La feria de los discretos / Pío Baroja

Vale.

Igual saturo con tanta ostia del Baroja y del Unamuno, pero si es lo que me pedía el body, ¿qué voy a hacerle?. Prometo posponer los otros dos que tengo pendientes encima de la mesa (uno de cada) hasta que me lea por lo menos 3 en medio. Adelanto que he empezado ya con una novela de Martin Amis (ya sabéis, el mismo de Dinero y El libro de Rachel). Así que cambio de temática y estilo tiene que haber por huevos.

 

Para ir entrando al tajo.
En esta ocasión la trama se desarrolla en Córdoba y cuenta la historia de Quintín a partir de que regresa a España. ¿Regresa de dónde?, sus preguntaréis. Pues es que era un niño de estos cabroncetes, que no dan palo al agua y que los padres son incapaces de dominar; así que finalmente deciden enviarlo a Inglaterra con un tutor para que le enderece. YA. Seguro que todos conocéis a alguien que haya estado en un internado y lo que cuentan.
Así que lo más didáctico del viaje fue el empaparse de la cultura inglesa, pero un empape de ajogarse. A parte de influir en él, el haber vivido en dos lugares bien distintos le ofrece la oportunidad de valorar lo que le rodea desde un punto de vista más amplio que el de aquel que nunca ha viajado.

«-Esto es sol -pensó Quintin-, y no aquel de Inglaterra, que parece una oblea pegada en un papel de estraza

Se pueden encontrar más fragmentos en los que se rivaliza entre el norte y el sur, sólo que en esta ocasión (a diferencia de lo que ocurre en Las veleidades de la fortuna, también comentado en este blog) quien mejor parado sale es el sur, Andalucía en concreto.
Quintín se pasa todo el libro renegando de la cultura y costumbres españolas. Sin embargo, hay un capítulo en el que se sorprende en mitad de un sarao andalú que le termina emocionando y arrancándole un:

 

«¡Qué Norte ni qué nada!»

 

Este Pío… una de cal y otra de arena, porque las que sueltan los personajes en Las veleidades… son de agüita. Más de uno se sentiría ofendido.

 

Quintín es un personaje molón, de estos chulescos e inteligentes. Caballero y rufián. A la par. Os podéis hacer una idea sobre cómo es a partir del siguiente párrafo, en el que me recuerda mucho a algún autor (que ya he mencionado) bastante contradictorio…

«-Se contradice a cada momento -exclamó la condesa algo irritada-. Ya empiezo a no creer nada de este hombre, ni cuando dice que es malo, ni cuando asegura que es un infeliz.
-Es que no estoy clasificado en las casillas comunes. Tengo medio lado de buena persona y otro medio de mala. A veces me parece que soy demagogo, y resulto un reaccionario. Tengo dentro de mí todas las humildades y todas las arrogancias. Que mañana me dicen, por ejemplo: «Vendiendo a todos los habitantes de Córdoba como esclavos se puede hacer una fortuna», pues los vendería.
-¡Mentira! -replicó la conseda-. No los vendería usted.
-Si me dijese que no los vendiera, no.
-¡Vaya usted a paseo!»

Dejando a un lado las diferencias regionales, también se aborda el recurrente tema de la patria. La posición de Quintín (qué gran tipo) al respecto queda bastante clara en párrafos como éstos:

«Solía defender, ante la estupefacción de sus compañeros, que él no tenía ningún entusiasmo por la religión ni por la patria; que no sólo no sacrificaría por ellas su vida, sino que ni daría siquiera un ochavo para salvarlas.»

«-¡Yo! No sé. ¡Vivimos una época tan despreciable! ¡Si hubiera nacido en tiempo de Napoleón! ¡Cristo! Ahora estaría muerto o llevaría camino de ser general.
-¿Y te habrías alistado con Napoleón?
-¡Ya lo creo!
¿Y habrías peleado contra tu patria?
-Contra el mundo entero.
-Pero contra España, no.
Contra España, mejor. Que no sería poco hermoso entrar en esos pueblos defendidos por sus murallas y por sus preocupaciones contra todo lo que es noble y humano, y arrasarlos. Fusilar a todos esos chatos, piojosos farsantes, hidalgos de pacotilla; pegarle fuego a todas las iglesias y violar a todas las monjas…
-Tú has bebido, Quintín…
-¿Yo? Estoy sereno como una mata de habas, que es el vegetal más tranquilo de todos, según dicen los botánicos.
-Delante de mí no hables así de la patria.
-¿Es usted patriótica?
-Con todo el corazón. ¿Tú no?
-Yo soy ciudadano del mundo.»

A lo largo de la trama también aparece un grupo de masones que invitan a Quintín a una de sus reuniones, y el tío flipa en colores con tanto facha por ahí.

La relación de Quintín con las mujeres a lo largo de todo el libro es, para su desgracia, insatisfactoria. A pesar de que la mentalidad y actitud liberal de Quintín podría favorecer las relaciones con las mujeres,

«-¡Canalla! ¡Bandido! -exclamó Quintín dando un puñetazo en la mesa.
-¿Canalla, quién? -preguntó el señor Sabadía, extrañado.
-Ese Mojoso, indecente ladrón… Le deshonra su hija, porque ha querido a un hombre, y él no se deshonra robando a todo el mundo.
-Es distinto.
Sí, es distinto -gritó Quintín, furioso-. Para estos hidalgos de España es distinto; para todos esos hombrones, cursis, petulantes, el honor de las mujeres está más abajo del estómago. ¡Imbéciles!«

al pobre l’a mirao un tuerto y lo único que consigue son rechazos o ingratitudes, según de qué hembra (de las que aparecen a lo largo de la novela) hablemos. Enamorarse, un par de veces. Y luego aparece otra pava que es más que follamiga pero menos que novia, una mala pécora…
El desencanto de su primer amor le vuelve algo insensible a Cupido y manifiesta indiferencia total ante las mujeres.
«-¡Ah! ¿Ya has venido! -exclamó con rabia-. ¿Dónde has estado?
-Si hubiese sido por ti, hija mía, estaría en la cárcel.
-Allí es donde deberías estar siempre. ¡Ladrón! ¡Mala víbora te pique, arrastrao! Di, ¿qué has hecho estos días?
-Pues he estado en un cortijo huyendo de los polizontes.
-¡Como que te creo! Has estado con una mujer.
El procedimiento de sacar la verdad con la mentira dio resultados, porque Quintín dijo cándidamente:
-¿De dónde lo sabes?
-¡Ves cómo es verdad! Y ahora que te has cansado de ella y vienes aquí otra vez. Pues, hijo, ya puedes marcharte, que no está la carne en el garabato por falta de gato, y no quiero nada contigo.»

Por último, mencionar a Escobado, un personaje que aparece brevemente pero que deja esparcidas bastantes joyas a lo largo de las páginas. Se le puede considerar como El Desencanto en persona.

«La historia, como todo lo que es conocer, nos envejece. El saber es el enemigo de la felicidad. Ese estado de paz, de sosiego, que los griegos llamaban, con relación al organismo, euforia, y con relación al alma, ataraxia, no se puede obtener más que no conociendo. Así, en la vida, al principio, a los veinte años, cuando se ve todo de una manera superficial y falsa, las cosas aparecen brillantes y dignas de ser codiciadas. El teatro es relativamente bonito; la música, agradable; la función, divertida; pero el mal instinto de conocer hace que un ndía se asome a los bastidores y empiece a enterarse y a desilusionarse…»

«Creo -replicó el suizo- que ve usted sólo el lado de sombra de las cosas.
Me esfuerzo en ver los dos -respondió Escobedo-: el lado del sol y el lado de la sombra. Creo que sí, que en cada acción, en cada hombre, hay luz y hay oscuriades, hay también casi siempre una faz seria y trágica y otra burlona y grotesca. Yo, a fuerza de mirar continuamente a la faz trágica, comienzo a ver la grotesca

Quintín mola mucho. Me ha caído bastante bien. Y cuando me cae bien el prota me gusta el libro. Así que puedo concluir que me ha gustado, sí.
Pero todavía sigue La Busca en el nº 1 de la lista de Don Pío.

Nos leemos en brevas…………

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«En cada columna había un amolador con su máquina, un bonetero con sus gorros en una gran cesta, un churrero con su caldera, un zapatero con su banco y sus pieles cortadas y su jofaina para humedecerlas. Había las notas alegres, que las daban las medias y los pañuelos de colores chillones, y las notas siniestras: unas cuantas navajas de distintos tamaños sujetas a una pared, en cuyas hojas se leían letreros tan sugestivos como aquel que dice:

Si esta víbora te pica,
no hay remedio en la botica

«-¿Y ese Juan de Dios, es rico? -preguntó Quintín.
-Mucho; pero es muy bruto. De chico decía: «Yo quiero ser caballo»; solía ir a la cuadra, cogía estiércol en las manos, y decía a la gente: «Mira, mira lo que he hecho.»»

«no se alimentaba más que de alcohol y vanidad; así sus composiciones poéticas eran tan aéreas., que más que poesías de alas parecían poesías de flato

«-Lo digo porque es verdad. ¿Qué hacen todos esos hombres del Comité? ¿Me lo quiere usted decir? ¿Para qué sirve esa logia?
Eso no lo sabe ni el intrépite de Dios -dijo el Manano, que se había acercado al grupo ya en el último grado de la intoxicación alcohólica-. Pero aquí -y se golpeó el pecho- hay un hombre, señor José…, para otro hombre…, y para morir en las barricadas. Sí, señor…, el día que usted o don Quintín señalen, nos veremos con los oscurantistas… ¡Y viva la constipación y muera Isabel II

«La muchacha, en voz casi baja, cantó

Con abalorios, cariño,
con abalorios

Hicieron los bailadores la salida con cierta languidez.
La muchacha siguió

Con abalorios,
tengo yo una chapona,
tengo yo una chapona,
¡cariño!, con abalorios.

Hicieron los bailarines la parada con más brío, las castañuelas repicaron más fuerte, y la voz de la muchacha, de tiple, muy alta, se elevó en el aire:

Están bailando
el clavel y la rosa
están bailando
el clavel y la rosa
jay, están bailando!

Esta frase final, algo triste, estaba acompañada de un castañeteo formidable, como si con él se quisiera hacer olvidar la melancolía del canto.
La muchacha siguió:

Porque la rosa
entre más encarnada,
porque la rosa
entre más encarnada,
¡ay, es más hermosa!

Ya las castañuelas repicaban locas y todo el concurso jaleaba á los bailadores.
(…)
¡Qué Norte ni qué nada! -exclamaba Quintín con lágrimas en los ojos.»

2 comentarios en «La feria de los discretos / Pío Baroja»

  1. Hace mucho que tengo pendiente hablar de "La lucha por la vida" en mi blog. Éste también pinta bien…

    ¡Vaya con tu diccionario! Si aparte de hablar y moverse te hace caipirinhas, ya qué más quieres, jajaja, salúdalo de mi parte…

    Bicos!!

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