Lemmings / Jordi Dausà

Portada de «Lemmings», de Jordi Dausà. Ed. Llibres del Delicte, 1ª ed. ene. 2019. Colección «Delito». Trad. Marc Moreno.

Hoy traigo la reseña de la primera referencia (de muchas, espero) que leo de Jordi Dausà: Lemmings, traducida al catellano por Marc Moreno para la colección Delitos (publicaciones en castellano de la editorial Llibres del Delicte). Tenía muchas ganas de leer a este autor, al que tuve la suerte de conocer y poder ver cómo se desenvolvía en las mesas del Festival Literario La Mar Fosca de Negra y Mortal. Me habían recomendado su otra novela, De sobte pensa en mí , y me la pillé en catalán en un alarde de exceso de optimismo: «voy a probar». A pesar de mi empeño, he tenido que asumir mi derrota. Habrá que esperar que traduzcan más obras suyas.

Para que no se hiciera excesivamente larga la espera (llegará, confío en que llegará) apareció Lemmings, y ahora sí. Qué bien me lo he pasado con esta novela negra de barri, contada en segunda persona y que se va revelando simultáneamente y poco a poco, tanto al protagonista como al lector. La novela comienza presentándonos al prota (cuyo nombre no conocemos) amnésico perdido. Por lo que intuye viendo la escena que le rodea (entre otras cosas, hay un par de cadáveres por ahí tirados), parece que se ha peleado en un combate callejero. Tampoco sabe mucho más. No sabe ni quién es. ¡Cómo me lo he pasado descubriéndolo!

Tú eras más fuerte, pero él tenía el nombre, y la palabra te hace más poderoso que los hechos y que la lógica.

¿Quién es Jordi Dausà?

Jordi Dausà es maestro y escritor, nacido hace 44 años en Cassà de la Selva (Girona) y cuenta con unas cuantas novelas a sus espaldas. Antes de publicar las mencionadas De sobte pensa en mí (2021) y Lemmings (2019), vinieron: Manual de Supervivència (2010), El gat de Schrödinger (2012) y Nits de Matapobres (2015). También se pueden encontrar algunos relatos suyos en distintas antologías.

Se trata de un autor al que le gusta escribir sobre la realidad sin remilgos. Por lo que extraigo de la lectura de Lemmings, de declaraciones en alguna entrevista que he leído y de comentarios que he visto sobre sus otras novelas: diría coquetea con la etiqueta realismo sucio (al menos la que yo otorgo). Además, le añade el componente de novela negra, en la que sí que existe una presentación, un desarrollo claro y alguna sorpresita en la trama. En una entrevista que le hicieron en Solo Novela Negra, dice que Manual de Supervivència es una «novela gamberra en catalán», que fue calificada por algunos críticos como negra. Ahí es cuando se fue dando cuenta que lo suyo no se limitaba al realismo del que hace gala.

Tras leer Lemmings y confirmar mis sospechas sobre cómo se las gasta, se ha convertido en otro autor al que seguiré la pista de cerca.

Lemmings (controlad vuestra nostalgia)

Es muy probable que el título de la novela te traiga muchos recuerdos. El GIF que acompaña a este párrafo ilustra a la perfección qué son los Lemmings y qué hacen.

«Entre los lemmings suicidas […] y tanto garrulo como hay, es normal que el mundo esté hecho una mierda. No se ve ni un ápice de inteligencia por ninguna parte».

Esta es una novela sobre violencia (también la autoinflingida de diferentes formas) y es la única carta que se muestra desde el principio. No sabemos quién es el protagonista, pero sabemos que está muy magullado, que hay dos muertos y que tiene que escapar de ahí porque no sabe si los fiambres son cosa suya o no.

La trama es una huída en todas direcciones, pero lo primero es intentar localizar sus posibles pertenencias y huir del almacén donde se ha despertado. A partir de ese momento, se cruzarán en su camino personajes que le echarán una mano (en ciertos casos, al cuello) mientras trata de desmpolvar poco a poco la historia de su pasado.

La violencia, aprendiste durante aquellas noches largas y blancas, es patrimonio de los perdedores

Realismo sucio, nergro y de barri

A lo largo de esta historia vamos a encontrar chabolas, yonquis, venaos… Peña chunga en general, personajes muy bien perfilados, reales. También un protagonista que, a pesar de sus muchas imperfecciones, mantiene una moral y defiende la justicia y la bondad, digamos. Se hace querer. Se pega de hostias, sí, pero se pega de hostias con el sentido de un samurái.

Tu cuento japonés preferido es el de los cuatro samuráis, y tu segundo cuento preferido es el del conejo en la Luna. Te hicieron leer demasiadas veces El Principito y ahora lo odias con todo tu corazón. Sabes que te gusta la lluvia, que no piensas con la polla y no crees que haya algo más grande que tú y que este mundo donde vives. Sabes todo esto, pero todavía no recuerdas si tienes familia, ni amigos, ni cómo volver a tu casa, si es que tienes.

La historia y su desarrollo (cómo poco a poco se van desvelando los detalles) mola bastante, pero para mí lo mejor son los personajes, las descripciones del entorno y los pensamientos del protagonista. Tendríais que ver la cantidad de esquinas inferiores que he doblado porque me mola uno u otro párrafo. Referencias culturales (más o menos populares), reflexiones sobre la pobreza, violencia, locura, sociedad, justicia o moral; el abanico es amplio.

Lemmings: «El instinto de autodestrucción de mucha gente es más fuerte que el de autopreservación»

Puedo dar fe de que Jordi Dausà se ha ganado una fiel lectora gracias a su estilo de escritura (ágil, ingeniosa y divertida, mordaz la mayoría de las veces); a cómo dibuja a los personajes (algunos saltan del libro y se te plantan al lao, sabes que se han ganado la existencia) y cómo desgrana poco a poco la historia (el misterio que envuelve al personaje despierta tu curiosidad y la va saciando con un goteo continuo).

Las referencias literarias (yo también tengo un poco de trauma con El Principito), las reflexiones de un protagonista que sobrevive en un entorno hostil y el entorno quinquillero y delictivo, aportan también esos granos de arena que me gusta encontrar en una novela. El siguiente párrafo es una buena representación de estas últimas dos cuestiones:

Decides que será mejor aparcar la conversación y la cortas con un «sí, es verdad». El chico parece bastante satisfecho y tú no eres nadie para romperle los esquemas. Que piense lo que le dé la gana. Es lo que haría un samurái de verdad: por cortesía —y en el mejor de los casos, por superioridad moral o espiritual—, preferiría dar la razón a quien no la tiene. Sonríes al imaginarte uno de esos samuráis, tan estirados y elegantes, de rodillas en esta chabola llena de trastos rescatados de contenedores, amorrado a una lata de cerveza barata y acompañado de un grupo de pringaos.

Creo que queda bastante claro que me lo he pasado teta leyendo Lemmings y que ha sido una suerte descubrir a Jordi Dausà. Ya solo queda seguirle la pista por las redes y confiar en que sigan traduciendo más novelas suyas.


Algunos fragmentos de Lemmings

Cuando dos personas esperan durante horas en una de esas salas blancas, bajo una luz de fluorescente y rodeados de enfermos y de familiares lívidos, crean un vínculo poco común y a veces más fuerte que una amistad de años de duración. Unen más las miserias y la desdicha que los éxitos.

Muchos de tus compañeros de dojo eran pandilleros de barrio con peinados ridículos, tatuajes aún peores y camisetas que les quedaban pequeñas. Casi todos iban siempre en chándal. A medida que crecían se convertían en chulos de discoteca con las cejas depiladas que descargaban la rabia y la frustración a puñetazo limpio contra otros fracasados. Muchos eran pequeños delincuentes: camellos de barrio de a 20 euros la piedra, o de papela de coca cortada con Ibuprofeno, leche en polvo y yeso de pared. La mayoría habían abandonado los estudios a mitad de secundaria y se quejaban porque no tenían trabajo, pero todos sabíais que en realidad no lo buscaban.

Pronto aprendes que aquellos rumores sobre clubes de lucha que surgieron en torno al estreno de la película del mismo nombre son falsos. Los hombres de negocios con un buen sueldo no se rompen los pómulos ni agrietan las costillas en un sótano maloliente para llenar un vacío existencial o para combatir el aburrimiento. […] La gente que hay en los auténticos clubes de lucha suelen ser cretinos con los dientes rotos y la mente aún más hecha polvo.

El Moha está afuera. Lleva unas gafas de realidad aumentada y, sumergido en un mundo virtual, mira alrededor muy lentamente, como si se hubiera tomado una droga alucinógena que pega más fuerte de la cuenta.

Cuando cruzáis las miradas te das cuenta que las luces están encendidas pero que dentro no hay nadie a los mandos. Sabes que hay un número relativamente alto de discapacidades psíquicas leves que pasan desapercibidas ante observadores no entrenados, e incluso entre médicos.

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