El cuarteto de Alejandría / Lawrence Durrell

«El cuarteto de Alejandría» (Justine, Balthazar, Mountolive y Clea) de Lawrence Durrell. Ed. Edhasa

La reseña de hoy vale por cuatro, no reseño un libro sino una obra competa: «El cuarteto de Alejandría», de Lawrence Durrell. Esta obra maestra (y no lo digo yo) está concebida así, la componen cuatro libros separados (Justine, Balthazar, Mountolive y Clea) y juega en otra liga, en primerísima división de la literatura. En la edición de El cuarteto que tengo, las tres primeras partes están traducidas por Aurora Bernárdez (traductora, escritora y mujer de Cortázar). Clea, en cambio, está traducida por Matile Horne.

Probablemente, estos libros representan una de las fuentes de la que más fragmentos se han sacado para emplear como cita para otros libros. No sé cuántas veces me he econtrado con citas de Durrell y ahora lo entiendo perfectamente, ¡cuántos fragmentos me gustaría recordar para siempre!

Durrell y Alejandría

Lawrence Durrell (1912 -1990) fue un británico nacido en India al que, rapidito, enviaron sus padres (colonos ingleses) a estudiar a Inglaterra, con 11 años. A lo largo de su vida también vivió en Francia, Grecia, Yugoslavia, Chipre o Egipto debido a que trabajó como agregado al departamento de prensa de la embajada inglesa. Su experiencia en Egipto, donde vivió tanto en El Cairo como en Alejandría, le sirvió para escribir esta obra.

Por eso, El cuarteto de Alejandría está escrito con los ojos de quien lo ha vivido intensamente. En Alejandría conoció a la que sería su primera mujer, Eve Cohen y que, se dice se cuenta, serviría de modelo para Justine (espero que no en todas sus formas).

Durrel fue colega de Henry Miller y Anaïs Nin, pasaron bastante tiempo juntos. La foto de Lawrence que adjunto se la envió la última mujer de Durrell (Ghislaine de Boysson) en una carta a Henry Miller por medio de unos conocidos. Decía algo así:

Les di esta foto de Larry champanizado para ti. Está claro que habrías preferido que te enviase una botella de champán, me habría encantado, pero ya era tarde y todas las tiendas estaban cerradas. Para la próxima.

Fragmento de carta de Ghislaine de Boysson a Henry Miller (Paris: September 4, 1979)

*

Justine: bienvenidos a Alejandría (primera cara del prisma)

El cuarteto de Alejandría se publicó entre 1957 y 1960 (Justine en el 57, Balthazar y Mountolive en el 58 y Clea en el 60) y esta obra de Durrell es considerada como un clásico de la literatura del S. XX. Justine es el que abre la puerta de Alejandría al lector y le presenta a los personajes que le acompañarán a lo largo de estos cuatro libros.

Cuando comienzas a leer, el propio autor explica cómo está organizada su obra en un prólogo. Los tres primeros libros sitúan a los personajes en un mismo espacio temporal, pero conforme vas leyendo uno tras otro, te ofrece distintas visiones de los hechos y continúa perfilando a los personajes desde diferentes ángulos.

-¡Mira! -exclamó-. Cinco imágenes distintas del mismo sujeto. Si yo fuera escritora trataría de conseguir una presentación multidimensional de los personajes, una especie de visión prismática. ¿Por qué la gente no muestra más que un solo perfil a la vez?

Esto provoca que algunos de los juicios que realizas mientras vas leyendo Justine (cómo mola ese personaje, ese otro es bobo, ese de ahí es pa echarle de comer aparte…) se te derrumben o transformen cuando te adentras en Balthazar y, posteriormente, en Mountolive.

Y por fin llega el cuarto tomo del cuarteto, Clea, que se desarrolla seis años después de los hechos narrados en los tres libros anteriores. Con Clea termina (?) de dibujarse la historia (pasada, presente y futura) y las relaciones existentes entre los personajes. Ahora sí que te sientes lectora omnisciente, ahora sí que os he calao.

Los personajes y las sus relaciones en el cuarteto

Lawrence Durrell te va presentando los personajes de El cuarteto de Alejandría muy poco a poco. Cuando lees una novela, normalmente hay cuatro o cinco personajes en los que se centra el autor y el resto son secundarios (no conoces nada de su vida). Cuando empiezas con Justine crees que estás leyendo otra novela más y prestas especial atención a los personajes principales (Justine, Nessim, Melissa, Pombal, el narrador cuyo nombre tarda en desvelarse…) que, a su vez, mecionan e interactúan con bastantes otros. Muchos de esos nombres tendrán importancia más adelante: les conocerás más y mejor que a Justine (la mujer que te tiene maravillado y que te acerca al Nirvana lector).

En este mundo hay seres condenados a la autodestrucción, y ningún argumento racional influye en ellos. Justine me hacía pensar siempre en una sonámbula que avanza peligrosamente por la cornisa de una torre; si se le grita para despertarla, hay el peligro de que se desplome. Lo único que sabía hacer era seguirla en silencio, confiando en alejarla poco a poco de los negros precipicios que flanqueaban su camino.

Cuando vas a comenzar Mountolive dices: ¿Mountolive, quién era ese? Casi no se le menciona en los primeros dos libros y puedes pensar, ¿y este? ¿qué rollo, no?. Para nada, David entra como un elefante en una cacharrería para enriquecer aún más la historia (aporta muchos dato del contexto político y religioso) y las relaciones e historias de los personajes y sus familias.

Mountolive, que ya había encontrado el «Sésamo ábrete» del idioma al alcance de su mano, sintió, por primera vez, que penetraba de veras en un país y en unas costumbres extranjeras. Sentía lo que se siente en esos casos, es decir, el placer vertiginoso de perder un antiguo yo y criar uno nuevo para reemplazarlo.

Así que, estad atentos a los nombres.

Paisaje y prosa en Alejandría

Otra de las grandes virtudes de El cuarteto de Alejandría (además de su estructura magistral y la forma en que desvela las tramas y las vidas de los personajes) es la capacidad que tiene Durrel de describirte el entorno, lo hace de forma que casi se acerca más a la poesía que a la prosa. Todas las fotos que deja son una maravilla, creo que muy pocos son capaces de escribir con tanta intensidad sin resultar pedantes o incomprensibles (demasiado rebuscados).

Con su forma de dibujarte Egipto consigue que te sientas dentro del cuadro con mucha facilidad, te transmite lo que se ve, lo que se oye, lo que se prueba, lo que se toca y lo que se huele. Así que en un momento estás en mitad del desierto, mirando al cielo y llenándote los pulmones de aire puro:

Y luego las primeras bocanadas de aire limpio del desierto, y la desnudez del espacio, puro como un teorema, extendiéndose hasta el cielo inundado por su propio silencio, por su majestad, donde nadie habita salvo esas criaturas que la imaginación del hombre ha inventado para poblar los paisajes hostiles a sus pasiones y cuya pureza deja el alma desollada.

Y en otro en plena Alejandría, somnoliento, con ojeras, mirando a tu alrededor y tapándote la nariz:

Era la mejor hora del día en Alejandría: las calles tomando lentamente el color azul metálico del papel carbónico, pero todavía despidiendo el calor del sol. No todas las luces estaban prendidas en la ciudad, y grandes paquetes malva, de oscuridad, se trasladaban, aquí y allí, borroneando los contornos de todas las cosas, volviendo a pintar en humo los duros perfiles de los edificios y los seres humanos. Cafés adormecidos despertaban al son de los bandolines, que se ahogaban en el chillido de los recalentados neumáticos sobre el macadán alquitranado de las calles, ahora repletas de vida, con figuras vestidas de blanco y los puntos escarlata de los tarbushes. Los huecos de las ventanas le enviaban un penetrante olor de tierra húmeda y orina.

De todas las formas de amor

Si algo define a El cuarteto de Alejandría es cómo Durrell plantea el amor en sus diferentes formas. La cantidad de personajes que hay (se abarcan un par de generaciones) junto a los diferentes puntos de vista que el narrador nos muestra permiten abordar casi todas las formas de amor imaginables y sus transformaciones.

Yo era como una batería de pilas secas. Sin compromiso alguno, era libre de circular en el mundo de los hombres y las mujeres como el guardián de los verdaderos derechos del amor, que no es ni pasión ni costumbre -que sólo sirven para calificarlo-, sino la divina intromisión de un imperial entre los mortales, Afrodita con todas sus armas.

Aquí aparece el amor caritativo, el impulsivo, el posesivo, el racional y el irracional, el fraterno, materno o paterno, el interesado, el generoso y así un largo etcétera. De este modo, tanto el narrador como muchos otros personajes tratan de descubrir el verdadero misterio que se esconde tras todas estas formas de amor:

¿Dónde buscar justificaciones? Sólo pienso en los hechos mismos; porque gracias a ellos podré adentrarme un poco más en la verdad central de ese enigma llamado «amor». Veo que la imagen se aleja de mí y ondula en una sucesión infinita como las olas del mar; o bien, más helada que la luna, se levanta sobre los sueños e ilusiones que forjé con ella

Conclusiones de El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell

Como habréis comprobado, poco (o nada) he contado sobre el argumento de El cuarteto de Alejandría aunque, en este caso, tampoco tendría demasiada importancia. Esta obra no va de tramas trepidantes, hay que abordarlo pausadamente, no busques aquí un thriller rápido con frases cortas y concisas porque no lo encontrarás, si buscas eso dudo mucho que conectes con Justine. Si, por el contrario, buscas literatura de la güena güena y quieres vivir Alejandría, dejarte embelesar y sorprender por textos poéticos, profundos y vitales y conocer a unos personajes absolutamente imperfectos cuyas facetas vas a descubrir poco a poco: este es tu libro.

Entre nosotros no se finge la virtud. El vicio tampoco. Ambos son naturales.

Como espectador sentirás un personaje más y te reconocerás en algunos de sus vicios o virtudes. Como he comentado antes, dado el abanico de personajes (y la evolución de cada uno de ellos) en algún momento te vas a encontrar ante el espejo. También verás a otras personas, de repente el rostro de Melissa será la cara de X y la de Naruz la de Y.

¿Por qué sonríes? Siempre sonríes ante las cosas más serias. ¡Ah, sin embargo deberías estar triste! Si más tarde llegó a conocerme habrá comprendido que para todos los que sienten profundamente y tienen una aguda conciencia del inextricable laberinto del pensamiento humano, sólo hay una respuesta posible: la ternura irónica, el silencio.

Me ha encantado, esta obra encierra un mundo completo que creo que todo amante de la literatura debería leer. La única desventaja de leer y admirar esta obra es que puede volverte bastante más crítico respecto a otras, (¡ni a la altura del betún!). Pero esto no es así, cada libro tiene un momento en que leerse (el set) y una recompensa que ofrecer (los efectos), y pienso que para poder disfrutar más -en la vida en general- hay que evitar comparar todo con las grandes obras. Por eso existen los pequeños placeres por un lado y los grandes placeres por otro. ¿Adiviáis a qué categoría pertenece este libro?

Céntrate en lo que tienes entre manos y olvida que has leído El cuarteto de Alejandría de Durrell, es mi recomendación.


Más fragmentos de «El cuarteto de Alejandría»

Justine (El cuarteto de alejandría #1)

El amor es tanto más auténtico cuando nace de la simpatía y no del deseo, porque sólo así no deja heridas.

Ella (Justine) dice: » Lo compadezco. Su corazón está reseco y solo le han quedado los cinco sentidos como los fragmentos de un vaso roto»

Lo que me hechizaba era la ilusión de que tal vez podría llegar a saber cómo era de verdad; pero ahora veo que no era realmente una mujer sino la encarnación de la Mujer, que no admite vínculo alguno en la sociedad en que vivíamos.

busqué largo tiempo y en vano las excusas que pudieran hacerme aceptar su amoralidad como algo comprensible, ya que no deleitoso. Ahora me doy cuenta del tiempo que perdí en eso, en vez de gozar sencillamente de su amor y dejar de lado las preocupaciones. Hubiera bastado pensar: ‘Es tan hermosa como indigna de confianza. Recibe el amor como una planta el agua, livianamente, sin pensar’, y entonces hubiéramos andado juntos, del brazo, a lo largo del canal maloliente, o hubiéramos navegado por el lago Mareotis inundado de sol, y yo la hubiera tomado tal cual era, gozado tal cual era… ¡Qué maravillosa capacidad de desdicha tenemos los escritores!

La manía de justificarse a sí mismo se da tanto en los que tienen la conciencia intranquila como en los que buscan un fundamento filosófico para sus acciones, pero en ambos casos lleva a extrañas formas de pensamiento. Sus ideas no son espontáneas, sino voulues.

Amar es un mero lenguaje epidérmico, y el sexo no es más que terminología.

Balthazar (El cuarteto de Alejandría #2)

Clea era demasiado noble para enamorarse de otra ma nera que no fuese apasionadamente, y al mismo tiempo era muy capaz de enamorarse de alguien con quien sólo hablara una vez por año. (…) La verdadera inocencia no puede hacer nada vulgar, y cuando va unida a la generosidad de corazón, la combinación da por resultado una extraordinaria vulnerabilidad.

-Los poetas no toman realmente en serio las ideas o las gentes. Las consideran como el Pachá su harén bien provisto. Son bonitas, sí. Prestan utilidad. Pero no se trata de que sean verdaderas o falsas, de que tengan o no un alma. De esta manera el poeta preserva la frescura de su visión y encuentra todo milagroso. Y eso es lo que quería decir Napoleón cuando definía a la poesía como una science creuse. Tenía toda la razón del mundo desde su punto de vista.

Yo había trazado la imagen de mi celosa propiedad personal, verdadera dentro de los límites de una verdad percibida parcialmente. Ahora, a la luz de todos estos tesoros -pues la verdad, aunque implacable como el amor, tiene que ser también un tesoro que debo hacer? ¿Ampliar las fronteras de la verdad original, construir con la mampostería de estos nuevos datos los cimientos sobre los cuales ha de levantarse una nueva Alejandría? ¿O bien la estructura debe mantenerse igual, así como los personajes, y sólo la verdad misma ha de cambiarse en su contraria?

Mountolive (El cuarteto de Alejandría #3)

No se puede escribir más que una docena de cartas de amor sin encontrarse falto de tema. La más rica de las experiencias es también la más limitada en su campo de expresión. Las palabras matan el amor como matan todo lo demás.

Éste, naturalmente, es Darley, la criatura vagamente amable, de anteojos, que habita el salón de box de Pombal en ocasiones. Da lecciones para ganarse la vida y escribe novelas. Posee esa linda nuca redonda de nene, que uno encuentra en tipos culturales; ligeramente inclinado, cabello rubio y la timidez que acom paña a las Grandes Emociones imperfectamente mantenidas bajo control.

Había revuelto el avispero: ¡el antiguo conflicto entre el deber, la razón y el afecto personal que todo político sabe que es su cruz, la flaqueza central de su vida!

Hablaba ella ahora y él escuchaba, intranquilo, pero con toda la atención que uno presta a un idioma poco familiar; y cada vez que los faroles venían a atisbarlos, la miraba ansiosamente, como para ver si había algún cambio mágico y repentino en su aspecto. Y después le asaltaba otra idea: «¿Y si yo he cambiado tanto como ella? (Si es que es ella.)» ¿Qué decir entonces? Alguna vez en el pasado lejano habían intercambiado imágenes, como relicarios; ahora la de él se había borrado, cambiado. ¿Qué veria ella en su cara? ¿Signos de la debilidad que había desplazado a la fuerza y deliberación de su juventud? 

Clea (El cuarteto de Alejandría #4)

Aquellas imágenes representaban para mí la ciudad que volvería a ver. Pero me equivocaba, pues todo nuevo encuentro es distinto del anterior. Cada vez nos engañamos con la ilusión de que habrá de ser el mismo. La Alejandría que ahora veía, la primera visión desde el mar,
era algo que jamás había imaginado.

Todos somos prisioneros de las radiaciones emocionales que emitimos los unos hacia los otros, tú mismo lo has dicho. Tal vez nuestro único mal sea el hecho de desear una verdad que no somos capaces de soportar, en vez de contentarnos con las ficciones de nosotros mismos que nos fabricamos.

la mutabilidad de toda verdad. Un mismo hecho puede tener mil motivos, todos igualmente válidos, y además mil rostros. ¡Hay tantas verdades que no tienen nada que ver con los hechos! Su deber es perseguirlos hasta conseguir atraparlos.

Siempre voluble, desbordaba una equívoca bon homie expansiva, y se tenía la impresión de que vivía en guerra permanente con su floja dentadura postiza. Engullía palabras, mordía empastes flojos, tragaba en falso, boqueando como un pez fuera del agua cada vez que lanzaba sus bromas o se reía de sus propios chistes, como un hombre montado sobre una batidora de huesos, con la dentadura superior corcovándole entre ambas encías.

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