de la ciudad, en una ranchera con enormes ollas de comida. Frijoles, gachas, galletas, leche. Montábamos una mesa grande en un descampado junto a mi les de chabolas […] Dunas de basura apestosa, humeante. Al cabo de un rato, a través del polvo y el humo, empezabas a ver gente trepando por las dunas. Pero era gente del color del estiércol, vestida con harapos idénticos a los desechos por los que se arrastraban. Nadie caminaba erguido, gateaban deprisa como ratas mojadas, metiendo despojos en bolsas de arpillera que parecían las jorobas de algún animal, dando vueltas, abalanzándose, chocando unos con otros, olisqueándose, escabulléndose, desapareciendo como iguanas tras las dunas. Una vez sirvieron la comida, sin embargo, aparecieron hordas de mujeres y niños tiznados y mojados, apestando a descomposición y alimentos putrefactos».

3 comentarios en «Manual para mujeres de la limpieza / Lucia Berlin»

  1. Tiene que estar curioso el libro, al menos la forma de narrar, me ha gustado mucho.

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