El genio alegre; Puebla de Mujeres / J. y S. Álvarez Quintero

Una de actualización, y otro giro temático. En lugar de mirar con microscopio toca calzarse los prismáticos.

Abran la ventana y oteen el horizonte en dirección al sur de la península ibérica. A ser posible háganlo en un día soleado porque sino no es creíble.
No sabría decirles el nombre del pueblo que tienen que buscar en google maps, básicamente porque (por lo que he leído) los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero son muy de inventarse el nombre de los pueblos. Pero ya saben, se trata de pueblos con paredes encaladas, porches, patios interiores y balcones llenos de flores. De copla y de gitanos. De tener guasa.

Muestran Andalucía y su gente desde un punto de vista bastante… decortijo. No la Andalucía de pasar jambre y buscarse la habishuela a farta de jurdós. Sino la de los señoritos, la de guita. Pero eso no quita para que sean igual de cachondos que los que no tienen parné. Eso sí, un poco más estiraos.

Y tras la presentación (omás bien interpretación) de la obra en general de estos señores, vamos a lo particular. Estas dos obras:

El Genio Alegre
Puebla de las Mujeres

 

En el Genio Alegre el núcleo de la trama gira en torno a una familia (adinerada, porsupuesto) cuyos integrantes son:

 

  1. Doña Consolación: una señorona bastante remilgada a la que su hijo y su forma de vivir alocada y bohemia le trae de cabeza.
  2. Julio: el susodicho. Muy de calle.
  3. Consuelito: sobrina de Dña. Consolación y prima de Julio, es pizpireta y espontánea, bonita y agradable al trato.

Pero claro, igual de «alocada» que Julio, con el que hace buenas migas. A resaltar la mezcla de las diferentes clases sociales que conviven en la casa y el contraste que ello supone (mientras unos son alegres y dicharacheros, los otros son recios y disciplinados).

En Puebla de las mujeres el tema principal, sin lugar a dudas, es el marujeo. La rumorología (oh, esa ciencia) y el cotilleo entre las vecinas, donde una simple invención o fantasía de las mujeres puede terminar tomando forma en la realidad. A fuerza de enredar, claro está.
Eso sí, en concreto durante esta obra no hay maldad por parte de ellas, es simple entretenimiento. No es el enredo del desprestigio. Y el pobre Julián, un médico que acaba de llegar al pueblo de nuevas… será su víctima.

—> He de decir… que me ha encantado. Me imaginaba a mi abuela (que es de ahí) cuando era joven.

«Ya veis que nada hay mejor que un patio de Andalucía para borrar de un día las desavenencias de amor»

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«DON ELIGIO.- ¿Quiere decirme la señora qué lección seria ha de sacar la señorita de la boda de unos gitanos?
DOÑA SACRAMENTO.- Y menos mal si todo se quedara en boda; pero de seguro habrán llegado frente a sus cuevas, donde tendrán zambra todo el día.»
DON ELIGIO.- ¡Lamentable espectáculo! Las danzas de las gitanillas son harto deshonestas, y sus cantares, chabacanos y libres, pican que rabian.
DOÑA SACRAMENTO.- Cierto es.
DON ELIGIO.- La señorita Consolación, señora marquesa, tiene el diablo en el cuerpo, como suele decirse. Esa alegría suya, desenfrenada, atolondrada, febril, entiendo yo que debe ser combatida por todos los medios. La encuentro peligrosísima a sus años y, desde luego, poco señoril y poco seria.«

«DOÑA SACRAMENTO.- Bien se ve que has estado de fiesta. ¡Buenos colores traes!
CONSOLACIÓN.- ¡Y qué fiesta! Me hubiese alegrado quela hubieras visto. ¡Ay, tía, me he reído hasta ponerme mala!
DOÑA SACRAMENTO.- Para eso necesitas tú poco
CONSOLACIÓN.- Es que no hay gente como los gitanos para pasarlo bien. ¡Me han dicho una de cosas!… Con lo que a mí me gusta que me digan cosas los gitanos. Y los que no son gitanos. «

«LUCÍO.- ¡Zi no prezumieras como prezumes!… Y después e to, zi ze te mira espacio, ¿qué tienes tú que varga dos pezetas? Un conjunto azín, que no es repunante, un ojo más chico que otro, una nariz que es un peyizco, y pare usté e contá. ¡Ea! me vi adentro a jugá con la perra, que gasta menos posturitas! (Éntrase en la casa de labor)
CORALITO.- (A punto de un ataque nervioso) ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¡qué bestia! Y lo malo es que tiene rasón mi señorita. ¡Es el único que me gusta! ¡Ay!, ¡ay! ¡Bien carito voy yo a pagá to lo que me he divertío con los hombres!»

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«ÁNGELA.- ¡Ángela María, qué calor! ¡Y qué dichosas moscas! Parece esto una confitería. (Maquinalmente se entona por lo bajito para cantar, y al cabo canta a media voz, distraída, el fandanguillo de DIEGUILLA que ha echado raíces en la casa).

 

Estoy como la que tiene
una venita de loca:
quiero olvidarte, y te busco
en cuanto me dejan sola.»

«ADOLFO.- ¿Que yo exagero, don Julián? ¡Usted no tiene ni idea de las miradas, de las sonrisas, de los golpecitos en la espalda que yo estoy aguantando! No hablo con ella: ‘¡Cómo disimula!’ Hablo: ‘¡Claro, como que es ridículo disimular!’ Paso por su calle: ‘Amiguito, la soga tras el caldero.’ No paso: ‘Sabe que no está ella.’ Hablo con otra: ‘¡Que le van a reñir a usted!’ Y dale con que si tiene tanto o más cuanto, y que si los olivares, que si las viñas, que si va o no va desnuda a la boda… ¡Un mareo! ¡Y así todo el día y toda la noche, hasta que me acuesto! ¡Comprenda usted que no hay paciencia que lo sufra!»

«JUANITA.- Pues es que yo sé muchas coplas, y algunas veces, cuando estoy alegre, o cuando estoy triste, o en otras ocasiones, me da la vena por hacerlas yo; pero sin pensar decírselas a nadie. Yo creo que imitando sin darme cuenta las que sé.
ADOLFO.- Dígame usted a mí una.
JUANITA.- Eso sí que no.
ADOLFO.- ¿Porqué?
JUANITA.- Porque son pamplinas de muchacha.
ADOLFO.- No son pamplinas.
JUANITA.- Sí, lo son; ¿me lo va usted a contar a mí? Además, no me acuerdo.
ADOLFO.- Haga usted memoria.
JUANITA.- ¡Jesús! Acabará por abochornarme.

Quiero y no quiero decir, y estoy sin decir diciendo quiero y no quiero querer, y estoy sin querer queriendo.»

 

«CONCHA.- ¿Qué le sucede a esa?
ÁNGELA.- ¿Qué te pasa, tú?
JUANITA.- Callar.
CONCHA.- ¿Eh?
JUANITA.- Callar un momento, que se me ha ocurrido una copla.
ÁNGELA.- Dila
JUANITA.- Espera. (Después de una pausa en que la llama de la inspiración asoma sus ojos.) Ya está.
ÁNGELA.- Dila.
CONCHA.- Dila.
JUANITA:

Al hombre yo le comparo con un barquito de vela y a la mujer con el aire, que a donde quiere lo lleva«*

 

*(Moraleja y fin de la obra, ¿que no?)
 

 

5 comentarios en «El genio alegre; Puebla de Mujeres / J. y S. Álvarez Quintero»

  1. ¿y estás segura que Serafín y Joaquin no son una sola persona? (como ese tio calvo que se llamaba Ortega y Gasset…ya sabes)

  2. Lo apuntaré en mi lista de pendientes, yo he vivido en el patio de un cortijo andaluz, de hecho, he escrito algunos relatos sobre ello. Así que reconoceré seguro a alguien. Un saludo

  3. Hace poco vi representadas cuatro piezas de los A.Q. por un grupo de teatro aficionado. Los actores eran bastante malos, quizá por eso me dejó mal sabor de boca… pelín rancio me pareció.

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